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16 de noviembre del 2002 |
Nueva fuente de ingresos para los países del sur
Edith Papp
Entre tantas informaciones de infortunios que nos hablan de hambrunas, epidemias y conflictos armados, a las que nos tienen acostumbrados los medios informativos sobre África, las buenas noticias suelen pasar desapercibidas, dejándonos una imagen de desesperanza y pesimismo sobre el futuro del continente negro.
No sólo ocurre así con el análisis tan necesario (y tan ausente en nuestros medios) de sus guerras civiles, multiplicadas desde la caída del Muro de Berlín, sino también con la ausencia total de informaciones sobre sus aspiraciones y avances para dejar atrás la época en que parecía "caerse del mapamundi" al perder su relevancia geopolítica como campo de batalla de la confrontación bipolar de la Guerra Fría. Casi nadie ha reparado, por ejemplo, en que hace apenas unos días el país más poblado del continente, Nigeria, anunció su intención de enviar su primer satélite al espacio, en julio de 2003, co-producido y diseñado conjuntamente con una firma británica. Es el proyecto más ambicioso del Consejo Espacial Nigeriano, presidido por el actual mandatario Olosegun Obasanjo, que servirá para recoger informaciones meteorológicas para luego desempeñar funciones propias de un satélite de telecomunicaciones: un sector en plena expansión que alcanza también al continente negro. El asunto tiene múltiples implicaciones, entre ellas la incorporación del gigante africano y principal productor de petróleo de África Subsahariana al negocio de los lanzamientos que promete generar enormes beneficios en este siglo. Sus características geográficas particulares pueden asegurar a Nigeria una nueva fuente de ingresos, acomodándose de este modo también a la nueva era, de la que los países del continente negro se sienten tan marginados. Localizado justo al norte de la línea del ecuador, los cohetes pueden sacar mayor provecho de la rotación de la Tierra para colocar en órbita los vehículos espaciales que abandonan la atmósfera terrestre cada vez con mayor frecuencia, a medida que se aceleran los esfuerzos para la conquista del espacio y la explotación comercial de las oportunidades que ofrece. La creciente presencia de los países del llamado Tercer Mundo en la costosa aventura de los viajes espaciales es un hecho que merece especial atención en una época en la que se multiplican las advertencias sobre la necesidad de que el espacio cósmico sea preservado de las rivalidades de la Tierra y su gradual descubrimiento "sirva los intereses de todos los países por igual, independientemente de su tamaño o desarrollo económico", como establece el Tratado del Espacio Extraterrestre, elaborado bajo los auspicios de la ONU. Entre los ejemplos en África del creciente interés por el espacio extraterrestre merece también destacar otro país: Kenya, cuya playa de San Marcos ha sido escenario del lanzamiento de nueve satélites desde la década de los setenta con la colaboración de Italia; y la República Sudafricana, donde la reciente visita a la Estación Espacial Internacional de un millonario - por supuesto blanco - dejó un marcado interés por la búsqueda de vías más efectivas y menos simbólicas de incorporarse a este sector tan prometedor como complejo y costoso. En América Latina, Brasil, que desde 1997 viene realizando esfuerzos para participar en la construcción de la Estación Internacional, se vio obligado hace pocos meses a retirar su compromiso alegando dificultades financieras, mientras Chile y Argentina realizan investigaciones científicas que podrán ser de utilidad cuando se generalice la cooperación en esa materia, dominada en la actualidad por un grupo de naciones altamente industrializadas. Mención aparte merecen la India, que en las últimas décadas ha enviado numerosos satélites al espacio y actualmente trabaja en un ambicioso proyecto relacionado con la investigación de la Luna, o China, cuyas aspiraciones en el nuevo siglo podrán verse favorecidas por el continuo desarrollo de su programa espacial iniciado en la década de los 50. El creciente interés de los países del Sur por el espacio extraterrestre, lejos de constituir excentricidades que contrastan con sus graves problemas socioeconómicos muy terrenales, resulta ser un llamamiento a la cordura en un momento en que se multiplican las advertencias con respecto al peligro de militarización del cosmos. Los desmedidos afanes de dominio mundial de la administración republicana estadounidense se extienden peligrosamente más allá del planeta también, según reflejan las reiteradas referencias del Secretario de Defensa Rumsfeld a la necesidad de tener siempre el control "del punto más alto" que en nuestra época no es más que el espacio, según él mismo aclaró en una comparecencia ante el Senado en febrero de 2002. La teoría militar en boga del full spectrum dominance (dominio de espectro pleno) implica la superioridad estadounidense en el aire, mar y tierra, a los que se suma el cosmos, que se ha incorporado paulatinamente a los proyectos estadounidenses desde la Guerra de las Galaxias del presidente Ronald Reagan. El componente militar parece constituir un elemento cada vez más importante en el pensamiento estratégico norteamericano que se suma al hambre de beneficios de las grandes transnacionales que también han puesto sus ojos en las increíbles posibilidades que ofrece la conquista del espacio. Esto se refleja en que Rumsfeld haya solicitado del Congreso el incremento del presupuesto espacial norteamericano en un espectacular 147% de aquí a 2007. Con las formidables oportunidades que ofrece sólo nuestro acompañante más cercano, la Luna (sin hablar de las promesas de las galaxias aún por descubrir), bastaría para concentrar todos los esfuerzos en investigaciones pacíficas. Según las intervenciones del reciente Congreso Mundial del Espacio celebrado en Houston, el suelo lunar contiene suficiente Helio3 como para atender buena parte de las necesidades de energía limpia (no radiactiva) de la Tierra. Conociendo la proverbial voracidad de las industrias extractivas del planeta Tierra (que causaron enormes daños ecológicos en numerosas regiones del Sur), no resulta difícil hacernos una idea de hasta dónde podrán desfigurar el pálido rostro de la Luna los proyectos de actividades mineras. Lo que desde ahora sí es cierto, es que, en vista del impetuoso desarrollo de la ciencia espacial (cada vez más traducido en proyectos comerciales), la comunidad internacional deberá alzar la voz, antes de que sea tarde, para que ni las armas de destrucción masiva (esas mismas que el presidente Bush busca con tanto afán en manos de dictadores de "estados delincuentes") ni la filosofía del expolio deberán llevarse al espacio. |
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