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La insignia
15 de julio del 2002


El placer de viajar*


Gabriel Sosa
La insignia, julio del 2002.


El arte de viajar. Cómo ser más feliz viajando
Alain de Botton
Taurus, Madrid (España), 2002. 246 pp.


Resulta pasmosa la facilidad de cierta minoría de europeos, intelectuales o no, de derecha o de izquierda, continentales o isleños, para vivir en el país de Trulalá. Se trata esta de una tierra mítica que abarca todo el mundo, donde todo es ideal(izado) debido a que sus únicos habitantes son europeos bienpensantes de clase media, y sus reflejos. Estos últimos vienen en gran variedad de colores y formatos, hablan varios idiomas exóticos y piensan y sienten como si fueran trulalenses legítimos (pobrecitos, piensan los trulalenses, ojalá lo fueran. Qué pena).

Lo confortable de ser trulalense es que da una seguridad inconmensurable en cuanto a lo correcto de las ideas propias, y les brinda la irrefutable sensación de que todo habitante de esa tierra es interesante, más que eso, que es apasionante, y que todo lo que salga de su mente tiene un significado profundo que debe compartirse con sus demás coterráneos y, claro, con esos pobrecitos reflejos que viven en la periferia del país. A fin de cuenta, ¿no es cierto que cada trulalense es descendiente intelectual directo, si no genético, de Spinoza, Kant, Montaigne, el doctor Johnson y, apretando un poco las clavijas, del mismísimo Platón?

Alain de Botton, quien a pesar de lo que su nombre pueda indicar vive en Inglaterra, es un trulalense de pura cepa. Con sus treinta y tres años apenas superados ya tiene publicados siete libros, incluyendo este El placer de viajar. Sería interesante ver qué tuvo para decir a los 29 en su primer libro, Del amor, o de qué se trata el enigmático título Cómo cambiar tu vida con Proust. En este último opus suyo, de Botton decide capitalizar su experiencia como viajero, aunada a su amplia cultura, para disertar sobre el significado de los viajes.

Ocurre que de Botton está lejos de ser uno de esos grandes viajeros europeos (que sí los hubo, el último de los cuales tal vez haya sido Bruce Chatwin). Más bien, en cuanto a recorridos se trata, es un penoso ejemplo del poco provecho que algunos trulalenses sacan a los medios que disponen. Según se desprende de su libro, su experiencia en el campo se limita a unas vacaciones en Barbados, una excursión al Sinaí, un fin de semana en Escocia, una visita a amigos en Ámsterdam y Provenza, un viaje de trabajo en Madrid y poca cosa más. Para colmo, sus reflexiones acerca de estos leves periplos dejan muy en claro lo aferrado que está de Botton (y a veces su compañera de viajes, M), a su personalidad de trulalense, y lo impermeable que resulta a cualquier estímulo. Cuando van a Barbados, la primera actividad de M es echarse en una reposera a tomar notas sobre El suicido de Durkheim. Cuando viaja al Sinaí, el equipaje del autor en las recorridas por el desierto se limita a una linterna, una gorra y la Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello de Edmund Burke.

Su reducido, por no decir patético, kilometraje recorrido, no le quita ímpetu a de Botton. ¿Para qué más, parece decirse, si ya vi todo lo necesario para captar la esencia de la experiencia del viaje?. Además tiene la inapreciable oportunidad de pararse en hombros de gigantes, o mejor, de ser el proverbial mosquito labrador que pica a un buey. Gran parte del libro se compone de notas y transcripciones de experiencias de gente como Flaubert, Humboldt, Baudelaire, Edward Hopper o el poeta Wordsworth, es decir gente que sí viajó, o que realizó las actividades que de Botton quiere remedar en cada capítulo. Con este material, de Botton se lanza a su empeño. A fin de cuentas, Trulalá es toda la tierra y toda la tierra es Trulalá, y de Botton viaja por el mundo en el sobreentendido de que el mundo es él.

No es de extrañar entonces que uno de sus héroes literarios sea des Esseintes, protagonista de la novela de Joris-Karl Huysmans A rebours, suprema muestra de quien prefiere la representación sobre la realidad, incluso en materia de viajes. Ni que finalice su libro con un rescate y defensa de Viaje alrededor de mi cuarto de Xavier de Maistre, que es una obra literaria dedicada exactamente a lo que dice su título. La diferencia entre de Maistre y su apólogo moderno es que de Maistre sí viajó en sus tiempos, y su libro es un divertimento. De Botton pertenece a otra calaña, al grupejo de trulalenses filosofadores con pretensiones populistas, que creen con todo su ser que el mundo y todo lo necesario para comprenderlo se encuentra allí, cómodamente reposando, mezclado con la pelusa de sus ombligos.


(*) También publicado en el suplemento El País Cultural del diario uruguayo El País.



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