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La insignia
21 de febrero del 2002


De la desobediencia


William Faulkner
La Jornada Semanal, suplemento de La Jornada. México, febrero del 2002.

Traducción, presentación y texto final de Rubén Moheno.


Más de medio siglo después, las palabras que William Faulkner pronunció al recibir el Premio Nobel de Literatura siguen teniendo una desoladora vigencia: "Nuestra tragedia hoy es un miedo físico general y universal, sostenido por tanto tiempo que incluso podemos sopesarlo." El deber y el privilegio del escritor -"aligerar el corazón del hombre para ayudarlo a resistir"-; la condición humana en tiempos de la amenaza nuclear, se renuevan, como bien lo apunta Rubén Moheno, autor de la inteligente nota que acompaña al discurso, en estos tiempos en los que la violencia es la "gran fuente del miedo universal". Efectivamente, una tarea inaplazable consiste, como aquí se sugiere, en desobedecer al miedo.


Pienso que este premio no se otorga a mi persona sino a mi trabajo; el trabajo de una vida en el sudor y la agonía del espíritu humano, no por la gloria, y menos que nada por la ganancia, sino por crear, a partir de los materiales del espíritu humano, algo que no existía antes. Así que este premio sólo se me confía. No será difícil encontrar un destino a su parte monetaria que sea adecuado al propósito y significado de su origen. Pero quisiera hacer lo mismo con la proclama, al emplear este momento como una cumbre desde la cual pueda ser escuchado por los hombres y mujeres jóvenes que ya se dedican a la misma labor y angustia, entre los cuales se encuentra ya aquél que ocupará el lugar que ahora ocupo yo.

Nuestra tragedia hoy es un miedo físico general y universal, sostenido por tanto tiempo que incluso podemos sopesarlo. Ya no hay más problemas del espíritu. Sólo existe la pregunta: ¿Cuándo me barrerán? Por ese motivo, el hombre o mujer joven que escribe hoy ha olvidado el problema del conflicto del corazón humano consigo mismo, que es lo único que puede lograr la buena escritura porque es lo único sobre lo que vale la pena escribir; sólo eso merece el sudor y la agonía.

Él debe aprenderlo otra vez. Debe enseñarse a sí mismo que tener miedo es lo más bajo que hay; y al enseñarse eso, olvidar el miedo para siempre, y no dejar espacio en su taller a nada que no sean las viejas verdades y realidades del corazón; las viejas verdades universales sin las cuales una historia es efímera y está condenada a morir: amor y honor y caridad y orgullo y compasión y sacrificio. Mientras no haga eso, trabaja bajo una maldición. No escribe de amor sino de lujuria, de derrotas en las que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanza, y lo peor de todo, sin caridad ni compasión. Sus aflicciones no se duelen en huesos universales, no dejan cicatrices. No escribe del corazón sino de las glándulas.

Hasta que vuelva a aprender estas cosas, escribirá como si asistiera al fin del hombre y lo contemplara. Me rehuso a aceptar el fin del hombre. Es bastante fácil decir que el hombre es inmortal simplemente porque perdurará: que cuando el último din don del destino haya resonado y se haya apagado en la última piedra sin valor bajo la última roja tarde agonizante, que incluso entonces habrá ahí un sonido más: ésa su insignificante voz inextinguible, hablando todavía. Me rehuso a aceptar eso. Yo creo que el hombre no sólo perdurará: prevalecerá. Es inmortal, no porque sea el único entre las criaturas que tenga una voz inextinguible, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y resistencia. El deber del poeta, del escritor, es escribir acerca de estas cosas. Es un privilegio aligerar el corazón del hombre para ayudarlo a resistir, al recordarle el valor y honor y orgullo y esperanza y compasión y caridad y sacrificio que han sido la gloria de su pasado. No es necesario que la voz del poeta sea un mero registro del hombre, puede ser uno de los apoyos, de los pilares para ayudarlo a perdurar y a prevalecer.


Desobedecer al miedo
Por Rubén Moheno

La fecha de este discurso, 10 de diciembre de 1950, sugiere que el "miedo físico general y universal" al que alude el creador de Yoknapatawpha podría deberse a la amenaza nuclear. Las explosiones atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki con las que terminó la segunda guerra mundial eran muy recientes entonces.

La amenaza nuclear aún pende sobre nuestras cabezas, pero tal vez nos hemos acostumbrado a ella, porque ahora no parece ser la gran fuente del miedo universal. La iniciativa de defensa antimisiles del presidente Bush podría llevarla al centro de los corazones otra vez.

José Saramago apuntó en algún momento que el miedo universal hoy tendría su gran fuente en la amenaza del desempleo. Buena parte de la población del planeta se encuentra ya en esa situación, y otra mayor aún en una mucho peor: marginalidad. Ahí está el drama de los migrantes mexicanos hacia el país del norte. Hoy sabemos que se puede llevar a la quiebra a un país, como Argentina. La doctrina neoliberal tal vez sea eficiente para atender las necesidades de unos mil millones de seres humanos globalizados, no a los seis mil millones que pueblan el mundo.

Antes del crimen de Digna Ochoa, y antes del 11 de septiembre, el poeta Hugo Gutiérrez Vega hablaba de la violencia como gran fuente del miedo universal. Acaso lo dijera por su experiencia en el infierno de Líbano, donde nuestro diplomático debió cruzar innumerables retenes de asesinos, y sólo Dios sabe por qué salió con bien. Basta recordar las matanzas de septiembre de 1982 en los campos de Sabra y Chatila. Unos 460 (según la encuesta libanesa) y cinco mil (según los palestinos), fundamentalmente mujeres, niños y ancianos refugiados palestinos, fueron asesinados ahí por milicias falangistas "cristianas", cuando Beirut estaba rodeado por tropas israelíes. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa de Israel, había dado su consentimiento a la entrada de las milicias a los campos para "limpiarlos" de combatientes. La matanza provocó una gran sacudida en Israel, donde una comisión de investigadores, dirigida por el presidente de la Suprema Corte, estimó que al no prever lo que evidentemente sucedería, Sharon tenía "una responsabilidad personal" en la tragedia. No hubo reclamo judicial, la comisión sólo pidió al ministro sacar "conclusiones personales de la forma en que había faltado a su cargo". Unos días después Sharon renunciaba a su puesto. Hoy conduce el Estado de Israel, pero en Bélgica se le sigue proceso por aquellos hechos.

Bélgica tiene una ley de "competencia universal", que considera que los tribunales belgas pueden juzgar crímenes de guerra, crímenes de genocidio y crímenes contra la humanidad, cualquiera que sea el lugar donde se hayan cometido o las nacionalidades y lugares de residencia de las víctimas y de los acusados. El abogado Chebli Mallat, cristiano maronita, sostiene ante la justicia belga la demanda contra Sharon de los sobrevivientes de aquellas masacres, por "rechazo a la impunidad".

Si el problema palestino no fuese lo central en toda la conflictiva del Medio Oriente, su magnitud y persistencia, al menos, impiden ver con claridad cualquier otro que se presente ahí.

Hablo con una amiga, que da la razón a don Hugo, y la expande: la violencia es gran generadora de miedo; también la violencia familiar, la callejera, la que induce a la soledad.

Hoy son múltiples las fuentes que alimentan el miedo universal. Pero es necesario rechazarlo siempre, porque no hay duda que Faulkner tenía razón. El miedo es lo más bajo. No hay nada que merezca apartarnos de los conflictos del corazón consigo mismo, las viejas verdades universales.



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