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10 de enero de 2002 |
¿Cuántos cerebros tenemos?
Juan Soto Ramírez (*)
¿Se ha preguntado el lector alguna vez cuántos cerebros tiene en el cuerpo? Quizá no lo ha hecho porque las explicaciones corrientes y simplificadoras se olvidan de lo complejo de las operaciones cerebrales y sus implicaciones con el resto del cuerpo. Más aun, no existe aún una teoría de la física, la biología, la psicología o la computación que explique la mente.
A principios de la década de los 70, cuando muchos apenas comenzábamos a hablar y caminar, Paul D. Mac Lean (director del Laboratorio de Evolución Cerebral y Conducta del Instituto Nacional de Salud Pública de California en 1997) propuso que el cerebro humano era tres en uno: a) el cerebro de los reptiles (donde tienen lugar el celo y la agresión); b) el cerebro de los mamíferos (las emociones); y c) el neocórtex humano (la inteligencia lógica y conceptual). De acuerdo con Mac Lean cada uno de estos tres cerebros (o cerebro triúnico) corresponde a un periodo evolutivo (mientras la vieja corteza del cerebro cuenta ya con 200 millones de años, el neocórtex tiene una escasa edad de un millón). Aunque operan de manera individual, con "personalidad" propia, se encuentran conectados entre sí. Los "tres cerebros" de Mac Lean se complementan, pero también se oponen entre sí, además de no tener una predominancia claramente definida uno sobre otro. Esta versión triádica ha tenido un impacto sorprendente en áreas tan diversas que van desde la pedagogía hasta la medicina energética pasando por la ciencia política, la fisiología y la filosofía. Sin embargo, esta idea del doctor Mac Lean que, entre muchos otros, Arthur Koestler, Carl Sagan y hasta el propio Edgar Morin se encargaron de difundir, en realidad fue desarrollada bastante tiempo atrás por un abad jacobino del siglo XVIII, Emmanuel Sieyes, en un manuscrito titulado Del cerebro y del instinto. Trabajo no tan popular y reconocido como el del fisiólogo estadunidense. El doctor Francisco Varela, ex director de investigación del Instituto Nacional para la Investigación Científica de París en el laboratorio de neurociencias cognitivas e imágenes cerebrales, cuyo fallecimiento reciente significó una pérdida profunda que a más de uno nos dejó sin decir palabra alguna, supuso, a principios de la década de los 90, la existencia de un segundo cerebro que no se encuentra concentrado en la cabeza, sino disperso por todo el cuerpo. Un aspecto central en esta propuesta es que el biólogo chileno traslada la idea de clausura operacional del cerebro al sistema inmunológico, lo que le permite funcionar como un segundo cerebro cerrado operacionalmente, trabajando de manera autónoma y produciendo nuestra identidad física mediante las interacciones internas que tiene consigo mismo. De acuerdo con esta perspectiva, el cuerpo posee dos formas fundamentales de conocer: la primera, la clásica, localiza o sitúa la cognición en el cerebro y, la segunda tiene que ver con el sistema inmunológico disperso en todo el cuerpo a través de los órganos y del fluido linfático. Es decir, las neuronas serían al sistema nervioso lo que los linfocitos al sistema inmunológico. Dichos linfocitos se combinan por conexiones químicas en vez de conexiones anatómicas y en el cuerpo contaríamos con dos identidades, con dos formas de clausura, con dos sistemas cognitivos interactuantes: dos cerebros en el cuerpo. Es claro que ninguna de estas dos propuestas aborda de manera directa el problema de la mente. Si acaso lo tocan de forma tangencial. Es casi obvio que de cara a las discusiones contemporáneas en psicología, son los físicos como Roger Penrose o científicos cognitivos como Piero Scaruffi quienes han arrojado más luz sobre el problema de la mente que cualquiera de las celebridades más reconocidas en sicología, desde Freud hasta Lacan. Es patético que la mayor parte de las discusiones contemporáneas en psicología, desde la experimental hasta la social, sigan haciendo a un lado el estudio de la mente y que sea sólo en los cursos de vanguardia (que son los menos) donde se discutan estas cuestiones. Es aberrante que en más de 100 años (desde la fundación de la psicología experimental), la psicología no pueda responder una pregunta básica: ¿qué es la mente? No es extraño que sean los biólogos, fisiólogos y físicos los que ahora nos den clases de sicología. Es una fortuna, pero, como siempre sucede, los psicólogos tardarán quizá otros 100 años en darse cuenta de que sus teorías eran extremadamente limitadas. (*) El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (México). |
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