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La insignia
14 de mayo del 2002


Utopía, te odio y te quiero


Marcos Winocur


En sentido estricto o, si se quiere, tradicional, utopía es una idea que mejora radicalmente la realidad y que ésta no admite. Por realidad me refiero tanto a los obstáculos puestos por la naturaleza física o biológica, como por voluntad de la mayoría de los seres humanos. Si la utopía propone contradecir la ley de la gravedad o irnos de viaje a las estrellas, Mamacita Naturaleza dice "no" y rotula: ciencia ficción. Si la utopía propone contradecir el sistema, los mayores obstáculos proceden de la resistencia ofrecida por las estructuras mentales dominantes, que dicen "no" y rotulan: somos las guardianas de la identidad.

Por el momento, así están las cosas.

Hubo un tiempo en que las estructuras mentales se acompasaban a la realidad que les había dado origen, como el feudalismo en el Oriente de Europa; es el caso de Rusia durante siglos: el zarismo gobernaba, los campesinos trabajaban y las estructuras mentales se transmitían de generación en generación. Eran poderosas; más, mucho más de lo que después se pensó. Habían adquirido el don de la autonomía, no tenían ya que pedir permiso a la realidad para existir, no les importaba cuán feudal se conservaba ésta, gobernaban en la cabeza de los hombres. Dio la impresión que eran derrotadas en 1917, cuando la Revolución rusa. Pero no. Como ciertos virus, se conservaron alojadas en el cerebro en estado de latencia, esperando pacientemente su oportunidad.

Hay que recordar que en la Rusia zarista, la servidumbre recién fue abolida en el último tercio del siglo XIX, y muchos ni se dieron por enterados. El país había ganado un sólido prestigio en Occidente como el más atrasado de Europa. Así, en 1917 la realidad hacía agua por los cuatro costados y las estructuras mentales dominantes tomaban sol en las playas del Mar Negro, despreocupadas. Entonces llegó la revolución. Era el momento de proponer un modelo social alternativo. Pero... dejemos mejor la palabra a Karl Marx y a Fernand Braudel. El primero dijo: "El peso de las generaciones muertas oprime el cerebro de las vivas." Y el segundo: "Las ideas son cárceles de larga duración."

Creo que aquí podría terminar este artículo. Pero un maligno afán perfeccionista me lleva a continuarlo cuando ya todo, o casi todo, queda dicho. Una pregunta continúa rondando las cabezas. ¿Por qué cayó la URSS? Después de tres cuartos de siglo de experiencia socialista, se vino abajo como castillo de naipes, por no decir como calzón de puta. Las estructuras mentales del pasado dejaban el estado de latencia y desfilaban en la Plaza Roja. ¡Increíble! Y bien, a más de una década de haber ocurrido, la pregunta continúa pareciendo endemoniadamente difícil cuando la respuesta es endemoniadamente fácil. Desde luego, convergencia de factores de orden coyuntural, como el rezagarse en la carrera con EEUU, y especialmente en el rubro más sensible, el de los armamentos y, ligado a esto, la idea de que se podía canjear la renuncia al socialismo por paz, es decir, el cese de la amenaza nuclear sobre las cabezas, más una debilidad general en el otrora "campo socialista" que llevó a Gorby a aceptar el desgaje de sus aliados del Pacto de Varsovia y disolver a éste, y luego a Yeltsin a llegar más lejos, tolerando idéntica actitud a repúblicas pertenecientes a la URSS, también extinguida... etcétera.

¿Por qué cayó la URSS? Otra sin embargo resulta la condición necesaria: la voluntad de los rusos quienes en definitiva dijeron "no" al socialismo de raíz marxista. Puedo proponer los planes más perfectos para la vida futura pero si la gente -los supuestos beneficiarios- dice "no", por los motivos que sean, la idea queda en utopía, no se realiza a pesar de ser factible. No es que no se pueda, no se quiere. Esa negativa generalizada fue a nuestro entender la condición necesaria y suficiente. Los factores de orden coyuntural apuraron el proceso. Y frente a la utopía comunista, se levantó otra, la del capitalismo, el libre mercado, la iniciativa privada, el self-made-man, etcétera.

Y tuvo un efecto arrollador sobre los ciudadanos de los países tras de la "cortina de hierro", según expresión que acuñó Winston Churchill. ¿Por qué ese efecto arrollador? Porque la gente ya había tomado su decisión: prefería competir entre sí a cooperar entre sí. Es cierto que los "aportes" estalinistas contribuyeron a esa decisión, pero tampoco convenció el modelo antiestalinista de Gorby en los años ochenta. Fue un repudio tanto a la línea dura como a la línea blanda. La tranquilidad bajó para los ciudadanos del Este cuando el sucesor Yeltsin abrió oficialmente las compuertas al capitalismo en los años noventa... tranquilidad que poco duró; los ex soviéticos pudieron advertir hasta qué punto el modelo capitalista había sido maquillado por la propaganda occidental.

