Portada | Directorio | Buscador | Álbum | Redacción | Correo |
12 de marzo del 2002 |
Pellicer, árbol de caoba que camina (II)
Elena Poniatowska
Pellicer se levantó como resorte. ¡A los ochenta años es mucho chiste! Sonrió ante mi expresión admirativa:
-¿Qué no ve usted que yo soy un árbol de caoba que camina? Pellicer ha caminado todas las sierras, la de Puebla, la Gorda, la Encantada, la Rumorosa; trepó al Pico del Diablo y miró desde la más alta cima el Golfo de Cortés, al andar (muchas veces descalzo) recogía una piedra, una corteza de árbol, una hoja, un pedazo de musgo, y se la echaba al bolsillo del pantalón. "Para mi nacimiento", decía. Por más frío que hiciera, él andaba en mangas de camisa, el pecho abierto, la cabeza descubierta. Tepoztlán, Jalapa, Tabasco, Chiapas, las olas del mar, las cumbres nevadas, la lava de los volcanes, el cauce de los ríos, el canto al Usumacinta eran sus caminos. Toda su vida fue un largo viaje por valles y cañadas: "Yo soy un hombre de Tabasco/ que ha visitado/ los sepulcros andantes de la historia." Tenía un afán conmovedor y terrible por salvar las cosas de la tierra, desde las rocas milenarias hasta los nomeolvides. Siempre dio gritos de alarma, cuando la inundación de la presa de Asuán, en Egipto, cuando la de Venecia, cuando en México se saqueó nuestro patrimonio arqueológico, cuando se quisieron mover las grandes cabezas de La Venta que él había colocado en su parque, en medio de lianas y malezas, loros y cervatillos para convertirlas en glorietas en el centro de Villahermosa. Entonces daba el grito al cielo, presentaba su protesta con su gran voz polífona, ganaba la pelea después de algunas antesalas y papeleos y volvía a salir de su casa de las Lomas con su camisa abierta, su cabeza rasurada. ("No, Elena, ¿cómo va a ser natural? Preferí rasurarme día a día a ser semicalvo. Ahora sólo me sale uno que otro pelo.'') De nuevo Pellicer emprendía el viaje. "A las cumbres mis piernas han llegado,/soy un fuerte animal suelto a destreza.'' Práctica de vuelo -Yo, sabe usted, siempre quise ser aviador. Siempre quise alzarme de la tierra, de cualquier modo. También soy alpinista: "a las cumbres mis piernas han llegado, soy un fuerte animal suelto a destreza..." Pero sobre todo me interesa la aeronáutica, y de hecho soy un fracasado, aunque todos mis viajes los hago por avión. He volado sobre las cataratas de Iguazú, que desprenden su vuelco prodigioso en medio de una selva impenetrable. Seguramente usted conoce mis poemas a ojo de pájaro sobre Río de Janeiro. Yo suelo cambiar las montañas, los ríos y las nubes de lugar, porque he visto a todas las cosas desde las espirales del vuelo, arrebatadas de su sitio: mar arriba y cielo abajo. En París logré inscribirme a la escuela de pilotos pero Alfonso Reyes no me dejó ir a clases, impresionado por las súplicas de mi madre. Durante mi niñez pasé por la experiencia del hijo único, porque mi hermano nació mucho después... Por favor, véame usted ahora con gorra de capitán aviador. Práctica de vuelo encierra en sus páginas toda mi nostalgia de aeronauta. Son más de ochenta sonetos (¡qué pavooor!) y se editarán a fines de este año (lo mismo vengo diciendo desde 1950). Como puede verse, en vez de brújulas, barómetros y altímetros, utilizo en mis ejercicios otra clase de instrumentos. Tal vez he buscado en vano el astrolabio de San Juan de la Cruz, ¿se acuerda usted, criatura? "Y fui tan alto de cuelo que di a la caza alcance..." Ya lo he dicho, mi deseo de volar se vino abajo, como un helicóptero deficientemente construido... Mis motores alcanzaron un ritmo ensordecedor, pero yo no consigo alzarme del suelo. De allí mis frecuentes