Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
10 de octubre del 2002


Primera parte

Los primeros pasos del hombre (que no los últimos)


Marcos Winocur
La Insignia. México, 10 de octubre.


Introducción

2001, Odisea del espacio, con guión de Arthur C. Clarke, es una película clásica. En una de sus primeras secuencias, varios primates dan vueltas alrededor de un bruñido monolito negro. Uno de ellos se distancia del grupo, recoge un palo y lo arroja al aire donde da varias vueltas hasta reaparecer como nave espacial, que viaja más allá de los cielos. Estas secuencias me resultan impactantes, se desarrollan en dos límites: nuestro remoto pasado, el de los abuelos primates, y el futuro previsible en manos de la cosmonáutica, sin olvidar lo enigmático, representado por el monolito. Y el palo que deviene nave espacial nos dice del rasgo común. Uno es lo simple de lo simple, permanece en bruto, tal cual ha sido tomado de la naturaleza. La otra es muestra de la tecnología más sofisticada. Y ambos están separados por millones de años. Nada de esto obsta a que tanto palo como nave espacial sean herramientas del hombre destinadas a intermediar entre éste y la naturaleza.

Los primeros pasos del hombre -o proceso de hominización- cubren en efecto millones de años sin que todavía pueda precisarse cuántos, si nueve o "solamente" cuatro o cinco, e imponen seguir las huellas dejadas aquí y allá, sobretodo en África donde al parecer reside la cuna del hombre. Es la tarea de la ciencia antropológica, cuya llama se enciende en el siglo XIX, abarcando el vasto panorama de la vida y del hombre bajo una lente común que dio en llamarse "evolución".

Debo confesar: no estuve por ahí con el video cuando los primeros pasos del hombre. Ya ven, todo lo que se cuenta de aquel entonces es como el átomo; nadie nunca lo vio pero "tiene que estar ahí", pues los efectos constatados en el mundo físico sancionan: no hay de otra. Idem en el mundo antropológico con los abuelitos primitivos: no hay de otra. Es lo que se llama "construir un modelo", que no es real pero apuesta a serlo, esperando confiadamente por la hora de la verdad, si verificación cabe, difícil está examinar en vivo al abuelito. Pero ha debido pasar por un previsible camino de adquisiciones. ¿Y si no existió? Entonces, no hay más que hablar; lector, autor y texto desaparecen rumbo a la nada. Es la desventaja respecto del átomo, que es de ayer, de hoy y previsiblemente de mañana, una sistemática herencia asegurada por largos trechos. El mundo antropológico no nos da esa pauta. Pero a su vez el modelo del hombre primitivo guarda una ventaja sobre el modelo del átomo: hay una referencia parcialmente analógica en ciertas tribus de África, que están al alcance. Y sobre ellas, como se sabe, han caído los antropólogos.

Muy bien, puede el lector confiar en esta visión del remoto pasado del hombre, de los superabuelitos.


I

Darwin y Wallace, cada uno por su lado, con mayores trabajos y acopio de evidencias el primero, siguieron las líneas evolutivas en las especies animales, ese entrecruzamiento de demandas del medio y respuestas a nivel biológico y de conducta. Seres del mar que devienen anfibios y luego, seducidos por las posibilidades terrestres, dejan para siempre las aguas. Las aletas serán patas o músculos que arrastren el cuerpo al serpenteo. Y luego, los seres de la tierra a su vez serán seducidos por las posibilidades del aire, y las aletas se verán resucitadas como alas... Para la densidad del medio agua, aletas; para la densidad del medio aire, alas. Es la evolución de las especies, presidiendo la selección natural. Hasta aquí, Darwin y Wallace.

Quien lea la obra del primero, verá desplegarse un minucioso alegato científico, donde Darwin es el abogado defensor. A cada momento presenta pruebas a favor de su causa, a cada momento saca conclusiones. Se detiene al llegar al hombre, la última especie animal conocida, sin por ello dejar de indicar la filiación. Entrar al tema de cómo el ser humano fue sacudiéndose del pasado animal, no es problema de Darwin, otros deberán tomar el relevo en los estudios. Y bien, lo que sigue es asombroso. En menos de cien páginas, un no especialista, autodidacta alejado de las universidades, cuya actividad central transcurre entre atender una empresa mercantil, hacer política, soñar con la dialéctica de la naturaleza y mantener a un amigo que admira y a su familia, deja planteado el proceso de hominización en opúsculo inconcluso.

Ese hombre es Federico Engels. Y ese texto, que él mismo consideraba secundario, se titula El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. Desde luego, su terminología no es la vigente ni tampoco incursiona en los aspectos debidos a la antropología cultural. Engels muere en 1895 y esos temas hay que buscarlos bien avanzado el siglo XX en Lévi-Strauss, Boas, Margaret Mead y otros. Pero el fenómeno de interacción a la base planteado pioneramente por Engels sigue vigente, aun en el caso que no se esté de acuerdo con el autor. Su texto es rescatado por los evolucionistas del siglo XX, Vere Gordon Childe a la cabeza. Como así por Bruce Trigger y otros, entre quienes destaco a Eric Klamroth. Éste trabajó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de ciudad de México y, encontrándose dedicado a investigaciones de campo en Sudáfrica, murió en accidente carretero en 1985 cuando contaba treinta años y ya era un científico que aunaba rigor con experiencia. Su tesis doctoral recepta ampliamente las ideas de Engels.

Veamos entonces los factores sobresalientes dentro del proceso de hominización. Uno de ellos, la posición erecta, tal vez el primero de los cambios evolutivos y que, al ocurrir, deja libres las extremidades superiores. La mano pasa a ser el multiusos al manipular los objetos, y en particular las herramientas, al punto de que "no sólo es el órgano del trabajo, sino producto de él", escribe Engels, quien suscribe la tesis de que "la función hace al órgano". A la vez, ya el fabricar las herramientas requiere un mejor y más preciso lenguaje, la necesidad de comunicarse entre sí los miembros de la horda se incentiva, es preciso coordinar actividad laboral y actividad cotidiana. Es de suponer que desde entonces el lenguaje evoluciona de gutural a articulado. Además, las herramientas, transformadoras del entorno según un previo plan que se formula la mente, requieren de una nueva racionalidad. Y ella necesita de un mejor cerebro, al cual hay que hacerle lugar ampliando la capacidad craneana.

Un desarrollo donde la ingesta de carne cumple la función de nuevo recurso alimenticio (proteínas animales) específico para otorgar la materia prima necesaria a ese cerebro en crecimiento. Así, posición erecta, liberación de brazos y manos, fabricación y uso de herramientas, lenguaje, empleo del fuego, dieta alimenticia, capacidad craneana, cerebro en crecimiento -y cada neurona que éste se agrega implica un beneficio general para el manejo del cuerpo-, son inéditas adquisiciones y aparecen como elementos interactuados de un conjunto que culminará en el hombre.

Naturalmente, hay más. Alimentación carnívora a su vez se recombina con control y aprovechamiento del fuego, lo que lleva a cocer la carne, haciéndola más digerible y readaptando gradualmente el tamaño de mandíbula y piezas molares, que se reducen. Ni qué hablar de los cambios anatómicos con motivo de la posición erecta, particularmente en los huesos. Y el bípedo caminador no tarda en fabricarse no sólo herramientas, sino armas, lanza, arco y flecha, asegurando su defensa, caza, y pesca con elemental arpón. A estos factores hay que agregar el entierro de sus muertos. En una palabra, la nueva cadena anatómica y psicofisiológica produce un ajuste en el cuerpo del primate y una revolución en su conducta. Y esa cadena y esa revolución y ese conjunto de elementos interactuados, es el hombre. Quien sea el o los antecesor(es) animal(es) ha(n) sabido dar una buena respuesta al reto de adaptarse o perecer. Mamacita naturaleza ha procedido al examen de calidad del producto y ha resuelto aprobarlo. He aquí el nuevo modelo, ya no del año sino de los varios millones de años, listo para emprender su carrera sobre la faz de la Tierra.

Ah... aquella vez Dios, furioso, expulsó a Eva y Adán del paraíso, desterrándolos a la Tierra, apostrofando al segundo: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Así es, Dios lo conminó: ¡A trabajar, basta de holgazanería, sólo ha servido para que tengas malos deseos! Quién hubiera dicho que el Altísimo iría con el paso de los siglos a coincidir con el comunista Engels, quien escribió en el opúsculo citado: "condición básica de toda la vida humana, el trabajo, hasta cierto punto, ha creado al hombre mismo." Tal vez no faltará quien pegue el brinco y exclame que también los nazis participaban de esta valoración, que a la entrada del campo de exterminio de Auschwitz, se leía: El trabajo os hará libres. Así estuvo escrito pero -lo siento mucho- así se lee: "Vosotros que entráis, abandonad toda esperanza". Como a las puertas del infierno de Dante.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción