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La insignia
12 de octubre del 2002


Segunda parte

Los primeros pasos del hombre (que no los últimos)


Marcos Winocur
La Insignia. México, 12 de octubre.


II

Y bien, tuvimos un encuentro con Darwin, quien nos presentó a las especies animales en general, y de ahí partimos a particularizar una, esto es, el proceso de hominización. Estamos hablando del hombre de la horda, esencialmente nómada. Cuando se resuelve pasar a sedentario, cautivado por la posibilidad de domesticar plantas y animales, entramos a considerar un nuevo ciclo de desarrollo. En este punto el relevo lo toma Lewis H. Morgan, quien asocia la pauta evolutiva a factores cada vez más sociales, entre ellos las relaciones de parentesco y la división del trabajo por géneros. Su libro "La sociedad antigua" (1887) será glosado y ampliado en sus conclusiones por Engels en su trabajo titulado "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado". Morgan es considerado uno de los fundadores de la moderna Antropología. Y con su aporte, estamos a la puerta de las civilizaciones, unos diez mil años atrás. Se cierra entonces el periodo que abarca la antropología.

¿Y por qué el siglo XIX resultó tan "antropológico"? Ante todo, recibía el aire refrescante de la anterior centuria. El siglo XVIII "de las luces" puso al oscurantismo en retirada en Europa occidental, y en Estados Unidos cooperó a crear una corriente de libre pensamiento. La revolución industrial a todo vapor, las burguesías pioneras reclamaban espacios para el progreso de las ciencias y tecnologías, dentro del marco de la democracia republicana. El hombre nuevo, de raigambre renacentista, pedía explicaciones, iba de más en más preguntándose por sus orígenes, por su identidad. Fue necesario retroceder hasta dar con las especies animales antecesoras. Allí donde se abrió el proceso de hominización, demandando saber cómo fue que somos lo que somos.

Y las interrogaciones del hombre a sí mismo no cesarán hasta lo más reciente, el noticiero visto hace un momento en la tele. Pero cerrado el ciclo de hominización, así se considere que provisoriamente, la historia posterior de un "hombre socializado" agrupándose en tribus y más tarde en pueblos, el nacimiento de las civilizaciones, todo eso es ya "otra historia" que deja atrás a la antropología. ¿O simplemente cambia de nombre para llamarse historia? ¿pues qué es la antropología sino la historia del hombre primitivo y de sus orígenes?

Existe gente que se tortura con la cuestión de saber cuál es nuestra diferencia con el animal. La sociobiología sostiene que no la hay, que rige la continuidad. Intelectuales brillantes han sugerido diversos factores que harían la diferencia. Entre ellos, Albert Camus, escritor de gran predicamento en los años de posguerra, cuya obra narrativa y teatral retoma eternos grandes temas del hombre: la muerte, el suicidio, el absurdo de la existencia, su falta de sentido. Un libro en especial le ha sobrevivido, su novela "El extranjero", con algo así como diez millones de copias vendidas. Murió en 1960, de resultas de un sospechoso accidente de carretera, como señala William Styron, el escritor estadounidense, él mismo tentado de acabar de una vez con todo.

Albert Camus, autor de textos de reflexión trascendente como "El mito de Sísifo" y "El hombre rebelde", ha indicado que el animal no se suicida. Una pareja de delfines viviendo en estanque, desmiente al intelectual. Bruscamente separados, la hembra, desesperada, se arroja una y otra vez contra las paredes hasta darse el golpe de muerte. Hoy manejamos un volumen de información sobre el mundo animal varias veces mayor al de medio siglo atrás, en tiempos de Camus, y la etología, disciplina que estudia la conducta de las especies, cada vez tiene mayores pruebas de que el reino animal es "más humano" de lo que se creía y estamos hablando de los salvajes, no de las mascotas hogareñas.

Y luego, durante los millones de años del proceso de hominización, hubo tiempo para las adquisiciones base. El hombre deja de ser mero recolector y pasa a depredar su entorno. Antes, debió hacerse de la posición erecta, tras el objetivo "anfibio": no abandonar los árboles, refugio y provisión de frutos para el primate, ampliando a la vez el radio de acción al echar a andar por los suelos sobre dos pies. La cuestión quedaba puesta a la orden del día cuando, en determinadas áreas boscosas, el alimento comenzaba a no encontrarse y era necesario emigrar, costumbre frecuente en las especies animales, desde las mariposas a los elefantes. Pero ¿qué ocurre con el primate? Es un torpe caminador, y urge un bípedo. Aquí, como señalamos, la selección natural es reina y ordena: te conviertes en bípedo o te extingues como especie. El cambio originario pudo operarse en la naturaleza vegetal y boscosa -probablemente una sequía prolongada- e impuso el cambio consecuente como respuesta de los primates herbívoros. Y en esto no hay excepciones, recuerden los bichos prehistóricos, los dinosaurios, enormes, al parecer invulnerables, adónde fueron a parar: al tanque de gasolina de los carros.

