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La insignia
7 de mayo del 2002


Saramago, Dios y el peso de los nombres


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Carolina Broner
El Espejo de Argentina y el Mundo. Argentina, mayo del 2002.


Acusaciones: Una vez más, el escritor portugués alzó su voz para denunciar las matanzas en nombre de Dios. El valor de su palabra, enfrentado a la necedad de quienes no distinguen entre nación y religión.


Un hombre sentado en un jardín mira un libro con cierta desconfianza. El libro, es un regalo de su hermano mayor que mira con asombro al hombre de la desconfianza y el libro en la mano. Ninguno de los dos es argentino, aunque en breve cumplan cincuenta años en estas tierras. Nacieron en la misma casa pero se asumen de nacionalidades distintas. El uno, el del libro, el dueño del jardín, se dice hijo de Israel. El otro, el del regalo y la delgadez extrema, insiste en su condición de palestino.

Los hombres de la escena fueron llamados por sus padres Zeev y Naftali. Zeev, lobo. Naftali, ciervo. El libro en cuestión fue llamado por José Saramago: "Todos los nombres". Los hombres nombrados Lobo y Ciervo, discuten en el jardín. "Es que a Saramago le hice la cruz hace semanas", dice Zeev. "En todo caso, le habrás hecho la estrella de David", murmura Naftali.

La escena, real, aunque menor y casi absurda, está plagada de detalles mayores y cargados de implicaciones.

Sobrevuela la esencia del "se metió con nosotros". La misma esencia que plaga los discursos de George W. Bush cuando le declara la guerra al mundo con su "Justicia infinita" y su "Libertad duradera". La misma esencia del God bless América que lleva a un sin número de norteamericanos a preguntarse "por qué nos odian tanto", cuando desde el sur del continente se alza el grito "Fuera yankis de América Latina". Una esencia que justifica el odio atroz entre árabes y judíos. La supuesta certeza de que Dios justifica la brutalidad y el genocidio.

La desconfianza, la cruz y la estrella de David tachando a un Saramago que se atrevió a utilizar su nombre, forjado a base de una prosa lúcida y comprometida, y el peso de su condición de premio Nobel para acusar de asesinos a quienes gobiernan el Estado del pueblo elegido y de necios a quienes insisten en su condición de únicas víctimas.

"Intoxicados mentalmente por la idea mesiánica de un Gran Israel que haga por fin realidad los sueños expansionistas del sionismo más radical, contaminados por la monstruosa y arraigada 'certeza' de que en este mundo catastrófico y absurdo existe un pueblo elegido de Dios y que, por tanto, están automáticamente justificadas y autorizadas, en nombre de los horrores del pasado y de los miedos de hoy, todas las acciones nacidas de un racismo obsesivo, psicológica y patológicamente exclusivista, educados y formados en la idea de que cualquier sufrimiento que hayan infligido, inflijan o vayan a infligir a los demás, especialmente a los palestinos, siempre será inferior a los que ellos padecieron en el Holocausto, los judíos arañan sin cesar su propia herida para que no deje de sangrar, para hacerla incurable, y la muestran al mundo como si se tratase de una bandera", decía Saramago hace semanas en un artículo publicado por la prensa nicaragüense y reproducido por La insignia con el título De las piedras de David a los tanques.

"David, hoy, es Goliat, pero un Goliat que ya no carga con armas de bronce inútiles y pesadas. Aquel rubio David de antaño sobrevuela en helicóptero las tierras palestinas ocupadas y dispara misiles contra inocentes desarmados, aquel delicado David de otrora tripula los tanques más poderosos del mundo y aplasta y revienta todo lo que encuentra a su paso". El atrevimiento de estas líneas le valió al escritor portugués la acusación de antisemita.

El discurso de Dios funciona entonces, como lo ha hecho siempre, como venda en los ojos. No en un afán de justicia ciega. O sí, según en manos de quién se encuentre la balanza. De aquí el valor de la palabra de Saramago.

"Israel se adueña de las terribles palabras de Dios en el Deuteronomio: 'Míos son la venganza y el pago'. Israel quiere que todos nosotros nos sintamos culpables, directa o indirectamente, de los horrores del Holocausto; Israel quiere que renunciemos al más elemental juicio crítico y nos transformemos en un eco dócil de su voluntad; Israel quiere que reconozcamos de iure lo que, para ellos, es ya un ejercicio de facto: la impunidad absoluta.

Desde el punto de vista de los judíos, Israel no podrá ser nunca sometido a juicio, porque fue torturado, gaseado e incinerado en Auschwitz. Me pregunto si aquellos judíos que murieron en los campos de concentración nazis, aquellos que fueron perseguidos a lo largo de la historia, aquellos que murieron en los pogromos, aquellos que quedaron olvidados en los guetos, me pregunto si esa inmensa multitud de desgraciados no sentiría vergüenza al ver los actos infames que están cometiendo sus descendientes.

Me pregunto si el haber sufrido tanto no sería el mejor motivo para no hacer sufrir a los demás. Las piedras de David han cambiado de manos, ahora son los palestinos los que las arrojan. Goliat está al otro lado, armado y equipado como nunca lo ha estado soldado alguno en la historia de las guerras, aparte, claro está, del amigo norteamericano. Ah, sí, las horrendas matanzas de civiles causadas por los llamados terroristas suicidas... Horrendas, sí, sin duda; condenables, sí, sin duda, pero a Israel le queda aún mucho que aprender si no es capaz de entender las razones que pueden llevar a un ser humano a transformarse en una bomba".

El lobo del jardín ha abandonado el regalo en una mesa. El ciervo, lo toma y se va. Armado con su libro, su rabia y el peso de su nombre.



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