exclamaciones: "¡Alzara el viento de mis hombros vuelo!" Y "Tengo que ir a ti de un modo o de otro: a pie, en avión, locomotora o potro". Pero finalmente me tranquilizo: "Una paloma vuela sobre las brújulas destruidas". Y vea usted: "la llegada de un ángel estremece la colina que cambia de colores", esto es, un ángel que aterriza junto al pesebre de Belén. Yo soy una gente hecha de ojos (en realidad "soy un hombre de Tabasco que ha visitado los sepulcros andantes de la historia" y "una auténtica ceiba que camina"); bueno, sí, una gente hecha de ojos y he ido tres veces a Palestina. Quise ver los paisajes que Jesús había visto, y estar allí donde Él estuvo parado. En el conventillo de los franciscanos escribí el soneto que dio tema y vida a Práctica de vuelo. "¿Por qué, Señor, a tus paisajes tomo de nuevo entre mis brazos?". En esa ocasión fui a Palestina con don Francisco Iturbe (es su tío, ¿verdad, Elena? Un hombre excepcional que tiene un gran sentido poético de las cosas), y también estaba con nosotros un franciscano español, que ya al final de la tarde nos guió por la corona de monte. Y recuerdo que de pronto, allí en una hondonada, nos señaló un pueblecito blanco entre los cipreses, que parecía un golpe de dados. Sí, con esa arquitectura cúbica y revuelta, característica del Oriente. "¡Es Naím, es Naím!", exclamaba el franciscano. Naím, allí donde Cristo devolvió a una viuda el consuelo y la compañía de su hija. Aquel día fue inolvidable para mí... Y el amor, mi hijita, el amor, usted que lo lleva en su apellido, el amor, pero hablo del amor más espiritual, el que nos salva, el amor al Señor: "Señor, ¿por qué estoy solo, por qué impides/ que me acompañe tu visión serena?/Olvidas una noche nazarena/ en que lloré junto a los nomeolvides./¡Vieras mi corazón! Si lo divides /hay por ti y para ti de sangre llena/ la arteria más cordial, tendrías pena/ de no llegar... ¿Por qué tus pasos mides?". Pellicer proclamó su catolicismo a los cuatro vientos cardinales. Voceador, divulgó a grandes voces su amor a San Francisco, a Bolívar, a América, a la ceiba, al río Usumacinta, a las raíces y a los ramajes de Tabasco. Caminó siempre sin equipaje, sin corbata, su poderoso cuello y su tronco inclinados hacia delante en una eterna cuesta como suelen caminar los jabalíes. Juchimán de plata y de sí mismo, así se llama ahora la presea que han ganado Josefina Vicens y Rosario Ferré entro otros. Uno siente al recibirla tener a Pellicer de cuerpo entero y sentadito entre las manos. Don Carlos se tatemaba al sol cual lagartija. Así, creo, lo pintó en alguna ocasión el pintor Alberto Gironella. Así lo dibujó Carlos Fuentes. Los vientos aliseos lo hacían bailar por la noche, lo mecían suavemente en la hamaca. (Es el único escritor que conozco que sabe dormir en hamaca.) Le parecía de risa loca el sol de París, se burlaba de él, lero, lero, tendelero, tú no sirves, e insistía mucho en contarme su estancia en París y cómo desde su buhardilla en una casa art nouveau buscaba al sol: Acércate, no te voy a hacer nada./ Te atemoriza mi voz de agua nueva y el ruido/ de mis pies sobre las casas./ Mira el retrato de tus hermanos de América/ populares como los toreros y los pelotaris,/ ágiles y jóvenes./ El "buen gusto" te arrumba neurálgico:/ quítate esas nubes o lávalas./ ¿De qué estás nostálgico/ si nunca has visto nada? Pellicer en cambio había apedreado al sol. Una mañana en las Lomas, Pellicer me preguntó que cuántos segundos podría yo verlo fijamente:
-¿A usted? -le pregunté tontamente. Estaba orgulloso de poder retenerlo en su retina y traerlo luego entre ceja y ceja durante no sé cuantos minutos, minutos que no segundos, sin parpadear. Estaba orgulloso de lo que el sol le había hecho a las piedras de América, a los hombres de América. "Sol parisiense,/ sol bibliotecario y sacristán/ ve a jugar a la América/ en los muros astronómicos de Uxmal./ Frótate entre los helechos de Palenque/ ruédate desde la pirámide solar/ que los toltecas finos y civilizados/ levantaron en Chi-chén y Teotihuacán." Al sol Pellicer lo llamaba "hermano", le decía de tú, con el sol se llevaba fuerte, era su amigo, siempre lo buscó. Solía decir: "Cuando no sale el sol me siento triste" y vigilaba el paso de los días, los soles y las lunas, la rosa cardinal, el sur y el norte, le hablaba con confianza y escribió: ''Hermano Sol, cuando te plazca, vamos/a colocar la tarde donde quieras/tiene la milpa edad para que hicieras/con puñados de luz sonoros tramos. Si en la última piedra nos sentamos/ verás como caminan las hileras/ y las hormigas de tu luz raseras/ moverán prodigiosos miligramos/ ...Hermano Sol, si quieres voy mañana/ a esperarte en la sombra. Tengo el canto/ que prefieres, y el cielo que levanto/ desde mi pecho, te sabrá a manzana." La poesía es asombro -La poesía para mí, m'hijita, es un momento mágico de turbación y estremecimiento. Un momento intolerable en el que el espíritu empieza a operar sobre el lenguaje. La poesía, sabe usted criatura, comienza como un movimiento recóndito y oscuro; la marea de las palabras que de pronto van subiendo hasta la boca, las palabras, como ha dicho un poeta ruso, son los símbolos de la experiencia interna, y el alma languidece sin ellas, porque la plenitud del corazón en ellas se desborda... ''Yo creo que en los ochenta sonetos que componen mi último libro, he logrado algunos de esos momentos felices en que las palabras se animan y traducen el agudo trance del espíritu poético... Sí, creo de buena fe que he logrado unos cuantos instantes de milagro, sobre todo porque sería muy triste no haberlo hecho. Lo demás, aquí en confianza, es relleno, pura y flamante palabrería. Suena bonito pero no es más que confeti y serpentinas. Mi poesía es naturalmente humilde, aunque vaya suntuosamente seguida por un sonoro cortejo de palabras. Sí, el soneto es muy difícil, aunque no siempre me los mande hacer Violante. Es una puerta estrecha, una forma heroica y rigurosa a la que uno debe ceñirse sin quedar apresado en ella: hay que superar la retórica dentro de la retórica misma. En un soneto hay que decir algo absoluto y fijar un mágico momento. Es fácil caer en la poesía, pero es infinitamente difícil caer en los momentos mágicos. No, no me gusta ser admirado porque creo que mi poesía sólo es una tentativa. Entiendo que pueda gustar pero no comprendo que deba ser admirada. En cambio abra usted Cantos de vida y esperanza. Allí sí puede usted caer en el asombro, Rubén Darío lo deja a uno anonadado. Insisto en ello, mis versos son sólo una tentativa. Lo prueba el título de mi libro: Práctica de vuelo''. -¿La vanidad del poeta, criatura? Sabe usted, es difícil hablar de eso. Mejor hablemos de la vanidad del hombre, o mejor, hablemos del diablo. Creo, como ya lo ha dicho Baudelaire, que el más grande triunfo del diablo es hacernos creer que no existe. Y esto se aplica perfectamente a nuestra época, porque pocas personas saben ver la diferencia entre el bien y el mal. Cuando la humanidad se acabe, no sé, pero es posible que el diablo se acabe también. Quizá con la redención del diablo se termine el mal de los hombres.
-¿Y el amor, maestro? Pellicer responde con su poesía y yo me le uno porque también ese poema me lo sé de memoria al igual que el de: "Que se cierre esta puerta, que no me deja estar a solas con tus besos".
