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21 de mayo del 2002 |
Alejandro Jodorowsky: El chamán de París
Gabriel Sosa
La danza de la realidad
A pesar de la impresión que producen sus primeros capítulos, este libro no es exactamente de la autobiografía de Alejandro Jodorowsky, sino más bien su autobiografía mágica, cosas que no son lo mismo aunque a veces se parezcan. La danza de la realidad cuenta en primera persona los sucesivos (y formativos) encuentros de Jodorowsky con el, digamos, otro mundo, y su fructífero tráfico con el más allá. O tal vez esto no sea del todo exacto, y sobre lo que trata el libro es sobre cómo Jodorowsky fue relacionando con las otras realidades, y cómo su percepción se fue aguzando hasta percibir y relacionarse con otras esferas de conocimiento. En fin. Se trata de un libro, como todos los de Jodorowsky, cautivante, abigarrado, imaginativo y flamboyant. Un libro fácil de leer, pero no fácil de digerir.
Harry Jodorowsky El comienzo engañoso del libro, sus primeros capítulos, son lo más deleitable. En ellos Jodorowsky cuenta su infancia en la norteña localidad chilena de Tocopilla primero y en Santiago después, su adolescencia y su juventud en un Chile donde la poesía era asunto nacional, sus inicios en el teatro y, por fin, su partida, sin medios de sustento, hacia París. Toda esta zona del relato está dominado primero por las figuras de sus dos padres, seres realmente detestables hasta lo monstruoso, y por su primera musa (la poetisa Stella Díaz Varín, aún en actividad, y a la que, a riesgo de quedarse corto, puede catalogarse como excéntrica) y sus amigos bohemios. Los padres de Jodorowsky son personajes imposibles; la madre una mujer frustrada, fría y encorsetada (literalmente) que nunca le prodigó una caricia, y el padre un fortachón obsesionado con el dinero y la hombría, acomplejado por un pene minúsculo y admirador de Stalin hasta el punto de dejarse crecer el mostacho y hacerse fabricar chaquetas sin solapas y de cuello alto. Su musa, una mujer de pelo rojo que se pinta la cara de colores (no se maquilla, se pinta), fuma en pipa y le obliga a descoserse el forro de un bolsillo del pantalón para poder llevarlo aferrado por los genitales mientras caminan juntos. O al menos así los describe Jodorowsky, que también cuenta como, mientras crece entre minas de salitre, pueblos que decaen, gobiernos alternativamente populistas y militaristas, y un sinnúmero de experiencias traumáticas (incluyendo la educación de él, un adolescente judío, en un liceo pro-nazi), la magia se emperraba en llegar, en rodearlo de acontecimientos extraordinarios y en brindarle perlas de sabiduría por medios no ortodoxos: el viento trae hasta su pié una hoja arrancada de un libro místico, un borracho que sale a orinar le dice alguna frase digna de Confucio, un perro le transmite una profunda enseñanza sufí. El mundo de Jodorowsky es una feria de fantasías, y trata su propia historia como si fuera uno de sus novelas. De hecho, esta primera parte de La danza de la realidad se parece a una versión atenuada de su libro El niño del jueves negro, y se intuye tan veraz como lo que Cien años de soledad tenga de genealógico con respecto a García Márquez. Lo lamentable es que Jodorowsky, una vez parte de Chile, decide no llevarse a su Macondo consigo, y el resto del libro cambia de tono y de interés. Gurdjieffosky A partir del momento en que deja su tierra natal, el autor deja de centrarse en los acontecimientos puramente biográficos, y comienza a relatar su formación mística. Como si fuera a la vez Castaneda y su propio Don Juan, Jodorowsky se formó solo, llevado por la curiosidad y tomando de cada fuente lo que le servía. Esto da pie a un montón de anécdotas y pequeños cuentos, pero también a páginas y páginas de disquisiciones místicas y de relatos de sus triunfos en las otras esferas de conciencia. Al final de su periplo, y en un momento en que se encuentra, a los 50 años, sin trabajo, sin dinero y sin sustento, Jodorowsky descubre que puede sintetizar toda su experiencia en dos o tres disciplinas, y transmitirlas. Ha nacido la psicomágia. Entonces, ¿es Jodorowsky un místico, un Gurdjieff moderno, o un simple, vulgar y encantador chanta? Leyendo La danza de la realidad la pregunta parece contestarse sola por momentos, para después reformularse y volcarse por lo opuesto. En el extenso relato de este periplo místico, lo sublime no duda en mezclarse con lo ridículo, a veces dejando al lector perplejo. ¿Cómo