Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
23 de enero del 2002


Irán: memorias del paraíso


Higinio Polo

Irán: memorias del paraíso
Editorial Montesinos. Barcelona (España), 2002.

Fragmento del Capítulo I
Edición en Internet de La insignia.


La araña ataca de nuevo. Mientras ponía en orden los recuerdos, vi aquel titular en un periódico. En el año que había transcurrido desde el viaje a Irán, dieciocho mujeres -todas ellas prostitutas, al decir de la información periodística- habían sido encontradas asesinadas en Mashad. Las víctimas habían muerto estranguladas con sus propios pañuelos, y el asesino -o los asesinos- había abandonado los cadáveres en la cuneta de las carreteras próximas a la ciudad santa de Mashad, todos ellos envueltos en un sudario siniestro: el chador negro que deben llevar obligatoriamente las mujeres iraníes. La araña asesina, como la llamaban los periódicos, podía tener motivaciones religiosas para cometer los crímenes: la propia policía aceptaba esa posibilidad, en un momento en que los sectores más conservadores del país gruñían ante la relajación de costumbres que, según ellos, empezaba a apoderarse de Irán. Meses antes de ver esa noticia de la araña, había leído que Mohamad Jatamí, el presidente del país, supuesto representante de los sectores más abiertos del régimen teocrático, hablaba con retórica antiimperialista, en la "cumbre del Milenio", en septiembre de 2000, como si fuera un hombre de progreso, en un momento en que ya era obvio para la población iraní el agotamiento de la revolución islámica y el sinsentido de una dictadura teocrática. Más tarde, leí con sorpresa que Jatamí defendía, de nuevo, su concepción de una "democracia religiosa" para Irán, preparando así el camino para su reelección como presidente del país. De modo que la araña atacaba en Mashad, mientras el país hervía de inquietud, soportando a los mulás, viendo cómo la república islámica negaba a las mujeres su propia vida; mientras se perseguía a los mismos sectores políticos que ya habían soportado las persecuciones del sha.

El cálculo resultaría acertado: Mohamad Jatamí había vencido de nuevo en las elecciones de junio del 2001, con un setenta por ciento de los votos. Pero los cambios no llegaban: Jatamí era un hombre de la teocracia iraní, aunque pretendiese un régimen islámico más abierto y moderado. El mismo verano del 2001 en que aparecían las noticias sobre la araña de Mashad, las autoridades iraníes habían ejecutado en la horca a diez personas. Fueron ahorcadas en público, siguiendo las leyes islámicas, en un momento en que el Tribunal Supremo iraní confirmaba más de cien condenas a muerte: la mano del verdugo no se detenía, aunque las protestas de la población eran frecuentes. Amnistía Internacional daba cuenta, en esos mismos días, de que durante una ejecución pública en Teherán, la policía tuvo que dispersar con gases lacrimógenos a los ciudadanos que protestaban. Había leído en otras fuentes, además, que cada año morían lapidadas doscientas mujeres acusadas de adulterio o de blasfemia.

El viaje que habíamos hecho a Irán -sólo dos personas, confiadas en el anonimato que ello facilitaría, con un itinerario abierto a la improvisación- tenía motivaciones remotas. Algunas estaban perdidas entre mis recuerdos escolares; otras, entre los fastos del sha de Persia, entrevistos en las imágenes en blanco y negro de los noticiarios franquistas de los cines; otras aún, en la aparición repentina de un ayatol.la en los televisores de todo el mundo, veinte años atrás. Había otros pretextos: visiones del jardín del paraíso, conspiraciones de la segunda guerra mundial, lecturas de viajeros, sueños de arqueólogos, versos de poetas y hasta estampas francesas descubiertas en París. También, la figura de Fitzgerald, un rentista inglés que dedicó sus ocios a traducir a Esquilo y a Calderón y que dejó a Europa una versión de los Robaiyat. No había conseguido la obra que A. M. Terhume escribió sobre la vida de Edward Fitzgerald: el libro se llamaba simplemente Life of Edward Fitzgerald y fue editado en Yale poco después de la segunda guerra mundial. Aquel británico adusto me interesaba por muchos motivos, entre otros por su amistad con Thackeray y por sus relaciones epistolares con Tennyson y Carlyle, pero, especialmente, porque fue el traductor de Omar Jayyám y de Farid Attar, los dos grandes poetas persas con quienes quería encontrarme en Irán (si eso era posible por encima de los siglos) y a cuyas tumbas -próxima una a la otra, olvidadas por el mundo, en Neyshabur, en lo que había sido la bulliciosa Persia de la ruta de la seda- yo acudiría inquieto y suspicaz, recordando el verso en que Jayyám nos confiesa su temor de que el jardín del Paraíso esté vacío: a veces buscamos el recuerdo de un hombre y encontramos apenas una tumba.

