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29 de enero del 2002 |
La Lupe en Maverick * Rocío Silva Santisteban
Maverick era una serie de TV, la historia de un cowboy que funge de tahúr, hace poco relanzada por Hollywood con Mel Gibson como protagonista y resultados fatales de taquilla. La Lupe era una cantante cubana con una voz tan poderosa que estremeció más de una vez el Carnegie Hall, murió en 1992, totalmente olvidada, luego de pasar algún tiempo predicando en la Iglesia Pentecostal. ¿Qué puede unir a esta extraña sonera cubana con un cowboy de oropel? Nada.
No voy a hablar de ellos. Este Maverick al que me refiero es sólo un pedazo de tierra, parte de una geografía: la zona hispana de Boston. Un sector del puerto que da a un mar helado, una plaza llena de gaviotas grandes y blancas (nunca las vi tan grandes) y una serie de restaurantes, cafés y tiendas alrededor de la plaza con nombres castizos o portugueses. Precisamente en esta zona hay una iglesia, la del Santísimo Sacramento, bajo cuyas bóvedas todos los domingos se congregan cientos de fieles para escuchar la misa en español. Ahí, en el altar principal está la Virgen de Guadalupe, apodada la Lupe cariñosamente. Por eso durante la misa -por la fe y la confianza- en lugar de los "ora pro nobis mater admirabilis" los fieles le cantan Las Mañanitas y si están verdaderamente entusiasmados corean "Si Adelita se fuera con otro/ la seguiría por tierra y por mar...". Porque no se trata de ser cucufatos sino de creer en la maternidad de una Virgen que primero, antes que a los encomenderos y demás cortesanos de la Nueva España, se le presentó a un indio, al descalzo e ignorante Juan Diego, que colmó de rosas los pies del Obispo cuando le pidió que demostrará el milagro guadalupano. La Lupe no es una madre severa que desde su pedestal virginal exige devoción y mortificaciones. Esos son cuentos de un tal Rulfo; ahora la Lupe es la patrona de los inmigrantes, de los que dejaron atrás su hogar, de los hijos sacrificados que deben partir hacia el Norte para sostener las arruinadas economías del Sur. Cientos de guatemaltecos y salvadoreños, las colonias más grandes en esta tierra, rezan, dejan sus billetes en las canastitas de la limosna (algunos hasta sacan "vuelto") y terminan festejando la mixtura latinoamericana en el sótano eclesial con enchiladas, burritos, guacamole y cebiche. Pero las cosas no están fáciles y los inmigrantes lo saben: el 11 de septiembre cerró muchas puertas. Los papeles "chuecos" ya no sirven como antes, la doble faz del capitalismo avanzado está estrechando el cerco, las torsiones de un sistema "perfecto" que sobrevive de sus imperfecciones están siendo últimamente enderezadas: hoy se sospecha, se mira de reojo, se tiene miedo. Hay un ligero temor en el ambiente de que la crisis global también afecte al gigante y el paraíso del 4% de desempleo sea "sincerado". Sería entonces el cataclismo, el final del horizonte, el Apocalipsis. Pero ahí está la Lupe: su manto lleno de toda una constelación de estrellas y sus ojos, semicerrados en posición de mansedumbre, irradian confianza. Y a pesar del hambre, de los llantos al otro lado del teléfono, de los desánimos hay algo que -también tengo fe- nos colocará a los postergados latinoamericanos en otro lugar. ¿Cuál? No sé, pero habrá que buscarlo por tierra y por mar. (*) También publicado en El Comercio. Perú. |
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