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La insignia
30 de julio del 2002


Y me fui con el sol cuando moría la tarde


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, 30 de julio.


Hace unos días, paseando por el centro histórico de Guanajuato, mientras visitaba la casa en la que nació Diego Rivera y admiraba las acuarelas que sobre distintos momentos clave del Popol Vuh realizó en 1931, me daba vueltas en la cabeza la estrofa final de la conocida canción "La vida no vale nada", del compositor popular mexicano José Alfredo Jiménez, que termina diciendo: "Allá nomás tras lomita, /se ve Dolores Hidalgo. /Yo allí me quedo, paisano. /Allí es mi pueblo adorado". Dolores Hidalgo está muy cerca de Guanajuato y de San Miguel de Allende, y todo a la vez está muy próximo a Querétaro, en donde me encuentro dando mis cursos de verano.

Tomando fotografías de la peña de Bernal y de la plaza central de Tequisquiapan, la tonada seguía retumbando en mis oídos porque sabía que aquellos versos eran ciertos y que de hecho José Alfredo había nacido en Dolores Hidalgo, en donde además empezó la gesta de la Independencia de México con el grito libertario del cura Miguel Hidalgo y Costilla, en 1810. Pues bien, un fin de semana me dispuse a hacer el peregrinaje al pueblo, a donde llegué un mediodía soleado y resplandeciente en el que me planté delante de la iglesia de la plaza central a fotografiar la hermosa fachada. Al lado del templo había una oficina de turismo a la que me dirigí para obtener un mapa del pueblo, y allí me informaron que entre los atractivos turísticos locales se hallaban la casa en la que había nacido José Alfredo, su tumba y un monumento en un bulevar. Cuando le pedí a una muchacha de la oficina de turismo que me indicara en dónde se ubicaba la casa en el mapa, ella creyó que le preguntaba por la casa del prócer Hidalgo. Le dije que no, que quería saber dónde estaba la de José Alfredo, y sonrió, como buena mexicana que desconoce los detalles de la historia de su país pero que se sabe de memoria las canciones de este "filósofo de la perdición" y exégeta del machismo que, fuera de calificativos, tuvo unos momentos poéticos que ya los quisieran muchos de los versificadores profesionales que pueblan los suplementos literarios sabatinos y dominicales del mundo.

¿Ejemplos? Qué tal este, que parecería un poema de Li Po si no fuera por la rima: "Una piedra en el camino /me enseñó que mi destino /era rodar y rodar. Después me dijo un arriero /que no hay que llegar primero /pero hay que saber llegar." O este otro, que parece del primer Neruda: "Nuestro amor es lo mismo que el mar: /cristalino y profundo". O bien este, que semeja algunos versos del Tablada vanguardista: "¡Cuántas luces dejaste encendidas, /yo no sé cómo voy a apagarlas!". Sí, sí, acepto que no se trata de versos sesudos ni mucho menos experimentales y que la sensibilidad de la música popular latinoamericana es una enferma feliz que se niega tercamente a recuperarse del romanticismo y del modernismo. Si no, que lo diga Agustín Lara: "Mujer, mujer divina, /tienes el veneno que calcina /en la mirada. /Mujer alabastrina..." Pero es que es justamente la sencillez y la contundencia de su expresión romántica lo que ha hecho de José Alfredo el más popular compositor mexicano de todos los tiempos. Pues cuando hablamos de nuestro gusto popular, hablamos del melodrama y la imaginería modernista en forma de bolero, de canción ranchera, de corrido, de balada. ¿Y qué?

Comiendo en San Miguel de Allende, como a las cuatro de la tarde, en un espléndido lugar a un costado de la catedral, me visualizaba fotografiando desde varios ángulos la casa de José Alfredo, y viendo los objetos personales suyos que se hallan nada menos que en el Museo de la Independencia de la localidad, en donde hay una sala dedicada a él. Cuando estaba yo admirando sus zarapes y sombreros charros, un guía explicaba a unos estudiantes los pormenores de la gesta independentista, lo cual me pareció poco menos que una profanación pues lo estaba haciendo en la sala de José Alfredo, en donde más le hubiera valido -pensé- comentar la letra de "El rey" o "La media vuelta", himnos de cualquier "perdido" o aprendiz o simulador de bohemio que se respete. En serio.

Después di la media vuelta y me fui con el sol cuando moría la tarde. Iba rumbo a Querétaro con la mente fija en este Ciorán latinoamericano, y cantando: "Solamente la mano de Dios /podrá castigarnos. /Las demás opiniones, mi cielo, /¡me salen sobrando!".



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