Al llegar a Teherán, llevaba conmigo el pequeño ensayo de Borges, El enigma de Edward Fitzgerald, en el cual el argentino hablaba de tres amigos, que según él estudiaron juntos, lo que era improbable. De cualquier forma, los tres camaradas habían sido personajes muy relevantes y seguramente ese era el origen de mi interés por Persia, junto con cuestiones como la evolución de la república islámica y el propio futuro del régimen. Así que buscaba el rastro de tres hombres, muertos hacía siglos: uno era el poeta Omar Jayyám; otro, el visir del sultán, Nezam ol-Molk; y el tercero, Hasan Sabbah, el fundador de la secta de los asesinos. Los tres habían interesado a muchas otras personas. El propio Steven Runciman, el erudito de los siglos de las cruzadas, recogía la leyenda de que los tres amigos habían sido discípulos del sabio Muwaffaq de Neyshabur y que sellaron entre sí un pacto de ayuda, un compromiso para vencer a sus enemigos y quién sabe si también al destino aciago.

De manera que había llegado a Irán -el país de la poesía, de las miniaturas y de las alfombras- en busca de un poeta, de un asesino y de un visir, aunque también pensaba -mientras pasaba los controles de la aduana en el aeropuerto, sometiéndome a la suspicacia de los guardianes de la revolución- en las mujeres embozadas en el chador islámico, en las persecuciones padecidas por el Tudeh -el partido comunista-; en las pompas del sha en el Persépolis de los aqueménidas; en cierto nazi llamado Paul Leverkuehn, que había llegado al Irán que veía de lejos el inicio de la segunda guerra mundial y cuyos pasos yo no descartaba seguir; pensaba en los poetas deslumbrantes que el país había dado -Attar, Nezami, Rumi, Hafez, Sa´di, Ferdowsi- y en lejanos recuerdos inventados ante las láminas del palacio de Darío. Días después de mi llegada vagaba por los zocos y tomaba té hirviendo para combatir el calor, pensando en la maldición del desierto y en la felicidad de la penumbra, y, hasta en la hermosa Esfahan, olvidaba a veces a Omar Jayyám, a Hasan Sabbah y a Nezam ol-Molk, perdido en los laberintos del bazar, en la visión de las mujeres con chador, o en el recuerdo de los jardines persas que podían verse en el Louvre o en el Institut Néerlandais de París.

Los tres, el poeta, el asesino y el visir, al decir de Borges, fueron amigos y estudiaron juntos, pero la diferencia de edad del poeta y del asesino con el gran visir hacía muy dudosa su afirmación. Nezam ol-Molk tenía unos treinta años más que Omar Jayyám. Hasan Sabbah estudió en Neyshabur y en Rey, la ciudad cercana a Teherán de la que apenas quedaban algunas ruinas, y tal vez también en Qom, donde había nacido el jefe de los asesinos: no era fácil que hubiesen coincidido todos ellos en sus estudios coránicos. Omar Jayyám escribió los Rubaiyat; su amigo Hasan Sabbah fundó la secta de los asesinos, en la inaccesible y venerada Alamut; y Nezam ol-Molk, el gran visir, protector de Algazel, fue autor de un notable tratado, Siyasat Name, que algunos han comparado con El Príncipe de Maquiavelo. El visir era el hombre sobre cuyas espaldas descansaba el imperio seljúcida, según afirma el historiador Ibn al-Atir. Los tres escribieron, con diferente fortuna: nuestra época guarda las cuartetas de Jayyám y el tratado del visir, pero apenas conserva de Hasan Sabbah unas palabras transportadas por encima de los siglos: había escrito muchos libros pero todos fueron destruidos por el fuego. Hasta su misma fortaleza de Alamut, el paraíso de los creyentes y de los asesinos, fue arrasado por los guerreros mongoles un siglo después de que Hasan muriese. Jayyám había escrito otras obras, además de los Rubaiyat, como una Demostración de problemas de álgebra, o un Tratado sobre algunas dificultades de las definiciones de Euclides, y hasta un Método para extraer raíces cuadradas y cúbicas.

El último detonante de mi interés por Persia había nacido de un embrollo y de algunas casualidades. Una mujer, profesora de literatura, me había regalado un ejemplar, en inglés, de los Rubaiyat de Fitzgerald, en una bonita edición neoyorquina de las Dover Publications. Tiempo después, había comprado una versión castellana de las cuartetas en Ciudad de México, y, en un viaje a Siria, recalé en un decadente hotel de Damasco que se llama precisamente Omar Jayyám, y la idea de visitar la patria del poeta había ido creciendo, aunque había sido pospuesta por diferentes motivos en muchas ocasiones. La última, un par de años atrás. Las noticias en la prensa sobre la situación política en el país no eran muy alentadoras, y los conflictos y enfrentamientos, junto con los atentados con bombas, añadidos a la represión política, aconsejaban prudencia. Pese a ello, organicé el viaje, algo inquieto, dudando sobre su oportunidad y no sin pensar en las palabras que el gran eunuco le había dicho al sha: "Los viajes cortos procuran más alegría que los viajes largos. Los viajes largos enferman." La frase se la había dicho al sha el gran eunuco Patominos, viendo que su señor estaba aquejado de melancolía. El sha debía hacer un viaje: a la exótica Europa. A Viena. En realidad, todo era fruto de la imaginación de Joseph Roth, que nos hace perseguir en su novela La noche mil dos la noche siguiente a la última. El gran eunuco era un hombre curioso que sabía que todo cambia, aunque todo permanece igual. Tal vez por eso decidí finalmente ir, para comprobarlo.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad | Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción