Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
23 de febrero del 2002


Recordando a Violeta Parra
Aquella voz de dolor y esperanza


Guillermo Pellegrino
Brecha. Uruguay, febrero del 2002.


Hace relativamente poco tiempo Warner Music editó una muy completa antología de Violeta Parra en seis compactos. Además de acercar su voz y sus canciones más recordadas ("Gracias a la vida", "Rin del angelito", "Run run se fue pa'l norte", "Me gustan los estudiantes", etcétera) la selección no deja de lado otra faceta creativa de Violeta: su obra plástica, ya que en el arte de tapa e interior de los discos pueden apreciarse algunos de sus cuadros y arpilleras, además de un valioso archivo de fotografías que la muestran en distintas etapas de su vida.


GUITARRA DE PUEBLO EN PUEBLO

Nacida en el seno de una familia humilde del sur de Chile, movida por necesidades de subsistencia, Violeta salió muy joven a tocar la guitarra. Al tiempo se unió a su hermana mayor, Hilda, quien recuerda: "Íbamos de pueblo en pueblo, cantando de calle en calle, en los trenes, en cualquier parte. La gente nos daba unos pocos pesos y nosotras nos quedábamos muy contentas". Pero pronto ese pueblo del sur (San Carlos) les quedó chico, y la pobreza grande; debieron emigrar a la capital. En Santiago comenzaron a cantar en el circuito de boliches marginales, donde pronto se hicieron conocidas. Poco después, "la Viola" -como la llamaban en familia- recibió una propuesta para hacer un número musical en un circo.

No duró allí mucho tiempo: la desilusionó que la gente conversara mientras ella cantaba. Pero fue en el circo donde se enamoró de Luis Cereceda, un ferroviario que iba a verla actuar. Corría el año 1937, y a las pocas semanas se casó con él. A fines de ese año nació su hija Isabel y pocos después su hijo Ángel. Cereceda nunca había mirado con buenos ojos las actividades de su esposa, hasta que la situación explotó y en 1948 se separaron. Algo triste, aunque liberada, Violeta volvió a recorrer el circuito de boliches otra vez en compañía de su hermana Hilda. No demoró mucho en rehacer su vida; en los albores de la década del 50 se casó con el tenor Luis Arce. Al clan de los Parra, en esos años, se sumaron dos hijas más: Carmen Luisa y Rosa Clara.

En 1952, la activa Violeta se propuso iniciar la recopilación de todas aquellas canciones que, entre los cantores populares chilenos, se trasmitían de boca en boca, de generación en generación. Escuchó millares de temas que incorporó a su cancionero y que luego registró y divulgó (tuvo un breve pasaje por la radio difundiendo la canción vernácula). Esa tarea de búsqueda y difusión la puso en permanente contacto con la gente.

Su valor como folclorista y difusora cultural fue reconocido cuando, en 1954, le otorgaron el premio Caupolicán, que le valió un viaje a Polonia para participar en el Festival de la Juventud. Visitó la Unión Soviética y Francia, donde se instaló por dos años. Pese al prestigio que ya tenía en Chile, su embajada en París, como le sucedería muchas veces con estos estamentos, no le prestó atención. Pasó momento duros, aunque al tiempo pudo hacer unos pesos trabajando en La Candelaria y fundamentalmente en L' Escale, un pequeño boliche del Barrio Latino, y grabando sus primeros discos con recopilaciones y canciones propias para el sello Le Chant du Monde.


JUGANDO CON VIEJAS LANAS

Al volver a su país grabó el primer larga duración de la serie Folclore en Chile y su ecléctica labor artística la llevó a fundar y dirigir el Museo de Arte Popular en la ciudad de Concepción. Pero el año 1958 no empezó bien: contrajo una grave enfermedad por la que tuvo que pasar una larga convalecencia. Aburrida, comenzó a jugar con unos sacos vacíos y una viejas lanas que tenía en su pieza: fue su inicio como arpillerista. Ocho años después, este oficio alcanzaría su momento cumbre al exponer sus trabajos en el Museo del Louvre.

En los inicios de la década del 60, ya separada de Arce, conoció al suizo Gilbert Favre, que había llegado a Chile junto a unos antropólogos. A pesar de la diferencia de edad -Violeta le llevaba 18 años-, tuvieron una relación muy intensa. Un año después de conocer a Gilbert, la artista viajó a Buenos Aires donde realizó una serie de actuaciones en Canal 13, grabó una placa para el sello Odeón (a la postre prohibida por la dictadura argentina) y presentó sus canciones y obras plásticas en el teatro ift. En 1962 retornó a Europa y entre ese año y 1965 volvió a vivir en París y en Ginebra. En esas ciudades desarrolló una poco conocida actividad artística. En Suiza, por ejemplo, cantó, bordó, se presentó en televisión y brindó pequeños recitales.


LA CARPA DE LA REINA

A la vuelta de esa segunda estancia europea, Violeta decidió instalar, en el municipio de La Reina, en las afueras de Santiago, una carpa. Allí, además de actuar y atender al público, se encargaba de preparar las empanadas y la mistela que acompañaban las actuaciones. Hasta que la tarde del 5 de febrero de 1967, en la propia carpa, decidió quitarse la vida. Meses antes, entre curiosa y sorprendida, su hermana Hilda le había preguntado el porqué del título de su disco Las últimas composiciones. Parca, como de costumbre, Violeta no aclaró demasiado: "Y... porque son las últimas", se limitó a contestar. Ya había decidido su muerte.