Sin contar el otro aspecto: la posición bípeda, al liberar la mano, multiplicó los poderes del hombre primitivo: tanto blandía un palo para la defensa o el ataque, como hacía girar una astilla para hacer fuego o daba forma a un instrumento cortante fabricado en piedra, destinado a diferentes usos, entre ellos despellejar de modo más eficiente las presas de caza, lo que antes hacía a dentelladas, tantas tareas podía encargarse a la mano. El primate de los árboles fue cada vez más haciéndose un habitante de los suelos.

Un buen número de rasgos distintivos de la vida grupal como el líder y la división del trabajo según géneros ya existen en la naturaleza, veamos otros casos: las sociedades de insectos plasmada entre las abejas, termitas y hormigas, o los pájaros y sus nidos, o bien la fabricación de herramientas -en el amplio sentido de la palabra- por parte de los castores, sus represas calculadas como un ingeniero lo haría, según corrientes de agua, resistencia de materiales, etcétera. Claro, surge una diferencia. Los animales repiten sus trabajos "desde siempre". Entre la abeja fósil de hace ochenta millones de años y la de hoy, anatómicamente sólo se constatan variaciones menores. Continúa pues siendo arquitecta de un modelo de panal cuyos planos hereda desde tiempos inmemoriales y cuyo descubrimiento maestro ha sido la celdilla hexagonal, que optimiza el ahorro de espacio y la resistencia del material de construcción empleado. Pues bien, lo que en el animal es parálisis si los cambios externos no lo ponen en jaque, en el hombre es afiebrada compulsión creativa. Todos los hijos de mamacita naturaleza trabajan. Pero lo hacen con estilos diferentes.


III

Y la fraternidad humana, nacida al seno de la horda, hija, ella también, de la necesidad. Cada miembro del grupo adquiere un valor social frente al resto. Ocurre con motivo del trabajo y sobretodo en la batalla por sobrevivir. Cada quien es una unidad, no a secas sino de signo positivo, el aliado contra el medio hostil. Si cae en manos de otras hordas o de los animales feroces, su muerte es sentida como la pérdida del compañero, unidad de signo negativo, uno de menos al seno del grupo.

Las tumbas del hombre primitivo nada tienen que ver con las de nombre, apellido y leyenda "ad hoc" de nuestros cementerios, sino más bien con la tumba del soldado desconocido, dado de baja en acción de guerra sin importar de quién se trata, estuvo con nosotros en la trinchera y ya no contamos más con él. Y la guerra contra el medio hostil de hace varios millones de años impresiona dándose en dos escalas. Como crónica, es de baja intensidad, en fase aguda un bando extermina al otro. Es la horda bregando contra el hambre, por el uso de las fuentes de agua dulce, etcétera. En esas condiciones, la pérdida del aliado es sentida con fuerza al seno de ese colectivo trashumante. Se rinde entonces homenaje al muerto, su sepultura es una ceremonia. Tumbas del hombre primitivo, donde se dejan utensillos que continuará necesitando, dan al muerto una segunda oportunidad. Porque el hombre primitivo no se resigna a la desaparición de su aliado y su rebeldía pone los cimientos de las futuras religiones. Lo que no se comprende del entorno, sea la muerte, sea el rayo o la sequía, se vestirá con una representación contrastante que mucho después se llamó "los dioses". A la vez, la pérdida del aliado despertará la conciencia de sí. Lo que a él le pasó me sucederá a mí tarde o temprano, será al cabo la conclusión de la mente primitiva.

Cuando tratamos de los factores de base que concurren al proceso de hominización, estamos tentados de decir, a la luz de la Etología: sucede igual entre los animales, sólo que en el hombre más. Sí, más de lo mismo. Y si somos hegelianos, llegar a la conclusión de que tales aumentos cuantitativos darán a cierta altura el salto cualitativo, y eso es el hombre. Como esquema no está mal, sólo que a menudo no es verificable. La represa de Assuán en Egipto ¿supera a las construcciones de los castores? Un jet ¿es más seguro en el aire que un águila? Las sociedades de insectos ¿por qué no se basan en la propiedad privada? ¿Y cómo se explica que les rija un sistema de división del trabajo donde a los soldados no se les ocurre tomar el poder, a los obreros hacer huelgas y a cualquier ciudadano reclamar participación y democracia?

Por mi parte, la idea es la siguiente. Los factores (elementos) del conjunto llamado "proceso de hominización", si son tomados uno por uno, no se revelan como la condición necesaria. Ahora bien, la posición erecta y la liberación de las manos cumple ese rol "sine qua non" cuando se trata de desencadenar el proceso y, una vez adquirida, da paso a las herramientas como agente del trabajo, la herencia son las manos libres para manejar herramientas. El trabajo se mantiene luego a todo lo largo del proceso y hasta hoy, algo averiado por la automatización, que ya amenaza con darle los adioses.

