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La insignia
25 de febrero del 2002


Las alas


Eduardo Galeano
La Jornada. México, 24 de febrero.


Juró que iba a volar. Lo juró por sus seis litros de sangre, sus siete agujeros de la cara, sus ocho metros de tripas, sus doscientos huesos, sus seiscientos músculos y por todos los ojales que había abierto y los botones que había colocado y por los incontables trajes y vestidos y abrigos que había medido, recortado, hilvanado y cosido, puntada tras puntada, a lo largo de los días de su vida.

El sastre Reichelt consagró todo su tiempo, desde entonces, a la confección de unas alas de murciélago. Las alas, mucho más grandes que la covacha donde tenía su taller, eran plegables, como las largas varillas de metal de su complicado esqueleto. Cuando terminó el trabajo, no pudo dormir. En vela pasó las horas, rogando a los dioses de la noche que le regalaran un día de sol y de viento.

Y a la mañana siguiente, una mañana de sol y de viento del mes de febrero de 1912, el sastre subió a lo más alto de la torre Eiffel, armó sus alas y voló a su muerte.



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