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28 de diciembre del 2002 |
Rosalba Oxandabarat
La sangre no llega al río, pero a veces sí llega. Los que adoran a los animales, a una especie en particular, a dos o a todas, y los que el único animal que aprecian es la buena vaca o el buen lechón primorosamente adobados en un plato. Entre los primeros existen categorías variadas, que no siempre armonizan entre sí. Lo que sucede con los que aman sólo a los perros o sólo a los gatos pueden protagonizar películas bélicas: nunca se pudo con la inveterada costumbre de los perros de perseguir a los gatos, y cuando tallan los dueños el enfrentamiento puede ser fatal. Con las excepciones brindadas por Robertino, gato de Malvín que solía dormir la siesta en mitad de la vereda desafiando con su único ojo al más siniestro doberman que se atravesara, los mininos suelen perder en la contienda. Pero los enfrentamientos entre gateros y perreros pueden tener aristas más sutiles. Los primeros, además de recordar la independencia y misterio de los gatos -como si ambos atractivos les fueran conferidos por su amor- y de hablar despectivamente de la fidelidad perruna, pueden apelar a Raymond Chandler y a Osvaldo Soriano. Los segundos, además de remitirse a Kubrick y a Onetti tienen ciertas dificultades para explicar la infinita ternura y gracia que sólo el "mejor amigo del hombre" (y de la mujer) puede brindar (porque no se explica). Pero ahí están, perrreros y gateros, después de pelearse entre sí, dispuestos a enfrentar a cualquier retardado que sostenga que "los animales son animales y hay que ponerlos en su lugar", cuanto más lejos, mejor..
A veces gatero y perrero caben en un sólo corazón. Y a veces este es tan ancho y zoológico que incorpora también a elefanteros, caballeros, ratoneros, conejeros, pajareros y otras variadas especies de larga -y castellanamente incorrecta- ennumeración. A éstos se les llama comunmente bicheros y suelen ser las pesadillas de un edificio de departamentos. Sus loros insultan a los vecinos, el lagarto del balcón cayó en el balcón ajeno, la araña pollito zafó de su frasco y le provocó un casi infarto a la señora del 202. En Salto, tiempo ha, unos hermanos criaban con amor a una boa; las historias de terror sobre cada escapada de la consentida poblaron de pavorosas sospechas las noches veraniegas protegidas por enredaderas. Por supuesto, los poco afectos a los bichos a lo que más detestan es a los bicheros; un perro o un gato en un sillón puede provocarles náuseas, y la condena al propietario del mamífero en cuestión estará impregnada de invocaciones a la higiene, al olfato, al sentido común, al respeto social y a la salud del cuerpo humano. Para estos sensatos defensores de la especificidad del contacto humano con humanos, o el bichero sufre algún tipo de trauma que le hace transferir al animal afectos que no puede tributar a una persona, o es lisa y llanamente un mugriento. Así estas dos especies, pro bicho y anti bicho, no pueden entender jamás qué diablos le pasa al otro con respecto al reino animal. Nada como un amor no comprendido para volver a los otros mucho más otros. Como si el amor de los otros (fuera del cine) pudiera comprenderse alguna vez. |
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