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7 de enero de 2002 |
El cuadro
Eduardo Galeano
Llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros. Era una de las muchas mujeres que recogían amapolas en sus canastas.
En alguna ciudad de China, quién sabe dónde, quién sabe cuándo, dos amigos estaban contemplando ese cuadro, pintado por quién sabe quién, que mostraba la cosecha en un campo de flores. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en esa mujer. Él no podía dejar de mirarla, hasta que por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó. Él se dejó ir hacia el alto lugar adonde no pueden llegar estas palabras que quisieran contar lo que ocurrió. Y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro. Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que recogían amapolas en sus canastas, llevaba ahora el pelo recogido, atado en la nuca. |
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