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La insignia
18 de febrero del 2002


El grabador


Eduardo Galeano
La Jornada. México, 17 de febrero.


¿Cómo era México, quién era México, hace cien años? En los grabados de José Guadalupe Posada está el México que era, en cuerpo y alma, para quien guste mirar y para quien quiera entrar.

En su época, los entendidos lo despreciaron. Posada daba lo mejor de sí en hojas volantes y panfletos, que el pueblo gozaba como chile picante en las tortillas. Expulsado del alto cielo del arte, Posada fue arrojado al último círculo del infierno, donde los artesanos tenían, y tienen, residencia.

En los mismos abismos infernales nació, creó y sigue creando otro José, José Francisco Borges. Él hace en Brasil, ahora, lo que Posada hizo en México hace un siglo. Como Posada, Borges retrata en sus grabados la gran aventura de la vida cotidiana de la gente olvidada en los pueblos perdidos y en las orillas de las ciudades. Como Posada, Borges difunde lo mejor de su obra en la folletería que se ofrece en los mercados populares.

Misteriosas dinastías, herencias desconocidas, hacen la historia del arte. Una tarde, Borges recibió un regalo en su pueblo de Bezerros, en los adentros del nordeste del Brasil. Era un libro de grabados de Posada. Borges no lo conocía, nunca había visto sus cosas, ni había oído jamás hablar de ese señor. Pero fue así que descubrió quién era su papá, como ocurre en el último episodio de las telenovelas.



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