Tal vez pueda ser considerado como condición necesaria (aunque no suficiente) pero las réplicas que tiene en el reino animal le restan especificidad. Cada acción de cada individuo de cada especie así lo revela. Una abeja tomando vuelo, que lo emprende por necesidad, es decir, la búsqueda de la materia prima para fabricar la miel o la cera, o bien un león en actitud de olfatear la próxima presa, se "están tomando el trabajo". La naturaleza es un inmenso taller, el hombre no está excluido. Así, argumentar que el trabajo es la condición necesaria del proceso de hominización es tan general e inespecífico como atribuir ese rol al alimentarse. En cambio, el cierre del ciclo del trabajo, su licenciamiento en bien de la automatización, sería noticia a registrarse como aporte de lo cultural, la capacidad del hombre para poner en marcha una maquinaria que sólo necesite del control, ya no ser accionada continuamente.

¿Entonces? Las diferencias, más bien las observo cuando el hombre está en vías de coronar su presencia en la Tierra. Es la cultura, "su" cultura, levantando ciudades, aplicando tecnologías de punta para todo, el desplazamiento sobre la superficie de la tierra y bajo ésta, y por mares, aire y espacio exterior, desarrollando las artes y la guerra, las bibliotecas y el crimen ecológico. Este hombre, minado por sus contradicciones internas, recorre el largo camino que arranca de cuevas. No me refiero a las de territorio afgano donde presumiblemente se preparó un operativo a cumplirse en sus antípodas, contra las Torres Gemelas de Nueva York. No, se trata de otro largo camino que arranca en las cuevas del hombre primitivo y viaja en el tiempo para un día levantar las Torres Gemelas y al siguiente demolerlas. Pues ambas son acciones del hombre, tan profundamente enemigo de sí mismo, este ser a punto de crear vida con sus manos mientras se especializa en autodestrucción, marcando, respecto de las otras especies, el dominio de la ruptura sobre la continuidad.

Y el punto de partida está en las tumbas primitivas. "El hombre es el animal que entierra a sus muertos", nos indica el antropólogo Louis-Vincent Thomas. Para que esta observación no quede en lo anecdótico a la manera Camus, no estará mal preguntarse por su trascendencia.

Ante todo, en el tiempo. Por lo menos desde cien mil años atrás, el hombre viene ininterrumpidamente practicando la ceremonia del enterramiento, sean las tradicionales tumbas, sea el abreviado dar destino a las cenizas, muy propio de estos tiempos de apurones. La permanencia de la ceremonia llama la atención. Luego, por algo las religiones -y citaré la católica- se asientan sobre el hecho de la muerte y del miedo que ésta inspira: "memento mori" es el latinazgo de "recuerda que has de morir"... ya verás, ya verás cómo arreglarán cuentas contigo. Para el hombre primitivo ese "después" tras la pérdida del compañero comenzó también a preocuparlo: el muerto dejaba de hablar, se enfriaba, perdía todo movimiento, empezaba a oler. ¿Hay alguna manera de recuperarlo y también a mí cuando mañana me toque el turno? E inventa la ceremonia del enterramiento donde el muerto sigue viviendo rodeado de utensillos necesarios y bajo tierra, donde yo no lo vea y mi imaginación quede libre para hacerlo viajar, ahí está el detalle, el detallito que las religiones harán suyo y reelaborarán a la medida.

La muerte -y en ese marco entra el hecho del suicidio- es la negación de la vida y por eso mismo lo más importante. Tal testimonian las pirámides que se levantan en el desierto de Egipto. Calificadas como una de las siete maravillas del mundo, resalta su solidez como desafío al tiempo y, tumbas reales, de faraones como dioses, reiteran la pregunta: la muerte ¿da sentido a la vida o se lo quita? Todavía no nos hemos puesto de acuerdo, un día pensamos una cosa, al siguiente otra. Esa preocupación, muchas veces callada, y ese desconcierto ha permeado nuestra cultura. El hombre teme a la muerte y la ha problematizado o bien todo lo contrario, la ha hecho banal. Nuestros ancestros subidos a las copas de los árboles, no temen a la muerte y la aceptan cuando llega naturalmente, tras la vejez. El hombre, lejos de resignarse, la ha fabulado. Hoy ya no deja utensillos junto al muerto, sino que edifica iglesias y catedrales, inventando las historias más complicadas para diluir el miedo a la muerte, neantizando a ésta: hay una vida eterna para quien la merezca -y nosotros, los sacerdotes, diremos de qué manera lograrlo.

Por ahí, a mi entender, hay que buscarle. El hombre ha llegado al extremo de convertirse en workaholic", palabra acreditada en inglés, especialmente en la sociedad estadounidense, y que en México traduzco como "chambadicto". Aquí el trabajo, lejos de mantenerse como factor de transformación, es contaminado por la neurastenia que se multiplica en el mundo de hoy. Y ésta pertenece a la cultura humana, cuyo grado de desarrollo y autonomía respecto de los factores de base que la hicieron nacer, es tal que, fijando la ganancia como meta última del hombre, abate bosques, desata guerras, envenena tierra, agua y aire, fabrica armas de destrucción masiva y las agita amenazadora, recordando que por dos veces fue arrojada la bomba atómica, después de crear los campos de exterminio bajo los nazis... nada de esto encontramos en el reino animal. Hemos ido tan lejos en la específica formación de nuestra identidad que ¡por fin surge la diferencia buscada y lo hace en términos de cultura!



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