Portada | Directorio | Buscador | Álbum | Redacción | Correo |
5 de octubre del 2002 |
Virginia Giussani
No recuerdo si García Márquez habrá imaginado escenas tan surrealistas en su querido Macondo como las que a diario nos propone mi querida Argentina. Este país que no es inventado, aunque a veces pareciera, esta gente que no es de ficción, sino de carne y hueso, de sueños mutilados, resiste y soporta aquellos que nos gobiernan con sus gestos impúdicos, soberbios, humillantes.
El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ha encontrado el modo de enfrentar a quienes ha excluido de la sociedad, a quienes ha condenado a la indigencia, a ese ejército de hombres y mujeres que no quieren despertar cada mañana por no afrontar un día más de desesperación. Anibal Ibarra, jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quizás pueda dormir tranquilo: finalmente consiguió resolver el problema que le quitaba el sueño. Desde hace unos días, el dinero de los contribuyentes se desparrama en una campaña publicitaria nauseabunda. Frente al televisor podemos observar, estupefactos, una campaña publicitaria que nos explica cómo tenemos que separar y ordenar la basura para facilitarle el trabajo a los cartoneros. Permanentemente somos bombardeados por imágenes de amas de casa sonrientes porque de esta manera evitan la suciedad en la vereda, como cartoneros relajados poniendo en su carro una prolija bolsita de basura. En este país, que no es una fábula, la degradación ha conseguido transformarse en un nuevo status social, avalado, cínicamente, por aquellos que hemos elegido para garantizar nuestras condiciones básicas de supervivencia. El tema, según ellos, no pasa por encontrar los mecanismos, dramáticamente urgentes, para salir de la miseria; pasa por asumirla como un dato irremediable y ordenarla, disimularla, transformar en un alegre acto solidario la agresión social que significa recoger basura para sobrevivir. En países más desarrollados, la selección de residuos se viene aplicando a partir de una conciencia ecológica; aquí se empieza a aplicar desde su contracara, que bien lejos está de la ecología. Jamás nos hemos ocupado de la degradación de la tierra que nos cobija; por qué habríamos de ocuparnos de la degradación del hombre. No me sorprendería que dentro de unos meses, en lugar de dos bolsas diferenciadas, haya tres, una con comida, porque ya la industria del cartón estará saturada y el hambre sin saciar. Entonces, quizás, nuestros brillantes gobernantes inventen un nuevo rubro: los famélicos. Hace muchos años, Leopoldo Marechal supo dibujarnos en su verso, hoy más presente que nunca: "La patria es un dolor que aún no sabe su nombre." |
|||
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción |