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18 de noviembre del 2002 |
De la masa al ciudadano
José Marzo
"En una sociedad atomizada, cada átomo vale lo que vale su masa", afirmaba un ideólogo del siglo XIX. De ahí se argumentaba que la fuerza de un colectivo equivalía a la suma aritmética de los individuos que lo componían.
En el proceso de integración de un individuo atomizado en un colectivo masificado, el individuo quedaba despojado de su particularidad. Como en las sectas religiosas, pasaba a convertirse en un miembro del cuerpo, el partido, la empresa, la nación. Carecía, pues, de una capacidad individual de actuar y era irresponsable de los actos del cuerpo, cuyas decisiones le trascendían; a cambio ganaba la seguridad mental y material aportada por el conjunto y la emoción de pertenecer a una gran hermandad. No es paradójico que la era de las masas haya sido también la de los personalismos, y esto por dos motivos: eran grandes personalidades empresariales, sociales y políticas las que, como Bismarck o Ford, descubrían un magma de individuos atomizados en busca de identidad colectiva, y también eran grandes personalidades las que, una vez constituida la hermandad, se colocaban a su frente para orientarla unívocamente en la dirección que consideraban conveniente. Este fenómeno no es sólo político y social, sino también empresarial. En este último caso quizá resulte menos evidente, a causa de su omnipresencia, aunque se ajusta estrictamente al modelo: el gran empresariado descubre una necesidad de consumo y un filón de mano de obra atomizada necesitada de trabajo, toma unilateralmente las decisiones, sin crítica ni contrapesos internos, y explota lagunas del mercado; en las últimas décadas ha conseguido intensificar o incluso crear, por la vía de la publicidad, necesidades entre los consumidores atomizados, anhelantes de identificarse con un producto o una marca. En política, el proceso de masificación tiene como casos extremos las modernas dictaduras, tanto "de derechas" como de las llamadas "de izquierdas". Pero cuando lo social, la empresa y la nación se han unido en un solo proyecto común, de carácter corporativo, el resultado es el que todos conocemos: el fascismo, el estalinismo, el nazismo. Todas las variantes comparten un rasgo: no existe pluralidad interna, el trabajador y el súbdito carecen de libertades efectivas y no pueden participar con responsabilidad en la toma de decisiones. Decía Groucho que él nunca ingresaría en un club que admitiera a gente como él. Un ciudadano, animal político y participativo, sólo debería trabajar en empresas y asociarse a clubes en los que se admitan, incluso, a personas como Groucho. |
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