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9 de enero de 2002 |
El paso del ganso
Gabriel Sosa
El paso del ganso
Una de las cosas que más curiosidad producen con respecto a Alejandro Jodorowsky (Chile, 1929) es preguntarse cual será su fama en el futuro, digamos en 50 años, como hombre de letras. Y es que no es fácil discernir cual es el verdadero alcance de su influencia, más allá de que tiene un amplio grupo de fanáticos seguidores que consumen con avidez todo lo que produce, ya sea en literatura, cine, teatro los que pueden, y que incluso deben ansiar ser seguidores (o acólitos, o miembros o sectarios o como se llamen) de su "Cabaret Místico", disciplina esotérica que combina el tarot y la psicología, que Jodorowsky imparte en París y con la cual parece que le va muy bien.
Dejando de lado sus facetas místicas, cinematográficas y teatrales, la literatura de Jodorowsy es, si no única, al menos inusual. En sus peores momentos puede parecer un Galeano internacionalizado (y, eso si, muy mejorado). En los mejores, parece que el lector se enfrenta a un maestro sufí legítimo que hubiera decidido volcarse al surrealismo. En ese devaneo, Jodorowsy se las ingenia para intrigar, seducir y entretener al lector, que nunca sabe si tomarlo en serio o no. Para ser surrealista le faltan el método y el rigor de una Leonora Carrington. Para ser un Galeano mejorado, tiene demasiado sentido del humor y, a pesar de sus pretensiones de gran maestro, poco respeto por su imagen de prohombre. Y para ser un sufí, le falta la dedicación completa a su misticismo. En su caldo mete un poco de cada cosa, lo condimenta con su aire mundano de latinoamericano generación-60 (cuyos mejores integrantes, ante la catástrofe del exilio forzado o no, supieron pasear por el mundo un desparpajo de izquierda saludable y desmitificador, y los peores volvieron a sus terruños, se autoendiosaron y fundaron editoriales para su propia obra) y obtiene un producto de aroma único, intrigante y desorientador. El paso del ganso es una recopilación (o rejunte) de textos de diferentes épocas de su vida, desde relatos escritos en Chile en los años 50 hasta un capítulo quitado de su última novela, El niño del jueves negro. Lo primero que llama la atención es la coherencia de los textos, en los que no pueden, con sinceridad, detectarse obras "tempranas" y "maduras". El libro está separado en dos partes, tituladas respectivamente "Fábulas y cuentos politicofantásticos" y "Otros cuentos, otras fábulas", obedeciendo a una cuestión temática y no temporal. Pocos datos se dan sobre la fecha de cada texto, salvo unos pocos. Si los de la segunda parte parecen superiores a los de la primera, se debe a que son lo mejor de Jodorowsky, la parte más libre y desenfrenada de su imaginación. Los de la primera parte, ingeniosos y simpáticos, suenan a cosa ya leída, a fábulas sobre lo necio que son los dictadores y lo sufrida e ingeniosa que es la gente que resiste. El tiempo, y la sobreproducción de algunos mediocres autores que explotaron el filón ideológico, le quita encanto a esta forma de fabulación típica de la segunda mitad del siglo XX. Lo mejor del autor está en su libertad, en su vuelo y en su imaginación (tres características que se mencionan mucho en la primera parte del libro). Ese terreno en el que Latinoamérica se encuentra con el confucianismo, el Tarot con Marx y el psicoanálisis con la poesía, es la mente de Jodorowsky, un autor al que en su tiempo sólo se puede disfrutar (o rechazar), dejando para el futuro la incómoda tarea de tasarlo. |
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