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2 de marzo del 2002 |
Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz
Marcos Winocur
Todavía estaba lejos la primavera cuando los
prisioneros de Auschwitz la vivieron anticipadamente:
el 27 de enero de 1945 era liberado el mayor campo de
exterminio nazi, levantado en la Polonia ocupada.
Aquellas primeras horas sin embargo no fueron de
júbilo, pocos daban crédito a lo que veían. Los
soldados rusos, camino de Berlín, ante un espectáculo
de pesadilla. Los prisioneros ante ¡las puertas
abiertas! No se había cumplido el vaticinio de los
carceleros: "de aquí sólo se sale por las chimeneas".
No por cierto las de Papá Noel, sino las de los hornos
crematorios.
Primo Levi, el escritor italiano, estuvo entre los prisioneros de Auschwitz, sobrevivió y suyo es uno de los más lúcidos testimonios que se integran al proceso al nazismo, el cual no se ha cerrado. Han pasado décadas y todavía nos interrogamos sobre sus causas, queremos prever no se repitan. Pero algo se anticipa a lo reflexivo, nubla la vista y el entendimiento, y es la naturaleza del hecho: los planes de exterminio formulados y puestos en práctica, ese genocidio industrial, sí ocurrió: entonces el espíritu más firme trastabilla, y pareciera que todo está perdido, "todo es una mierda", dicho sea en expresivo lenguaje popular. Theodor Adorno nos ha interrogado a todos: "después" de Auschwitz ¿puede alguien escribir poesía? Incluso más: ¿puede alguien continuar disfrutando de la vida? Y sin embargo, "durante" Auschwitz hubo el prisionero que sigilosamente escribió unas líneas de poesía sobre una pared de las barracas. Por su parte, Víctor Frankl, otro de los sobrevivientes de ese campo, viene en auxilio: "hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Tanto ha inventado las cámaras de gas como ha entrado en ellas con la cabeza erguida y el padrenuestro o el 'shema yisrael' en sus labios." Sí, ocurrió el genocidio industrial, el de las fábricas de la muerte, pero no todo está perdido. Claro, igual nos gana la repugnancia ante el hombre verdugo del hombre, y dejamos caer los brazos. Y más de cuatro décadas después de su liberación, llegó un día así para Primo Levi, ya anciano: todo es visto como un abismo abierto a nuestros pies, y ése fue el hueco de las escaleras por donde se arrojó, esta vez contradiciendo la primavera, un 11 de abril de 1987. Fue una malísima noticia. Veíamos en el escritor italiano de origen judío, miembro de la resistencia antifascista, sobreviviente del horror, testigo al principio no escuchado y finalmente premio Strega, veíamos en Primo Levi un símbolo de la vida triunfando. La noticia de su suicidio nos cayó muy mal. Pero no tenemos derecho a reprocharle nada. Había cumplido con su misión de denuncia, en adelante su vida le pertenecía. Los verdugos no se cobraban una victoria póstuma, ya habían sido derrotados por la pluma del escritor. Porque el gran combate es contra el olvido, y a él he querido sumarme evocando a Primo Levi. Y bien, Auschwitz, años cuarenta, en curso la II Guerra Mundial. Dentro del campo, la esperanza estaba puesta en el avance de las tropas aliadas. Mientras tanto, el hambre era la rutina diaria. En ocasiones cedía el primer lugar al frío, y la primavera resultaba tan ansiada como el alimento. Primo Levi recuerda un día, un "día feliz" para un grupo de prisioneros. Era el invierno y el sol entibiaba más que de costumbre, y por un azar les llegó suficiente comida. Volaron por un momento los pensamientos lejos, la libertad, el regreso al hogar... ¡cuidado! los sueños estaban prohibidos en Auschwitz por salud mental, acababan haciendo daño, pero la voluntad no pudo acallarlos ese día y renació la esperanza de salir por las puertas, no por las chimenas. Los esclavos recobraron la calidad humana, pudimos ser -apunta Levi- "desdichados a la manera de los hombres libres". Es curioso que diga "desdichados" y no "dichosos". El autor es y será escéptico toda su vida. Joven de veinticuatro años, está encerrado en el campo del horror y sólo de milagro saldrá por las puertas. Tan anheladas, no se engaña: una vez traspuestas, afuera no le aguarda la felicidad, más bien una desdicha de otro tipo. Infinitamente menor, cubre -nada menos- la distancia que va de lo subhumano a lo humano. Y a pesar de esa brutal diferencia, Levi no se hace ilusiones: si dentro del campo es el infierno, fuera no es el paraíso. Y la prueba: allí, desde el mundo de "los hombres libres", se planeó y ejecutó el holocausto, hubo mentes capaces de ello, y siguieron activas más allá de las alambradas y hasta el fin de la guerra. Ya liberado, de regreso con los suyos, Levi nos cuenta cómo una pesadilla recurrente no lo deja en paz. Está otra vez en Auschwitz y alcanza a ver lo de fuera, el movimiento familiar dentro del hogar, las flores de los jardines, los amigos reunidos en la cafetería de siempre, pero siente que todo eso es irreal, un engaño de los sentidos, un espejismo, un sueño, un sueño, no hay fuera ni dentro, Auschwitz ha copado el mundo y en realidad él nunca ha salido del campo... es cuando vuelve a oír la voz del "kapo: ¡levantarse!" Despierta, no es cierto, eso quedó atrás, pero teme volver a dormirse. Y las preguntas asaltan su razón. ¿Otra vez habrá campos de exterminio? ¿O ya no serán necesarios, las armas de destrucción masiva harán sus veces? Otras mentes ¿abrigan hoy esos planes? ¿Habrá sido vano mi testimonio? Y un día su razón, así agobiada, después de cortar un tratamiento con antidepresivos, no es capaz de frenar el impulso y se arroja al vacío. A pesar de todo, de este final de su vida, unas chimeneas se han impuesto a las otras. Las que baja Papá Noel cargado de regalos mientras el trineo lo espera en la calle, ésas continúan abiertas al paso e invitan a la fraternidad navideña. Las otras, desde el museo en que se ha convertido Auschwitz, se suman a la prédica de los sobrevivientes, y dicen: nunca más el nazismo. Lejos ya de las pesadillas y de los recuerdos envenenados, descanse en paz Primo Levi, misión cumplida. |
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