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La insignia
17 de julio del 2002


El duro periplo de la tolerancia


Ariel Ruiz Mondragón
La insignia. México, 17 de julio.


Cisneros, Isidro H.
Los recorridos de la tolerancia. Autores, creaciones y ciclos de una idea
Presentación de Alain Touraine
México, Océano, 2000. 229 p. (Col. El Ojo infalible)


En los tiempos que corren, la democracia se ha impuesto en el mundo como la forma de gobierno que puede encauzar mejor los conflictos políticos y sociales. Además de su concepción puramente procedimental, para que tenga un buen funcionamiento la democracia debe ser acompañada por una serie de principios y valores, entre los que descolla uno: la tolerancia. Sin ésta, sencillamente no se puede hablar de un régimen democrático. Empero, pese a que se hacen continuos llamados a tolerar las gran diversidad de culturas, ideas, opiniones y opciones que hay en las cada vez más complejas sociedades modernas, no pocos ignoran su significado no solamente en su concepción, sino también en la práctica. Esto lleva a hechos deleznables, como lo son la discriminación, la marginación y la violencia. Por eso resulta necesaria la lectura de esta obra de Isidro Cisneros, quien realiza en ella un recuento histórico de la intrincada trayectoria de una idea que ha ido aclimatándose en la cultura política moderna, además de hacer una interesante propuesta acerca de una tolerancia multicultural que permita procesar los problemas que a la democracia le plantean las minorías.

Cisneros hace un viaje por el significado de una idea en los dos primeros capítulos del volumen. En ellas revisa el desenvolvimiento de la tolerancia desde el pensamiento griego hasta la concepción de Norberto Bobbio, aportando elementos históricos importantes para situar el concepto en su contexto. Tan extenso recorrido nos indica que es un principio que ha tenido un desarrollo y adopción bastante dilatado, tanto que aún no arraiga en muchos países y regiones del mundo.

Bajo el absolutismo religioso cristiano, en el siglo XIV Marsilio de Padua formuló un ataque formidable al poder eclesiástico, y postuló principios políticos básicos: el de la soberanía popular, el del Estado como promotor del bien común y de la justicia, y la consideración del conflicto como parte constitutiva de la existencia humana, pero regulado por el derecho. De tal forma, postuló el Estado laico.

Erasmo de Rotterdam fue el gran defensor de la libertad de conciencia como parte de la dignidad humana. Para ello se valió de una incisiva y ácida crítica a la corrupción y excesos de la Iglesia. Su defensa de la libertad de pensamiento le valió censura e invectivas tanto de la Iglesia Católica como de Martín Lutero. Empero, la Reforma protestante también contribuyó al espíritu tolerante al promover "el libre examen de la palabra revelada no condicionado por una autoridad tradicional establecida."

Por su parte, Tomás Moro imaginó en su Utopía un orden tolerante en el que las personas podrían profesar un credo libremente escogido y hacer proselitismo a su favor, excluyendo la violencia. Así, considera al politeísmo como fundamento de paz y no de conflictos desbordados.

Baruch Spinoza, en su Tratado teológico-político denunció la imposibilidad de la revelación trascendente y la ilegitimidad de un sistema autoritario apoyado en verdades reveladas. Por el contrario, se pronunció por una religión sustentada en la tolerancia y sobre principios naturales, al tiempo que exaltó las libertades individuales.

Tal vez el más clásico de los autores de la tolerancia sea John Locke: "introduce el concepto de libertad religiosa y establece la libertad civil como elemento consustancial del espíritu social; define, además los límites del poder civil en materia religiosa, al considerar que el principio de la tolerancia constituye 'un punto de encuentro' entre las tareas y los intereses de la Iglesia y el Estado." El gobierno debe ser resultado del consentimiento libre de los individuos que forman la sociedad y debe proteger sus derechos fundamentales.

Locke defiende a la tolerancia "desde la perspectiva de las garantías de la libertad individual, rechazando la primacía de cualquier otro poder sobre las instituciones civiles que fundan su existencia en la libre voluntad de los individuos... La tolerancia va aparejada con el principio de la libertad en la medida en que permite el desarrollo de una inmunidad que protege las decisiones de un individuo de los abusos de cualquier tipo de poder. Esta libertad no debe atentar contra los derechos de otros individuos."

De tal forma, en la teoría liberal la tolerancia va inseparable de las libertades del individuo, con los derechos civiles y políticos que se encarnan en a libertad de pensamiento, asociación, opinión y reunión. Asimismo, rechaza cualquier abuso de poder, aunque provenga de las mayorías. Por ello, la tolerancia es uno de los valores fundamentales, condición sine qua non de la democracia.

Voltaire es otro de los grandes exponentes de la tolerancia: sustentado en el modelo inglés, pugnó por un mundo en el que la razón y la tolerancia, el diálogo y la persuasión sustituyeran a la violencia, el fanatismo y la superstición. Ya en nuestro siglo hay dos autores básicos en la misma línea: Karl Popper y Norberto Bobbio. El primero sustenta su concepción de la tolerancia en su filosofía de la ciencia. Su falibilismo enula la fe dogmática, y consideró que "el conocimiento puede avanzar solamente a través de la crítica y del reconocimiento de la existencia de una pluralidad de puntos de vista que son diferentes entre sí (lo que) constituye la base para proyectar una sociedad libre y tolerante." Popper estima que en nombre de la tolerancia se puede combatir a los intolerantes, a los que sitúa fuera de la ley. De allí su perenne lucha en contra de los historicismos tanto nazi como marxista.

Bobbio considera a la democracia como una serie de costumbres, entre ellas la de la tolerancia, que es una obligación ética ya que implica el respeto al otro y es un camino en la búsqueda de la verdad. Para el turinés, en la democracia es necesario poner el acento en la sustitución de los métodos de la fuerza como medio de solución de los conflictos por técnicas de persuasión.

Debe existir tolerancia no sólo hacia quienes profesan creencias y opiniones distintas, sino también hacia quienes son diferentes por razones físicas o sociales. En este segundo aspecto es donde se generan mayores problemas debido a los prejuicios -especialmente los nacionales o regionales, los clasistas y los raciales- que conducen a la discriminación y a la hostilidad. Esto debe anularse mediante una educación cívica y una cultura política democrática.

Finalmente, al autor plantea algunos retos que se le plantean a la tolerancia en el tiempo actual, marcado por la globalización y por las nuevas formas en que las diversas culturas se manifiestan en el Estado democrático. Rompe lanzas en favor de lo que llama una tolerancia multicultural fundada en un nuevo entendimiento de la ciudadanía. Sin embargo, como bien apunta, "el incremento de las diferencias producidas por la aparición de nuevas identidades colectivas puede abrir el espacio para regresiones autoritarias."

Cisneros anota que la concepción liberal de la ciudadanía ya resulta insuficiente para las complejas y heterogéneas sociedades modernas, por lo que hay la necesidad de superarla "haciendo concretos y efectivos los derechos, no sólo de los individuos sino también de los grupos, sobre todo si son portadores de identidades culturales minoritarias." Así, plantea una solución multicultural para los conflictos étnicos, políticos y sociales que generan las identidades colectivas que ocupan el espacio público y político.



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