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La insignia
26 de julio del 2002


Marita Lorenz

La espía que lo amó


Ronald Melzer
Brecha. Uruguay, mayo del 2001.


Una historia tan increíble como la de Marita Lorenz sólo puede ser rigurosamente cierta. Esta alemana, hija de un prestigioso capitán de la marina que defendió los honores (¿?) de su patria durante la Segunda Guerra Mundial, fue, sucesivamente, a lo largo de cuatro décadas, amante de Fidel Castro, agente de la CIA, del FBI y de la mafia estadounidense, potencial homicida del mandamás cubano, amante del exdictador venezolano Pérez Jiménez, posible "correo" en torno al asesinato de John F Kennedy, trabajadora de la fao y de la ONU, madre de familia y un "simple" ser humano que ahora vive, gorda, pobre y prematuramente envejecida, en Nueva York mientras añora su juventud, su belleza y al propio Castro, célebre y presunto beneficiario de su gracioso perdón, a comienzos de la década del 60, cuando ambos estuvieron frente a frente. Él armado con su poder, ella con un revólver.

En fin, ésa es su historia. La protagonista la cuenta con algunas reticencias y escaso énfasis. La cámara de su compatriota Wilfried Huismann la recoge con interés, respeto y la sincera intención de confirmarla a través de imágenes y sonidos destinados a demostrar su veracidad. El proyecto cinematográfico-periodístico (con más de lo segundo que de lo primero) no hace ni más ni menos que poner una vasta serie de recursos de producción y de dirección al servicio de su tema. Los de producción implican un trabajoso y trabajado rodaje en varios países (Estados Unidos, Cuba, Alemania), reportajes a personas difíciles de ubicar y reacias al diálogo (un exasesor de Castro, algunos exagentes de la cia), un frondoso material de archivo y, sobre todo, el acceso a fuentes de información manejadas por gente a la que suele no entusiasmarle la publicidad de determinados actos. Por el otro lado, los recursos de dirección consisten en haber obtenido la confianza de una reporteada con mucho para confesar, en encarrilar una investigación que tenía muchos costados álgidos, en ordenar un material profuso en función de un ritmo ágil, en hallazgos como las dos formidables versiones tropicales del tango "Volver", en no abrumar al espectador con más datos de los que éste puede absorber durante una hora y media. El conjunto luce compacto y convincente.

También es lúcido. Por cierto, este documental se las ingenia para no tomar partido explícitamente y para mantener un difícil equilibrio entre lo que se muestra y lo que sólo es aludido, o entre lo que se supone que se sabe y lo que no, o entre Cuba y Estados Unidos, o entre nazis, comunistas y demócratas de distinto signo. Dada la índole del proyecto, no cabe reprocharle a Huismann y compañía su escaso "vuelo" creativo. Está claro que aquí todos apostaron al relato, a la historia chica, a la Historia Grande y a la exposición de algunos entretelones que figuran entre los más jugosos del siglo XX. No se plantearon la forma de exposición con otro sentido y propósito que no fuera el de la claridad y la verosimilitud. En cierto modo, si hubo aquí una artista que transformó la realidad, se llama Marita Lorenz.



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