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La insignia
28 de julio del 2002


Bibliosofía

ETA y los «derechos colectivos»


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Santiago Roncagliolo:
Entrevista con
Fernando Savater

Ariel Ruiz Mondragón
La insignia. México, julio del 2002.


Fernando Savater
Perdonen las molestias.
Crónica de una batalla sin armas contra las armas

Madrid, Punto de Lectura, 2001. 374 p.


Debido a los sucesos del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos, el terrorismo ha pasado a ocupar un lugar preponderante en la agenda internacional. Sin embargo, ese tipo de criminalidad ha tenido una larga historia que se ha reflejado en cientos de inocentes muertos, en sociedades intimidadas con confianzas sociales y políticas disminuidas, en represión y persecuciones injustificadas, en limitación de libertades y un ambiente de miedo. Una de las organizaciones más conspicuas en tan terribles actividades lo ha sido la nacionalista vasca ETA (Euskadi ta Askatasuna), la que ha sembrado desde 1968 con sus acciones homicidas el miedo, el dolor y el sufrimiento, además de minar la convivencia pacífica en España, fundamentalmente en el País Vasco. Este libro es un brillante, valiente y digno combate contra tan deplorable banda y sus ideas, así como una defensa del Estado de derecho y la coexistencia democrática, pacífica y civilizada.

El libro agrupa una serie de artículos periodísticos que Savater ha publicado en diversos medios en abierta confrontación con la ETA y sus defensores, justificadores y apologistas, textos escritos desde un compromiso político de izquierdas.

ETA pretende la independencia del País Vasco -que abarque territorialmente la Comunidad Vasca Española, Navarra y las provincias vascas francesas-, fundamentada en ideas nacionalistas que rayan en el racismo más puro y que considera incontrovertibles, tanto que han creído justo y necesario asesinar a cientos de personas que no compartían tales ideas. Del combate antiterrorista se deben extraer algunas lecciones. La primera es que no es válido perseguir fines políticos que algunos puedan considerar válidos y justos mediante acciones criminales. Además de atentar contra la vida, ello resulta profundamente antidemocrático. Un ejemplo que da el autor es el del "establecimiento de un estado sobre principios étnicos y legitimado por leyendas prehistóricas y a-históricas supuestamente capaces de anular el efectivo decurso histórico, (que) son incompatibles con la democracia moderna, amenazan los derechos individuales de los ciudadanos, sabotean la convivencia política vigente y por tanto resultan tan democráticamente ilegítimos respaldados por el diez por ciento de una población como por el ochenta por ciento." Definitivamente, en la sociedad moderna no se puede sacrificar al individuo en aras de lo colectivo.

Una discusión interesante que emprende Savater es el de los derechos individuales y los derechos colectivos. Es una discusión que sirve bastante para la circunstancia mexicana en lo referente al tema de los derechos de los pueblos indígenas. Dice el filósofo: "En el rango de los derechos fundamentales los que tienen por sujeto a grupos o colectivos no pueden tener el mismo nivel. Los individuales son prioritarios porque la escala humana de la modernidad democrática es la persona individual, no el grupo."

Además, uno de los grandes problemas del nacionalismo -aunque podrían incluirse también ciertos discursos etnicistas- es que cree que los lazos culturales pueden y deben convertirse en fundamento de una nueva ordenación política, y, todavía más, "que la verdad de tales vinculaciones sólo saldrá a la luz cuando los unos se identifiquen con los otros en un solo proyecto político." Esos nacionalismos, en el sentido en que son preferenciales y se pretenden convertir en un derecho incontrovertible sobre otros, siembran la discordia civil.

Las bases de esos nacionalismos son hallados en las pretendidas raíces históricas de personas y pueblos, aquello "que todos debemos 'recuperar', nadie debe 'olvidar' y cualquiera tiene llegado el caso que 'defender'." En orígenes reales y míticos se fundan los "derechos históricos", como lo quieren exponentes del multiculturalismo. Esos derechos se habrían perdido merced a la injusticia y se pide su reposición. Pero, dice Savater, "los derechos auténticamente respetables los son por razones de equidad que no sólo no se fundan en lo histórico sino que pretenden corregir actualmente los desafueros impíos de la historia."

