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7 de octubre del 2002 |
La Jornada / La Insignia. México, 6 de octubre.
El dictador supo que debía actuar antes que las fuerzas enemigas golpearan sin previo aviso -conforme a la flamante doctrina de ataque preventivo-, desde el momento mismo en que la soberbia flota de Estados Unidos surcó las aguas del Golfo Pérsico. Entonces desplazó sus pequeños barcos y aviones -buena parte de ellos civiles- en rutas aparentemente inocuas y de repente, con una táctica muy poco ortodoxa, lanzó una ofensiva total. A golpe de misiles crucero Silkworm y embates suicidas de sus embarcaciones envió al fondo del mar 16 naves, entre ellas el único portaviones del adversario y dos portahelicópteros, con miles marines a bordo.
Cuando sobrevino el primer remanso en el combate pudo constatar satisfecho que había parado en seco el asalto inicial contra su Estado malhechor. Allí fue donde la puerca torció el rabo, por decirlo así; los oficiales que supervisaban el gran combate virtual, Desafío del Milenio 2002, suspendieron todas las operaciones de los más grandes juegos de guerra en la historia militar de Estados Unidos (realizados en agosto pasado) para que no acabaran de fea manera. Habían invertido dos años de preparación y 250 millones de dólares en unos juegos que debían extenderse por tres semanas; participaban cientos de oficiales del estado mayor y 13.500 soldados de aire mar y tierra; barcos y aviones reales en nueve sitios de entrenamiento del territorio estadunidense y 17 locaciones simuladas con un enorme respaldo de baterías de computadoras: buscaban validar ciertas opciones estratégicas del estado mayor en tácticas y equipos contra ataques no convencionales, y verificar que el comando estuviera listo a todos los niveles para el ataque a Irak previsto por la Casa Blanca. Se consideraban como el inicio de una transformación militar clave, basada en el poder mental y el ingenio de los miembros del estado mayor conjunto, para consolidar una nueva forma de ver al enemigo y derrotarlo en días o semanas en vez de muchos meses. Sin embargo, lo más relevante fue que los árbitros amañaron los juegos para que los estadunidenses pudieran vencer a sus adversarios de un país de 'Medio Oriente' (que tenía un fuerte parecido con Irak, pero pudo ser Irán). Así lo expresó al periódico Army Times el teniente general de marines retirado, Paul Van Riper, quien había aceptado representar el papel de dictador del Estado malhechor ('los rojos'). Se trata de un muy influyente y respetado general veterano de Santo Domingo, Vietnam y la Guerra del Golfo, condecorado en muchas ocasiones, al que se considera experimentado especialista en ese tipo de juegos. Los juegos se realizaron "casi totalmente conforme a un guión para asegurar una victoria (de 'los azules')," afirmó. Para gran malestar de sus antiguos colegas, Van Riper tomó los juegos muy en serio, en su papel de comandante de un ejército del tercer mundo, con bajo nivel técnico: en esa condición superó a las fuerzas estadunidenses en repetidas ocasiones. Luego de hundir una parte considerable de la flota "enemiga", dijo haber escuchado a los árbitros decir una y otra vez que "'eso no hubiera podido suceder nunca'". "Yo les respondí que nunca nadie habría pensado que se podía estrellar un avión de línea contra el World Trade Center...pero nadie pareció interesarse en mi comentario." Fue entonces que, para asombro del general, los dueños de la pelota decidieron resucitar navíos y soldados estadunidenses desde su tumba líquida, y darles otra oportunidad. Los responsables del Pentágono justificaron su decisión con el argumento de no privarlas de la experiencia desde el comienzo de las operaciones. Punto que no intentó rebatir Van Riper, quien sin embargo señaló que originalmente se le habían presentado como ejercicios donde los combatientes eran libres de escoger tácticas que pusieran a prueba las opciones estratégicas del ejército estadunidense: había aceptado participar con la idea de que le darían luz verde para tocar sus flancos débiles. Pero las sorpresas apenas comenzaban. En un momento del combate los árbitros dijeron a Van Riper que el arsenal electrónico estadunidense había destruido por completo su complejo de comunicaciones hertzianas, y que debía usar teléfonos portátiles y satelitales. Pero él decidió transmitir sus órdenes con mensajeros en motocicleta y anuncios en código desde los minaretes de las mezquitas; y con ese método, ciertamente poco ortodoxo, sólo causó el malestar de los árbitros: rechazaron una iniciativa que "Occidente" no emplearía nunca. Más tarde le prohibieron emplear armas químicas; enseguida angostaron su margen para lanzar misiles balísticos tácticos; y luego le dijeron que desplegara sus fuerzas para hacerle la vida menos pesada al enemigo: "Nos dirigieron… para mover las defensas aéreas de modo que las unidades del ejército y de los marines pudieran aterrizar con éxito", dijo él. "Simplemente nos dirigieron para que las acalláramos (las defensas aéreas) o las desplazáramos... Así lo tenían programado sin