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18 de enero del 2002 |
Fallece Camilo José Cela La opinión de los medios
Cela, gloria de las Letras españolas
Pablo Sebastián, director de Estrella Digital. España, 18 de enero. (...) Cuando Cela recibió la noticia del Nobel vivió momentos de euforia y disgusto porque un sector de la cultura española, el que habita en torno al diario "El País" (que ha politizado y controla La Real Academia de La Lengua) y al entonces núcleo duro del gobierno de Felipe González, aprovechó el evento para descalificar al escritor. Hasta tal punto que Jorge Semprún, entonces ministro de Cultura y un mediocre novelista, se negó a asistir a la entrega del Nobel en Estocolmo, aunque si lo hizo el ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, a quien Cela llamó "ministro para Asuntos del Nobel". Camilo en aquella gloriosa ocasión y con una cierta amargura me comentó: " he cometido el error de conseguir un premio que es gloria de las letras españolas, aunque yo sea su portador y por eso algunos nos están castigando en mi persona". Así fue, hasta el punto de que el gobierno de González y su entorno le negó reiteradas veces el premio Cervantes, el reconocimiento español que le llegó después del reconocimiento universal del Nobel, lo que confirma la bajeza y mediocridad de quienes durante tantos años han sido en este país responsables de la política y la cultura. (...)
Una explosiva mezcla de talento y tenacidad (...) «Me dan ganas de vomitar», dijo un crítico tras leer La familia de Pascual Duarte, publicada en 1942. Era justamente lo que pretendía Cela: provocar la náusea sobre la España rural, sombría e ignorante de los años 30, descrita a través de los ojos de un brutal asesino. A Cela, como a Unamuno, le duele España. Y le duele tanto que ningún escritor del siglo XX ha sido capaz como Cela de trazar el dibujo implacable de una sociedad mediocre y atenazada por el miedo, donde lo único que cuenta es sobrevivir. Si el sentimiento trágico de la vida que aparece en sus primeras novelas evoca el pesimismo unamuniano, el trazo esperpéntico de sus personajes y el dominio acerado del lenguaje nos recuerda a Valle Inclán. Pero Cela es, sobre todo, un observador implacable de la miseria humana, al modo y manera en que Balzac disecciona al natural la Francia de Luis Felipe de Orleans. Su desmesura, su pretensión de abarcar todos los géneros y su talante provocador e inconformista le acerca más a la gran literatura decimonónica y al espíritu de la generación del 98 que a la aurea mediocritas del presente. Cela era, en verdad, un hombre de mil caras que, bajo su apariencia hosca cuando no hostil, ocultaba un trasfondo de ternura que coexiste con lo brutal y lo siniestro en todas sus obras. Al analizar su legado, hay que hablar inevitablemente del Cela novelista, aunque existen también el Cela viajero, el erudito, el filósofo, el dramaturgo, el actor, el guionista, el editor y el político, por citar algunos aspectos de su poliédrica personalidad. (...)
Muere un Nobel (...) En medio de esa vida, en la que también fue editor, periodista -colaboró durante mucho tiempo en este periódico-, senador real, viajero español y sin frontera, surgió también la figura polémica que, en el mejor estilo del 98, polemizó contra esto y aquello, a veces de forma arbitraria, pero con toda la fuerza de los contrastes de su personalidad intelectual, literaria y política, tan conflictiva como el propio país en cuya historia ya está. Le dio vigor al idioma, del que fue máximo estilista, según reconocen incluso los que le niegan todo lo demás. Estuvo presente en momentos distintos de la vida española como un creador que tenía dentro de sí el ansia de vivir por encima de la edad y del tiempo, y así cabe interpretar su insistencia en polemizar con los que venían detrás, como si él quisiera perpetuar su propia juventud en contraste con la de los que le seguían. En un periodo esencial de la historia de España, en los años sesenta, abrió su revista Papeles de Son Armadans a los exiliados; fue gran amigo de muchos de ellos y nutrió esa publicación histórica de los nuevos nombres de la literatura española; fundó Alfaguara -con su hermano, el también escritor Jorge Cela- y ahí fue asimismo receptivo a los nuevos talentos de la época. Una vida tan rica no podía irse sin albergar en su seno el aire de la controversia y la contradicción; cerrada su biografía, es hora de que se decante el genio indudable que encierra su obra. Él solo era toda una literatura. |
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