¿Por qué si ya estoy lleno de mí mismo Las tormentas de Tepoztlán Pellicer siempre salía a recibir a sus visitantes (miles en la época de la Navidad) como si acabara de bañarse, una ola en una mano, una nube en la otra. Lo único tangible era su pecho fuerte. Todo lo demás parecían palomas. En su casa no había donde sentarse. Con los brazos cruzados (una de sus posturas favoritas), la mirada más allá que acá, Pellicer aguardaba de pie y después de un momento decía: "Perdón, una silla, debo buscar un asiento". Al inclinarse su calva brillaba, mejor dicho, toda su cabeza como una piedra de río y si uno se lo comentaba reía un poquito. Quién sabe cómo le haría Isabel su fiel cocinera, secretaria, portera, administradora, plumero y escoba en mano porque había demasiadas cosas que atender, cuadros maravillosos de Velasco, un David de Miguel Angel de yeso y monumental, en cuyo sexo había puesto una etiqueta: "frágil". En el suelo, calaveras, un formidable chapulín negro de la cultura olmeca, más y más calaveras talladas y una mecedora cubierta de pieles de tigrillo, collares de cuentas y cuernos de marfil, o dientes de elefantes o dientes de dioses atlantes, diplomas, sombreros de otra época, libros y libros, acomodados sin ningún orden en los estantes, libros abiertos y cerrados, papeles desparramados, planos, mapas, piedras, sus prodigiosos José María Velasco colgados aquí y allá y finalmente en un marco protegidas, unas mariposas azules traídas de Brasil que azuleaban el ánimo. Sobre todo ese abigarramiento fascinante se oía el correr del agua. ¿De dónde venía? ¿Habían dejado una llave abierta? ¿Había una fuente en la azotea?: Agua de Tabasco vengo/y agua de Tabasco voy,/ de agua hermosa es mi abolengo:/y es por eso que aquí estoy/dichoso con lo que tengo. En Tepoztlán, "uno de los lugares más bellos del mundo, qué va, el más bello del mundo", Pellicer fue comprando primero uno, después otro terreno. "Así puedo andar desnudo. Yo siempre quise andar desnudo, camino durante horas, nadie me ve, nadie me sigue, nadie puede caminar tanto como yo, camino bajo la lluvia porque también en Tepoztlán caen las tormentas, como el agua grande de mi tierra; Tabasco. Allá me renuevo". Carlos Pellicer supo que iba a morir porque le dejó un recado a Chabelita, su ama de llaves: "Díganle a Chabelita que me van a operar, que rece mucho por mí". Supo a tiempo y tuvo tiempo de irse, porque Pellicer no estaba en esa fea caja de Gayosso, bajo la cúpula del Instituto Nacional de Bellas Artes, rodeado de señores vestidos de negro. Ya para entonces Pellicer se había ido rodeado de muchachos, rodeado de luceros, rodeado de jóvenes que daban pasos elásticos en su torno. Desnudo y fuerte, Carlos Pellicer cruzó valles y ríos, con el pan y el vino tendió la mesa, "¡a cuánto amor el corazón obliga!". Llegó hasta el mar, lo puso a la izquierda, jugó con él en Curazao, le pintó colores y nos enviará este poema a modo de recado para que no nos acongojemos y sepamos que una vez más fue al agua, el agua de América quien lo acogió y lo puso a cantar. Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas/ y se abra -por fin- la puerta de la soledad,/ la muerte/ ya no me encontrará./ Me buscará entre los árboles, enloquecidos/ por el silencio de una cosa tras otra./ No me hallará en la altiplanicie deshilada/ sintiéndola en la fuente de una rosa./ Estoy partiendo el fruto del insomnio/ con la mano acuchillada por el azar./ Y la casa está abierta de tal modo que la muerte ya no me encontrará./ Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes./ (¡Fruto y color la voz encenderá!)/ y no puedo esperarla: tengo cita/ con la vida, a las luces de un cantar./ Se oyen pasos -¿muy lejos?... - / todavía/ hay tiempo de escapar./ Para subir las noches sus luceros,/ un hondo son de sombras cayó sobre el mar./ Ya la sangre contra el corazón se estrella./ Anochece tan claro que me puedo desnudar./ Así, cuando la muerte venga a buscarme/ mi ropa solamente encontrará./ Este poema lo escribió Carlos Pellicer el 31 de octubre de 1945. El 16 de febrero de 1977 la muerte vino a buscarlo. No se lo encontró. Pellicer ya había escapado. Hacía mucho que la había superado. Alguna vez me mandó el siguiente mensaje que quizá resume su vida y que repaso de vez en cuando porque me fortalece: "Sí, m'hijita, yo hago museos y nacimientos, también colecciono pinturas, me gusta ordenar piedras, figuras, flores, colores y elementos. Son como palabras que van componiendo entre todas un poema. Venga usted en diciembre a esta su casa para que vea mi famoso nacimiento. Invíteme a comer con más frecuencia, al cabo soy un hombre frugal y sus hijos son un encanto. Y vaya cuando pueda a Villahermosa, a ver mi museo. Ojalá y lo encuentre tan bello como yo creo que lo es. Cuando me recuerde no olvide darme un aire levemente franciscano. Muchas gracias por su joven, su espontáneo, su inteligente cariño y téngame a sus pies, como su más humilde y fervoroso amigo: Carlos Pellicer". |
|