Y bien, tan fuerte es la necesidad de autoengaño frente a la adversidad, que la gente está dispuesta creer en las utopías aun cuando sepa que nada las garantiza. En ese sentido, tanto puede serlo una religión como una propuesta política. Tanto el cristianismo como el comunismo. La sociedad de las almas virtuosas alcanzadas por la salvación es tan igualitaria como la sociedad donde todo mundo es proletario, una en el cielo y la otra en la Tierra, ambas nadando en la felicidad. En diferentes épocas y ciclos de la historia, las utopías cristiana y comunista tuvieron la virtud de arrastrar tras de sí a las masas. Éstas marcharon a la reconquista del Santo Sepulcro y se llamaron Cruzadas, o bien, más modestamente, van hoy a rendir tributo a la virgen de Guadalupe todos los doce de diciembre en México. Así, la utopía religiosa en Occidente. Otros contingentes también de miles y miles, fueron a librar la lucha de clases con el objetivo de dejar la bandera en manos del trabajador para que él, haciéndose de las riendas del Estado, operara la transición al comunismo.

Los cristianos tuvieron sus catacumbas y sus mártires, acabando por ser poder en la misma Roma que tanto los combatiera. Desde entonces y por algo menos de dos mil años, la influencia del Vaticano ha tenido sus oscilaciones, tendiendo hoy a una declinación. Pero su ciclo milenario aún no se ha cerrado. En cambio, para el comunismo se cuenta un escaso siglo y medio a partir, digamos, del "Manifiesto" de Marx y Engels a mediados del siglo XIX, a la caída de la URSS a fines del XX. Los mártires del comunismo fueron incontables, hombres y mujeres que no vacilaron en dar lo mejor de sus vidas y luego sus vidas mismas en el mundo entero, en guerras, revoluciones y protesta social. Y que también conquistaron el poder. Frente a Roma, sin embargo, Moscú fue apenas un suspiro, si de duración se trata. De todos modos, la fe de un marxista no le ha ido en zaga a la de un cristiano, pagando cada una su precio.

Esa creencia absoluta, en unos casos fe, en otros fanatismo, a veces sin poder distinguir una de otro, ha ido acompañada por razonamiento. Éste, bien que a la zaga de la fe, no por eso inútil. El marxismo recoge la idea de que los grandes ciclos históricos van marcando un desarrollo progresivo. Se pasa de las llamadas sociedades del tributo y del esclavismo a la organización feudal y de ésta a la sociedad capitalista. El progreso se marca naturalmente en el desarrollo de las tecnologías y en cómo la situación del explotado va mejorando. Esto último interesa especialmente al marxismo. Los explotados no desaparecen del cuadro social pero cada vez la distribución de los bienes, en general, resulta más equitativa y también de los derechos que la sociedad les reconoce. Y esto ocurre porque, de época en época, hay un mayor fondo de bienes producidos aun cuando nunca lo suficientemente grande para beneficiar a todos.

Y bien, dice Marx, con la revolución industrial del capitalismo ese paso se ha dado, en adelante nadie debe sufrir hambre, nadie debe continuar explotado, hay suficiente para todos por primera vez en la historia. Bajo el comunismo, concluye Marx, "a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad".

El cristianismo también recurre al razonamiento, plantea el paraíso como la justa recompensa a las acciones y pensamientos del hombre, cada uno juzgado individualmente. El hombre está dotado del libre albedrío, el cual lo hace responsable, sus actos e intenciones se definen por el bien o el mal, y según ellos responde. El juez supremo de los creyentes es Dios, para los comunistas es la Historia. Ya influido por un pensamiento de izquierda, es lo que proclama Fidel Castro ante el tribunal que lo juzga por el asalto al cuartel Moncada en Cuba: "La Historia me absolverá".

De modo que el hombre está inmerso en la realidad, la hace objeto de conocimiento y la transforma a su medida, que varía con el paso del tiempo. Pero la mente del hombre tiene su propio juego y no se conforma con prever el mañana con la aproximación posible, pretende ir más allá, como quien dice al "pasado mañana". Cuanto más se distancie la mente del hoy, más se verá en los dominios de la ficción. Así reina la utopía. A Marx, torturado por acabar con la injusticia social de sus tiempos, no le simpatizaba la utopía y llegó a escribir que "la humanidad en rigor sólo aspira a aquellas metas que puede alcanzar". Y en realidad, lo hace con ésas y con las otras, las utópicas, ambas son sus amores y, si fallan, sus odios. Para mantenerse firme en la larga, larguísima batalla por las metas que cree poder alcanzar y en cuyo camino es derrotado una y otra vez, el hombre sueña y sólo acaba de deslindar las metas posibles de las utópicas cuando las primeras se realizan y las segundas no. Es decir, en los hechos, en la vida misma, mucho más sabia que sus pensamientos. Las religiones, utopías con creyentes. El comunismo, utopía casi sin creyentes. En cambio: revolución industrial, el sistema solar nos abre sus puertas, el hombre fabricante de hombres u otros seres vivos, las fuentes de energía renovables, tal la nuclear, todo eso era visto como sueños y se ha probado que no lo son. No hay mejor argumento a su favor que el "sí" dado por la vida.

El comunismo, a su hora planteado como algo real-racional en términos hegelianos, en fin, como algo necesario para evitar la "putrefacción" de la historia, el comunismo o, si se quiere, el socialismo de raíz marxista, hoy es considerado en el mejor de los casos una utopía y, como tal, no fue.

Utopía, te odio y te quiero. Te odio porque no fuiste, te quiero porque permaneces.



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