importar qué quisiera hacer con ellas el grupo que las tenía bajo control." Van Riper siguió todos los señalamientos, sin que ello le impidiera batirse con gran imaginación, hasta el día en que cayó en la cuenta que sus oficiales no obedecían sus órdenes sino acataban a los oficiales a cargo del control de los juegos. Al cuarto día de ejercicios decidió retirarse del campo de batalla virtual como protesta. Los árbitros pusieron a un dictador substituto. Para ser imparcial ante el alegato del coordinador de los juegos, el vicealmirante Marty Mayer, uno debe borrar todo recuerdo de los mensajes que enviaron los ejecutivos de Enron a sus empleados-accionistas, hoy en bancarrota: "Quiero desengañar a quien crea que los libros se cocinaron en absoluto," dijo él. Uno no debe confundir el señalamiento del general Peter Pace, vicepresidente del estado mayor de las fuerzas conjuntas, con el de un impasible presidente de consejo que busca sosegar un ambiente bursátil turbulento: "El dinero estuvo bien gastado. Y estoy seguro que aprendimos lecciones que harán que la próxima vez lo gastemos aún mejor," aseguró. Pero Van Riper advirtió al Pentágono que podría concluir erróneamente que sus tácticas experimentales sí estaban funcionando."En vez de un juego limpio, un encuentro entre dos contendientes, como el comandante de las fuerzas conjuntas anunció que sería, se volvió simplemente un ejercicio con un final predeterminado de acuerdo a un guión. Guión con el que condujeron el ejercicio hasta ese punto", dijo él. En una tónica similar, pero aún más próxima a la realidad, a fines de septiembre comparecieron ante el congreso estadunidense tres generales retirados de alta graduación, y advirtieron que en el ataque a Bagdad podrían enfrentar un "escenario de pesadilla." Dijeron eso debido a las seis divisiones de la Guardia Republicana de Irak: 60,000 hombres de unidades de élite, entre ellos 25,000 "especiales," además de las divisiones de tanques, todas ellas circundadas por miles de armas antiaéreas. "El resultado sería grandes bajas por ambos lados, además de la población civil," advirtieron. "Las fuerzas estadunidenses dominarían, ciertamente, ¿pero a qué costo? ¿Y cuál sería el costo mientras el resto del mundo observa la forma en que ganamos y hacemos explotar cargas militares en vecindarios iraquíes densamente poblados?", preguntaron. Su prevención es un teatro de operaciones con sangrientos combates casa por casa. De no prosperar las inspecciones de armamento, el cronograma de Bush llevaría a iniciar los bombardeos aéreos en diciembre y la invasión por tierra en enero o febrero. Ya están previstos para noviembre los juegos de guerra Visión Interna, en los que el comando central de EEUU desplazará 600 oficiales del estado mayor conjunto (una cuarta parte de éste) a Qatar. Para el comandante de las fuerzas en el Golfo, general Tommy Franks, ello representaría un puesto de avanzada del cuartel central ubicado en Florida. La Cámara de Representantes ha estimado el costo de la guerra entre 30 mil y 60 mil millones de dólares, sin cubrir costos de los "cuerpos de paz" (ocupación) de posguerra, para fuerzas de 250.000 hombres que deberían vencer en 30 o 60 días, y otro caso en el que la mitad de esas tropas lograran igual cometido en los mismos periodos. Las fuerzas atacantes requieren tener una superioridad numérica en hombres de tres a uno. Lo cierto es que el Pentágono necesita digerir un presupuesto que crece a magnitudes sin precedentes (ya se acerca a los 400 mil millones de dólares e iguala la sumatoria de los siguientes 15 presupuestos militares más grandes del mundo), y para ello se agita en debates sobre cómo trasformar sus fuerzas y hacerlas más flexibles. Desafío del Milenio se diseñó para probar las novísimas doctrinas y tácticas experimentales recomendadas por el secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld, que el Pentágono refirió como una "transformación militar" orientada a que las fuerzas estadunidenses sean más móviles, imaginativas y atrevidas. Van Riper no se opuso a ese nuevo estado de espíritu. Su única preocupación era ensayar las innovaciones con seriedad antes que las hostilidades -las verdaderas- empiecen. No quedó muy impresionado por los "conceptos" que supuestamente se experimentarían, tales como "Operaciones con base en la eficacia," "Evaluación operacional neta" y "Operaciones decisivas rápidas." Pareciera que el verdadero punto clave en el fracaso espectacular de esos juegos de guerra habría sido la invasión del lenguaje corporativo-empresarial. Es interesante cuando uno lo observa; no contento con su conquista del medio político, casi universal, ahora tiende a imponerse como jerga del ambiente militar también. El diagnóstico del general Van Riper es nítidamente post-orwelliano; "¡Como si alguien se propusiera operaciones lentas y no decisivas!" dijo él..."Era como si nadie pudiera hablar en inglés llano," y afirmó que se trataba de poco más que unos eslóganes que los juegos no habían puesto a prueba en modo alguno. Allá ellos. |
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