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30 de marzo del 2002 |
Fotos, partidas y mesas de café Carolina Broner
Ni a irse ni a quedarse,
sólo a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvidos. -Juan Gelman- Cómo decir, cómo explicar las mil preguntas que me apuran, cómo traducir el nudo en el estómago, el tirón en la espalda, las ganas de correr. Ayer, mi buen amigo Richard, un yanki alto, renegado y noble, me relataba su próximo proyecto. Quería retratar la amistad en los bares de Buenos Aires, la discusión política, el River-Boca, las minas, los tipos, ése extraño amor que nos obliga a instalarnos por horas entre cafés, cervezas y tabaco. Decía que no bastaba con contarlo, que necesitaba explicar en su idioma -el de la imagen- qué era eso que lo ataba a esta ciudad, además de su futura mujer y su futuro hijo de nombre todavía discutido. Decía Richard que no alcanzaba con contarlo; entonces qué queda para mí, que no soy sino en palabras. Puedo decir que no son los bares, aunque si los amigos y su humo. No es el paisaje, replicable en cualquier arquitectura mínimamente ecléctica. Es un olor, y los silbidos en la calle, y las ventanas con luz de madrugada, y la radio de domingo, y el empedrado de la calle a la vuelta de la casa de mi infancia, y las viejas que alimentan gatos, y el flautista loco de Corrientes. Es la bronca por el pasado en muchas almas, es la vena de Latinoamerica que subyace, es Cortázar describiendo a París con la nostalgia del porteño, es el Riachuelo inmundo, es otra cosa. Y a la vez, es esta mierda tapándome los poros. Es la imposibilidad de ser tan libre como quiera, es la creatividad vedada por el fracaso impuesto, es la humedad ambiente y mi asma de broncodilatador de dieciocho dólares. Es la construcción frenada en la protesta, es este grito ahogado por la imbecilidad de unos pocos que se autoconvencen muchos, es este asaltar espacios para perderlos hasta el agotamiento. Es esta nada vacía de tan nada. Y a la vez, son los amigos partiendo hacia el abismo, seguros de que hay abismos mejores y peores. Es no querer pensar en un exilio absurdo, es sí querer pensar que otra historia es posible. Sin importar el dónde, pero con amigos, con olores, cervezas, humo y un fotógrafo dispuesto a retratar cómo es el amor que nos ata a la pata de una mesa. |
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