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La insignia
2 de julio del 2002


A fuego lento

Balada del simulacro crítico


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, 2 de julio.


Las disciplinas humanísticas y sociales son las que mejor se prestan para la farsa intelectual de los sabihondos que sólo leen las introducciones, los subtítulos y las conclusiones de los libros que acarician como a perros falderos. La razón es que una reflexión humanística o de las ciencias sociales implica un cúmulo de lecturas y comprensiones más o menos profundas que, por lo general, quienes se acercan a los textos de los sabihondos no han tenido el tiempo o las ganas de realizar, de modo que los faisanes de la "cultura" cuentan con la ignorancia de su público para pontificar con vistosidad taurina sobre cualquier tópico que requiera simulada enjundia y falsa erudición.

Pero entre todas las disciplinas humanísticas, quizás la que mejor se presta para los malabarismos de los simuladores del intelecto sea la crítica literaria. Socorrida ahora por todos los dispositivos posmodernos de los Estudios Culturales, los críticos literarios de la academia políticamente correcta brincan con alegre impunidad del psicoanálisis a la semiótica y de la lingüística a la sociología, bordando con lujo de colorido un discurso que se consume en su propio narcisismo y que se eleva ardiendo como un globo de papel cada vez más lejos de la realidad.

En las facultades de Humanidades de las universidades estatales de América Latina, la crítica literaria no rebasa todavía la estilística ni las recetas sociologizantes de los años setenta, expedientes que sirven a los volátiles críticos para "fundamentar" ante lectores incautos la "calidad" literaria de autores que ellos pretenden "rescatar" de los márgenes del canon literario, y cuya escogencia responde, más que a la calidad literaria, al amiguismo de idílicas épocas de estudiantes, con lo que, de paso, "elevan" a rango canónico a su devaluada alma mater.

Mediante una "crítica" que no supera el impresionismo de vaguedades y la adjetivación caprichosa, como la que transita errabunda por los caminos del "excelente trabajo", "el gran escritor", "el tema trabajado" o las definiciones por negación que empiezan con el indefinido "lo", como por ejemplo: "lo tradicional" y lo "no-tradicional", "lo comprometido" y lo "no-comprometido", el discurso avanza hacia su propia nada, convirtiendo, en la mente del lector incauto, a la literatura y a la crítica en banalidades para seres frágiles y para estudiantes que fracasan hasta en la carrera de Derecho. Por culpa de estos críticos, la literatura y la crítica literaria son actividades desprestigiadas, con sobrada razón.

Porque ¿qué es lo que se define cuando se antepone la palabra "no" antes de un sustantivo? Si yo digo que los indígenas son los "no-ladinos", ¿cuál es el contenido de mi definición de indígena? Y, al revés, si yo digo que en este país hay indígenas y "no-indígenas", cuál es el contenido de la última definición? Es obvio que no tiene contenido pues se define como ausencia de una contraparte, y lo que está constituido por la ausencia simplemente no está constituido. Por ello, las definiciones por negación son palabras hueras, usadas sólo por intelectos poco desarrollados.

Uno de los sueños de opio de los críticos literarios es modificar el canon literario existente, quitar de él a algunos autores e incluir a otros. Y como el seguidismo en los estudios literarios es impresionante, un crítico puede decir que en un país brota una generación de escritores cada diez años o que tres escritores pertenecen a un "grupo" que a él o a ella se le antoja, y el criterio de las "generaciones decimales" o de los "grupos estéticos" queda fijo en la mente de quienes no analizan nada, hasta que un cerebro normal enmienda el entuerto. Mientras tanto, las tesis y ensayos críticos giran durante décadas en torno a las fijaciones arbitrarias de los impostores del intelecto.

Canonizar a un grupo de amigos tiene, para el simulado crítico literario, réditos de exhibicionismo irresistibles pues con ello accede a los circuitos de poder cultural que articulan los seniles santones locales de la literatura, que buscan controlar certámenes, publicaciones, cátedras, suplementos y páginas literarias: es decir, los medios de la canonización. De modo que, cuidado con estos críticos. Poco tienen que ver con la literatura, y menos con la crítica literaria.



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