Contactos uruguayos (I)
Daniel Viglietti

A mediados de la década del 60, Daniel Viglietti, ya con dos fonogramas en su haber, visitó varias veces Chile. "La primera vez fui a Viña del Mar como suplente de bajo en un coro, y de allí me fui a Santiago, porque quería conocer a Violeta Parra", dice Viglietti. "Fui hasta la calle Carmen 340, a la peña de los hijos, y ella estaba el día que llegué. Pronto inicié una relación con esa familia." El músico uruguayo alcanzó a desarrollar una gran amistad con Ángel e Isabel Parra, pero le faltó tiempo para hacer lo mismo con Violeta.

A pocos días de su muerte, y gracias a la insistencia de Hugo Alfaro -en ese entonces secretario de redacción de Marcha, quien sabía de aquel vínculo con la cantautora chilena-, Daniel escribió una nota acerca de esa muerte, cuyo título fue "Violeta Parra en silencio". Entre otras cosas, allí decía: "Violeta Parra ya no está en Latinoamérica; sería poco decir que ya no está en Chile pues su voz, sin esfuerzo, ha salvado la cordillera y se ha hecho de todos nosotros. Ha callado por propia decisión. Es triste, y el primer impulso es no hablar. Pero por aquellos pocos que no conozcan la personalidad de Violeta, se hace necesario hablar [...] Anduvo tanto, tanto. Vivió tanto.

Sus coplas son a veces su acontecer, su alegría, su tristeza, Violeta misma. Esa Violeta que alrededor de su canto hizo tantas otras cosas: escribió poesía, fotografió las fiestas nacionales típicas de su tierra; formó un archivo con materiales que incorporó al Museo de Música Popular Chilena, creado por ella en la Universidad de Concepción [...] Entre los escasos datos que manejo la encuentro en Suiza, haciendo tapices sobre motivos chilenos [...] Estuve hace poco más de un mes con ella en su patria. Fue un hermoso reencuentro, la oí hablar, reír, cantar. Pasé una inolvidable noche de Pascua en casa de su hijo Ángel [...] Unos días antes había organizado un almuerzo para un grupo de artistas que intervinieron en el desarrollo del Festival Chile Ríe y Canta. Esa mañana, por torpeza o distracción, aunque vi a Violeta y me alegré como de costumbre de su presencia, olvidé saludarla. Al rato sentí que me tiraban del pelo. Violeta me decía risueñamente enfadada:

-¡Buen día, Daniel, buen día!. Fue tan fresco ese buen día, tan suyo. Cómo no contarles a ustedes que sonreí y no contesté nada. En Pascua le regalé un libro uruguayo de Capagorry y en su primera hoja escribí: ¡Buen día, Violeta!. Más que acumular datos elijo hablar de Violeta ayer, ahí, cerca de mí, cotidiana. Perdón, [...] Violeta es como esos árboles que cuando caen desparraman semillas, flores y corteza, Violeta Parra es un árbol de Chile".


Contactos uruguayos (II)
Alberto Zapicán

Violeta había quedado muy quebrada por la ida a Bolivia de Gilbert Favre (El Run un que "se fue pa'l norte"). A esa desazón se sumaba que su proyecto de La Carpa, por el que tanto había luchado, estaba lejos de ser lo que ella ambicionaba. En esos triste días, sólo la compañía del campesino y folclorista uruguayo Alberto Zapicán -quien hacía poco tiempo había llegado a ayudarla- logró atenuar un tanto sus muy frecuentes depresiones. Pero era una amistad otoñal, no la fervorosa pasión que su alma necesitaba. Zapicán, que hoy vive en el Interior uruguayo alejado por completo del ambiente artístico, aún recuerda con claridad su primer contacto personal con "la Viola": "Llegué a La Reina junto con mi amigo 'el Gitano' Rodríguez, quien se había enterado de que Violeta andaba precisando alguna persona para que la ayudara a arreglar La Carpa. Enseguida, Osvaldo me la presentó y quedamos en hablar luego de su actuación. Ni bien terminó de cantar, se acercó y me dijo: '¿Qué te creís huevón, que estás recién llegado y no aplaudís'?. Se había enojado porque mientras todos los presentes la aplaudían yo, que no tenía ni tengo costumbre de hacerlo, me había quedado sentado... ¿Qué hice en ese momento? Nada. Permanecí callado, le tenía muchísimo respeto. Violeta era una mujer de pocas pulgas, sin hacerse problemas mandaba a cualquiera a la puta madre... La cosa es que ella volvió a insistir con la necesidad de que alguien la ayudase. Yo estaba precisando trabajar, así que al día siguiente comencé".

Después de aquel desencuentro inicial, Violeta y Zapicán pasaron a tener una muy buena relación. La artista había percibido que el hombre no provenía del "hormigón" y que su única intención era ayudarla y trabajar. "En un momento dado -recuerda Zapicán-, descubrió que yo tocaba el bombo y cantaba, en realidad expresaba lo que me nacía, porque no soy cantante ni músico; ese día me dijo: 'A partir de ahora vas a cantar conmigo'. Así fue que surgió el vínculo artístico." Zapicán, que acompañó a Violeta con su voz y su bombo en su legendario último disco (con clásicos como "Gracias a la vida" y "Volver a los 17") fue además testigo de sus últimos días. Violeta, un poco por influjo de Zapicán, estaba entusiasmada con venir a Uruguay. De hecho, Zapicán había comprado dos pasajes en tren para emprender un viaje a nuestro país el 7 de febrero de ese 1967. Violeta se suicidó dos días antes.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad | Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción