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11 de marzo del 2002 |
Honras fúnebres
Eduardo Galeano
Escuchando o leyendo los cuentos de Monteiro Lobato los niños de Brasil habían aprendido a ser brasileños y magos. Cuando el escritor murió, ellos fueron sus huérfanos.
Pero los niños no acudieron al cementerio. Dos oradores, adultos, dijeron adiós a Monteiro Lobato. Y cada uno lo reivindicó como militante de su partido: Rossini Camargo Guarnieri despidió al camarada comunista, y Phebus Gicovate habló en homenaje al camarada trotskista. Apenas terminaron sus discursos fúnebres, los dos se trenzaron en áspero debate. Discutían en plural, como correspondía a los asuntos de la revolución mundial: -¡Renegados! -¡Divisionistas! -¡Burócratas! -¡Provocadores! -¡Usurpadores! -¡Traidores! -¡Asesinos! Los argumentos iban y venían. El combate ideológico fue subiendo de tono, hasta que los polemistas pasaron a los puños y golpeándose rodaron y cayeron, juntos, en la fosa abierta. Doña Purezinha, la viuda, alzaba los brazos implorando respeto al difunto. Seguramente ella no sabía que Monteiro Lobato estaba muriéndose de nuevo, pero muriéndose de la risa. Era él, viejo enemigo de todas las solemnidades, quien se divertía dirigiendo aquella trifulca, desde su ataúd. |
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