reaccionar ante la seriedad con que Jodorowsky cuenta cómo se pasó dos meses sobando a diario una gran piedra a la intemperie, con la intención de "humanizarla", según un mensaje místico enviado por la Virgen Negra? ¿O cuando cuenta, con arrebatos de revelación, cómo hizo saltar al agua en mitad del mar, vestidos con ropas pesadas, a todo el elenco de su película La montaña mágica? En este último caso es difícil, a pesar de su entusiasmo sobre la redención espiritual que este hecho le produjo, ver no una acción mística sino una simple locura que pudo haber ahogado a todo el grupo (de hecho eso fue lo que vieron los actores, que se negaron de lleno a más "misticismos). Jodorowsky no está ajeno a este costado jocoso, ni mucho menos. A pesar de ser el héroe de su propio viaje, nunca parece tomarse del todo en serio. Por ejemplo, su propia versión de Encuentros con hombres notables (la obra de Gurdjieff en que cuenta su supuesta iniciación mística, de la mano de diversos santos) es una larga cadena de situaciones cómicas, abandonos intempestuosos y hechos turbios. Un monje zen al que le pagó una enorme suma para que lo enseñe, se manda mudar al enterarse de que sus compañeros de meditación toman tranquilizantes antes de cada sesión de meditación. Un santón boliviano con base en Nueva York, que le exigió 17.000 dólares por dos sesiones en México, se va después de la primera, argumentando problemas en su templo base (antes de eso le hizo conseguirle una suite de lujo en un hotel, un kilo de marihuana y una inyección de morfina). Marcel Duchamp lo sacó a los gritos luego de que el despistado Jodorowsky abriera inadvertidamente la puerta del baño donde el Gran Maestro del surrealismo estaba defecando. El propio Castaneda debió irse apresuradamente de la casa de Jodorowsky sintiendo unos dolores terribles que podrían explicarse como un ataque psíquico, pero también como una diarrea fingida para poder huir (Castaneda termina la historia desapareciendo con una actriz de televisión de muy buen ver). Las dos caras de A.J. Jodorowsky muestra su vida como un recorrido visionario por una montaña mágica, un deambular por terrenos incógnitos, un viaje, una iniciación y una perpetua alegría. Y sin embargo su historia, incluso cuando deja de contarla como tal, lo muestra imperfecto, humano y hasta en momentos deja entrever costados turbios. Repetidas alusiones al tema lo hacen parecer extrañamente homofóbico. Parece tener una extraordinaria facilidad para partir de donde se encuentre, y de inmediato olvidar a los seres queridos que tuviera. De hecho, varias veces en el libro relata escenas de reconciliación (por supuesto "psicomágicas") con tal o cual de sus hijos, sin que se ahonde en detalles de su procedencia, de quien es su madre o ni siquiera de cuentos hijos tiene en total (en una foto, proveniente de la promoción de una obra de teatro, aparece rodeado de la sorprendente cantidad de diez de sus vástagos, sin que se aclare si son todos o hay más). Pero como él mismo hace notar en una página del libro, recitando un proverbio tibetano (que vaya a saber si alguna vez se oyó en el Tibet), "no juzgues los defectos de tu maestro. Si tienes que cruzar un río, no importa que la barca esté despintada". Hubiera sido deseable que La danza de la realidad fuera más autobiografía y menos mágica, incluso manteniendo ese estilo de corte de los milagros que tiene la primera parte del libro. Hubiera sido un placer poder leer, en sus propias palabras, qué tierras (físicas y no oníricas) ha recorrido, qué gente ha conocido, cómo llegó a cineasta (sí cuenta sus inicios en el teatro, las marionetas y la mímica, actividad esta en la que destacó como el que mejor le sostenía los letreros a Marcel Marceau en sus representaciones), la escritura y los comics, qué ha hecho o dejado de hacer; ese tipo de cosas físicas. Hay en su libro mucho material de este tipo, muchas anécdotas, muchos personajes célebres y muchas maravillas, pero desordenado y fragmentario, que deja entrever el océano de experiencias que debe haber sido la vida del narrador y que produce ganas de más. Pero La danza de la realidad es lo que él quiso contar, y en realidad no le faltan encanto, desfachatez, buena prosa, interés y a veces hasta profundidad. Jodorowsky será una barca despintada y un poco escorada, pero es una barca amplia, lujosa, recargada, confortable, genial y querible, un poco chanta, un poco santa. |
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