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La insignia
11 de octubre del 2002


Perú

La dama del sosiego


Fernando Obregón Rossi
La Insignia. Perú, 4 de octubre.


La poetisa Carmen Luz Bejarano, murió el último lunes en Lima, luego de un año de batallar contra el cáncer. Fue velada esa noche, en La Casona de San Marcos y enterrada al día siguiente, en plena maldita primavera. Su última imagen, es la del sueño reposado, el rostro dibujando una dulcísima expresión y vestida como para una fiesta con la muerte, con un esplendoroso traje negro y arrebolada para la ocasión. Sobre sus manos llevaba su último libro de poesía, publicado hace poco menos de un mes y titulado "Yazgo".

¿Porque quiero a Carmen Luz Bejarano? Pues por todo. Pero también por esas pequeñas partes que hacen el todo. Una muestra de ello, es el último año de su vida, el haber persistido en ella a pesar de su enfermedad y sólo porque tenía un compromiso con la poesía, la cual la llevó a escribir hasta el último instante, ese temple que reside en los verdaderos poetas que siempren dicen que NO.

Pero también, porque cuando la conocimos en el San Marcos de los ochenta -dominado por el terror y la míseria política- conocimos la la poesía a través de maestros como Carmen Luz Bejarano, quien ejerció la docencia 30 años en la universidad y se acercó a los jóvenes poetas con las manos (y su biblioteca) extendida, nutriéndonos de buena literatura, lejana entonces para nuestros bolsillos, y más aún, nos nutría con la experiencia de una hermana mayor que ya tenía un tiempo en el empedrado camino que empezábamos a transitar.

A ella, sin embargo, ya la querían y mucho. La quisieron el poeta Javier Heraud y César Calvo. Eran un trío desbocado caminando, bebiendo café y hablando de poesía, en los años 60 en el patio de letras de La Casona de San Marcos. Entonces, Carmen Luz era Gelsomina, seudónimo tomado de La Strada y que le permitía esconderse para mostrar timidamente algunos poemas. Así, Javier Heraud y César Calvo, se paraban -algunas tardes- sobre la pileta de La Casona y gritaban en voz alta "Un mensaje de Gelsomina: un poema", y los entonces jóvenes Reynaldo Naranjo y Arturo Corcuera, escuchaban atentos entre otros tantos estudiantes, las palabras de esa poetisa misteriosa que nadie conocía y ya se había hecho popular gracias a su palabra clara, concisa, prístina, casi cincelada, misteriosa por ese seudónimo que ya todos amaban y además grave por el tono de voz que imponían (en la lectura) sus cómplices poetas amigos.

Carmen Luz Bejarano, nació en Acari (Arequipa) en 1933, es la primera Mención Honrosa del Primer Premio Poeta Joven del Perú, el mismo año que ganó su amigo Javier Heraud. Existe una foto de ambos abrazados, publicado por Oscar Araujo en la antología poética "Como una espada en el aire". Los 60, años de ternura y poesía. Pero tanbién años de lucha e ideales románticos. Como todos, en ese tiempo, en San Marcos, Carmen Luz no sólo era poetisa sino también comunista. Pero curiosamente, a sus congéneres, su poesía nunca se contaminó del gratuito adjetivo político que ella siempre detestó. Quizá de ahí el divorcio con el stablismenth literario: Carmen Luz era demasiado "pura" para los poetas sociales y demasiado "social" para los poetas puros. Por eso, decidió seguir su propio camino y el resultado, es una de las aventuras literarias más solitarias y originales de la literatura peruana, donde hay que leerla no en sus partes sino en el todo. Posiblemente el lector se sorprenderá de encontrar el mismo tono, rigor y atmósfera poética en sus primeros libros y en los últimos, como si el tiempo de décadas entre uno y otros no existiese.

Entre sus libros, podemos mencionar a Abril y lejanía (1961), Giramos (1961), Aracanto (1966), Triunfo de Ícaro (1967), Juan Angurria (1972), Furia de la arcilla (1977), Del Amor y Otros Asuntos (1984), Pentagramas ebrios (1986), La dama del sosiego (1991), y Juegos de Casandra (1999). Parte de su obra está traducida al francés, finés y ruso. Madga Portal, fue la primera en reconocer la obra de Carmen Luz en los 60. Alberto Escobar la incluye, en su antología poética peruana, al igual que Claude Couffón en la "Antología de la Poesía Peruana del siglo XX", publicada en Francia . Sí, nada mnenos que Couffón, el exigente y mítico amigo y traductor Vallejo y Neruda.

En el 2000, la poetisa Marita Troiano, logró reunir los libros de Carmen Luz en un volumen llamado "Existencia en Poesía" (¡Qué inmejorable tpitulo para resumir la vida de Carmen Luz!). Y a raíz de esa compilación, salió por el fin una obra que estaba dispersa en plaquetas, libros de ediciones limitadas, revistas, poesía que de pronto regresaba en un volúmen que sintetizaba cuatro décadas de solitaria y consecuente creación. Recuerdo a Carmen Luz en los pasilllos de letras de San Marcos, en un alto de clase junto a Antonio Cornejo Polar, Antonio Gálvez Ronceros y Washinton Delgado. Otra imagen es junto a Francisco Carrillo y Francisco Bendezú, hablando a risotadas. Otra, una caminata con Jorge Puccinelli, Carmen Luz Bejarano, Willy Pinto Gamboa y el poeta Vicente Azar.

Junto a esas escenas, están sus tertulias de café y cigarros, rodeada de escritores jóvenes como Eduardo Adrianzén, Juan de la Fuente, Pedro Escribano, Mario Bellatían, Rocío Silva Santisteban, Sandro Chiri, Cesar de María, Ulises Juan Zevallos ¿Qué magnetismo tenía para congregarlos? Pues era el sosiego que nuestros jóvenes corazones encontraban junto a ella. El remanso donde detenerse en esa vorágine de violencia. Sin habérselo propuesto, una conversación con Carmen Luz siempre nos afirmaba en la vida.

Si los jóvenes acudíamos a ella era para encontrar respuestas. Y ella se daba tiempo para ofrecerlas, dejando de lado a Carlos (su esposo y amante) y sus hijas Maritza y Carmen Irina, para escuchar a cada uno, para orientar a cada cual. Carmen Luz tenía esa paciencia para orientar, nunca imponer, y si un joven estaba en búsqueda de determinado autor, ella siempre tenía el libro y si no lo tenía, lo conseguía para que lo pudiésemos leer. Luego estaba la lectura de nuestros textos y con esa lectura la crítica. Siempre una crítica pedagógica, nunca una crítica egoísta, nunca imponía criterios, nos enseñó el respeto riguroso a la poesía, más allá de la misma palabra y el sentimiento. Pero sobre todo, nos enseñó a reconocer la poesía y principalmente a reconocernos como poetas.

Por eso, quiero terminar con sus versos: "Los sueños se fatigan de ser sueños/ y un día como ahora nos sorprendemos/ desmenuzando instantes para besar/ un rostro, sin alegría, furiosamente./ Mañana. Nos quedará sólo un trozo de/ mar y aquel barco desdibujado en nieblas./ Tan parecido al barco que enamoró/ mi infancia. Lejano. Lejano como todo".



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