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La insignia
2 de octubre del 2002


Me gusta como soy


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Virginia Giussani
La Insignia. Argentina, 2 de octubre.


Cuando uno tiene hijos pequeños y trata de meterse en su mundo más que imponerles arbitrariamente nuestro mundo de adultos, puede llevarse sorpresas. Son niños y su visión de la vida, generalmente, carece de filtros para descifrarla; tienen la virtud y la sabiduría de aplicar en cada uno de sus actos el sentido común: si algo duele es malo, si algo alegra es bueno. Tan simple como eso, y esto no se reduce tan sólo a estados físicos, sino también a estados del alma. Duele tanto una rodilla desgarrada cuando sangra, como una humillación.

Frente a la desazón de los últimos tiempos en nuestro mundo de adultos, bien vale detenerse un instante y ponerse en el pellejo de estos locos bajitos. Hace unos días participé en la escuela de mi hijo de una jornada dedicada a la lectura. Es una escuela del Estado, de pocos recursos y con un nivel sociocultural muy bajo, cada vez más. En lejanas épocas, la escuela estatal era un medio de enseñanza de una clase media en crecimiento; hoy se está transformando en un duro contenedor de esta nueva categoría social que en los últimos años ha emergido brutalmente: los excluidos.

Lo padres de los compañeritos de mis hijos forman parte de este nuevo diseño social. Es gente que vive en hoteles, ciertamente no de categoría, sino patéticas pensiones derruidas; en casas tomadas, o sobreviviendo a partir de trabajos marginales y esporádicos que puedan encontrar. Cada vez son menos aquellos que aún conservan un empleo en relación de dependencia, es decir un sueldo a fin de mes, obra social y garantías mínimas de dignidad.

Sin embargo, en lo personal, apuesto por la escuela pública. Apuesto a sus maestros que dan lo que no tienen para educar y contener a este manojo de niños que en algún lado tienen que aprender que la vida también es otra cosa. La escuela Carlos Pellegrini, D.E 3º, lo enseña y muy bien.

En la jornada de lectura que compartían padres e hijos, una de las cosas que más me conmovió y me hizo sentir que el futuro puede llegar a ser distinto, es una canción que cantaron los niños de 4º grado, escrita por ellos y ayudados en la composición por el profesor de música:

Me gusta como soy

Si te discriminan/ no les hagas caso/ no seas como nadie/ sé sólo vos.
No te pongas mal/ tampoco a llorar/ no te conocen/ no pueden opinar.
Me gusta como soy/ aunque me rechacen/ y sienta dolor.
Me gusta como soy/ cuando soy yo mismo/ brillo más que el sol.
No piensan en vos/ tampoco en tu valor/ que seas como ellos/ no como sos vos.
Si te discriminan/ no tienen razón/ porque no hablan/ con el corazón.
Me gusta como soy/ cuando soy yo mismo/ brillo más que el sol.

Más allá de la emoción al oir cantar a estos niños de 9 años, la sensación también fue de vergüenza. El mundo al que se resisten, es el mundo que les estamos proponiendo. Sin embargo, el acto de esta escuela no es un acto aislado dentro de una burbuja; en muchas escuelas del país le están dando más valor a la condición humana que a una ecuación matemática. La solidaridad se ha transformado en una materia fundamental. Mientras el mundo se derrumba en intereses mezquinos, hay otro mundo, pequeño, desconocido, que crece. Les dejaremos los escombros, pero confío en que ellos puedan reconstruir una nueva casa en donde entren todos en igualdad de condiciones.



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