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La insignia
8 de octubre del 2002


Poemas


Pedro Granados
La Insignia. Perú, 8 de octubre.

Presentación: C.B.


Pedro Granados (Lima, 1955) ha publicado los siguientes poemarios: Sin motivo aparente (1978), Juego de manos (1984), Vía expresa (1986), El muro de las memorias (1989), El fuego que no es el sol (1993), El corazón y la escritura (1996), Lo penúltimo (1998) y Desde el más allá (2002); asimismo una novela: Prepucio carmesí (Nueva Jersey: Ediciones Nuevo Espacio, 2000). Su obra crítica figura en revistas especializadas. Próxima aparición:"Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo". Sus artículos versan fundamentalmente sobre poesía contemporánea. Actualmente trabaja en la Universidad de North Florida.


Madreselvas para Martín Adán

Ahora que somos
sombra y paso,
mirada y desvío,
sermón y pecado.
Ahora que el mudo muda
por enésima vez de expresión
y hecha humo la impasible chimenea.
Ahora que quizá rubricarías
como hace ya algunos años:
Con viva gratitud
por el envío de
sus bellos poemas
.
Y yo no soltara el mango
de esa sartén
aunque harto quemara;
y fuera de pronto,
siendo apenas un muchacho,
un adulto ya, ya un anciano.
Un muchacho solamente, Martín,
no un poeta. Un muchacho
de la ancha base, Martín,
de sobrio segundo
y de mamá por cocinera.
Ahora que me espera la muerte
tal como a mí. Tal como a ti
no
porque eres la enredadera.
La enredadera sobre la vid
y hasta lo alto del muro.
La enredadera sobre la más imponente higuera.
Tal como a ti no
porque eres la madreselva.


Quizá

Quizá deba ser padre de muchos
y abuelo de una infinitud
para entender algo de la vida.
Juego solar de sombras
y emblemas de la luna:
fases terribles y necesarias.
Cuarto creciente,
cuarto menguante,
cuarto lleno
y vacío también.


Cuadro

Una curva amarillo-naranja
sobre la noche oscura.
Son nuestros los sentimientos.
Son nuestras estas texturas de amor,
estas manchas iridiscentes de delicadeza.
Son nuestros los recuerdos. Todos.
En gruesas pinceladas cerca de un vértice
está mi madre. Es viento y es tierra
y es agua mi madre.
Al centro del cuadro está mi padre
insinuado por un color evasivo. Es fuego mi padre.
Nuestros son los viajes, los adioses
y acaso la soledad.
Una curva amarillo-naranja. O más bien
una hendidura. Una materia apenas entreabierta.
Una reciente cicatriz
acaso.


El sonido y la estampida

El sonido y la estampida.
Doscientas bocas bebiendo
de un solo par de labios.
El brillo y el color
imperceptibles del aleteo.
Tus ojos hace rato ya
clavados en los nuestros.
Encerrados en un tiempo
y en un lugar:
el de la extraordinaria pared,
el del increíble techo,
el de esta tan dilatada muchedumbre.
Te tocó nacer y morir aquí
en mi corazón.
Nos tocó el amor de nuestra madre
y el amor de nuestro padre.
Me tocó vivir en tu corazón.


Contra el secreto

Contra el secreto
de la interpretación. Lloro.
Hace días. Hace tiempo
que llorar quería.
Tanto tiempo que no entiendo.
Tantas horas que constituyen
ahora mismo mis pasos.
Mi cara de perro asomándose
en cualquier esquina.
Mi hermano Eduardo falleció hace un mes.
Murió como pobre, pero sin deudas.
Murió como pobre, pero sin dudas.
Sus manos no tenían dudas.
Tampoco su voz. Ni su amor.
Mi hermana Elena pagó los gastos
del crematorio. Y Lucy, su viuda,
guarda por nosotros las cenizas.
En todo esto, yo no participé sino
poniéndole los ojos en blanco
a una morena. Chivilla y blanquísima de ojos
mi negra. Igualita a la muerte.



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