Pese a los esfuerzos conciliadores de los multiculturalistas, que han quedado más en buenos deseos que en opciones realistas, el problema no resuelto sigue siendo uno: "la contraposición entre la raíz igualitaria de los derechos individuales y el culto diversificador a las raíces como origen de los derechos de grupo."

Si hay teóricos como Kymlicka que piensan que hay identidades culturales homogéneas que respetar y defender, "lo cierto es que todas las culturas son interactivas -por eso son culturas- y sólo se identifican establemente en el caletre de quienes hablan en su nombre, que -ellos sí- suelen ser bastante incultos." Y éstos son bastante prepotentes, porque se arrogan el derecho de imponer los requisitos de homologación para pertenecer a determinada comunidad, lo que da cimiento al atropello y la discriminación.

La apelación a los orígenes tiene también una elemento profundamente discriminador y hasta reaccionario, ya que "legitima a unos para excluir a otros". Por ellos unos tendrían más derechos que otros, la diversidad serviría para justificar una situación de desigualdad: "El origen es una señal distintiva, el índice de una pertenencia compartida: determinado parentesco nacional o racial, un agravio fundacional común, la pertenencia a determinada Iglesia que administra la revelación divina contra incrédulos y herejes". En ese sentido los derechos humanos son la negación de lo originario por una razón muy sencilla: "porque dicen provenir del reconocimiento antidiscriminatorio de la actualidad efectiva de la humanidad en cada individuo, pasando por alto la peculiaridad de su origen." Es decir, los derechos humanos igualan, mientras que la recurrencia a lo originario es profundamente discriminatoria, y no sólo eso: también va contra la democracia ya que ésta "renuncia al privilegio discriminador del origen para que tenga lugar la participación voluntaria en la gestión política y en la configuración plural de la unidad colectiva."

Entonces, para buscar un estado de cosas justo, no sirve gran cosa alegar orígenes de los que se desprenden "derechos históricos", sino más bien recurrir a los orígenes en la versión ilustrada: buscar las raíces compartidas por la humanidad, no por determinado "pueblo" o "comunidad". Así, dice el filósofo, "los derechos humanos son siempre individuales por su dimensión moral (derivada de nuestra disposición a reconocernos en otro poniéndonos en su lugar, algo imposible de hacer con una colectividad o una institución); que tales derechos individuales no pueden estar supeditados ni a los más decentes proyectos políticos -llamados a veces 'derechos colectivos' por quienes quieren acelerar su triunfo sin someterse a las urnas-, pues el objetivo de su proclamación es servir de límite democrático y baremo ético de tales proyectos; que hablar de derechos 'individuales y colectivos' no es más que una reverencia a la razón de Estado -sea el Estado vigente o el que aspira a sustituirle- la cual sólo reconoce a los primeros mientras no interfieran con los segundos."

Entonces, el problema irresoluble en términos reales es que los colectivo tiende a prevalecer sobre los derechos humanos, "entendiendo por derechos colectivos el derecho de quienes hablan en nombre de lo colectivo a atropellar a los simples individuos humanos."

Como claro ejemplo de ello está ETA. Por supuesto, es antidemocrática, y por ello recurre sin más a la violencia. ¿Es posible el diálogo con ella? La respuesta parece ser una: NO. ETA ha rechazado los métodos democráticos de deliberación de los asuntos públicos y los ha sustituido por la imposición mediante las acciones criminales. Como organización terrorista, "es por definición intransigente e insaciable, que lo único que pretende es proclamar su dictadura militar". En realidad busca un totalitarismo que muchos creíamos superado por la experiencia histórica y por la lucha y la vida de millones de gentes. Empero, no es así. Por eso se agradece el civilizado combate que ha estado librando Savater contra ETA.



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