Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
24 de diciembre del 2002


Entrevista con Mario Roberto Morales

De maximones interculturales,
críticas radicales y otras broncas


Andrés Zepeda
La Insignia. Guatemala, diciembre del 2002.
Publicado originalmente en El Periódico.

El siempre controvertido, Mario Roberto Morales presenta hoy en Cultura Hispánica la segunda edición de su libro-ensayo "La articulación de las diferencias o el síndrome de Maximón", interesante y exhaustivo análisis sobre la cuestión interétnica en Guatemala, en el que se entrecruzan las variables etnia, raza, cultura y mercado con otras casi no tocadas por estudiosos del tema, como la cooperación internacional y el injerencismo foráneo por parte de los académicos europeos y estadounidenses.

De carácter brincón, frases lapidarias y comentarios incisivos, podría decirse que Morales se ha ganado a pulso la enemistad de casi todos los sectores de influencia en este país de exacerbada intolerancia y nula cultura de debate. A ello, entre otras cosas, se debe que su libro haya tenido una acogida muy pobre en nuestro medio, en contraste con el creciente auge que ha cobrado en el extranjero.


-¿En qué se diferencia esta edición a la anterior?

-En nada, a no ser en un prólogo en que empiezo a ajustar cuentas con algunos de mis detractores hipócritas. No me importa tener detractores si éstos son genuinos y argumentan contra mis argumentos. Pero si son intrigantes y calumniadores, debo ajustar cuentas con ellos denunciándolos ante la opinión pública, que es mi único referente para defenderme.

-Desde su aparición, ¿qué efectos ha tenido su libro en el debate interétnico nacional?

-Al principio fue vilipendiado por "mayas" fundamentalistas, de esos que juran haber visto a la Serpiente Emplumada volando sobre sus cabezas, y que viven del pater(mater)nalismo de los europeos y gringos culposos de la cooperación internacional, así como de algunos especímenes vernáculos de esta secta. También por ladinos culposos que han interiorizado el puritanismo y el conductismo que dan vida a la "political correctness". Pero su efecto más sentido es el cambio súbito que hubo del criterio multiculturalista al interculturalista y que vino, claro, de la cooperación internacional (porque ella es la que manda con su dinero y la que fomenta los llamados "nuevos movimientos sociales" en el tercer mundo para viabilizar la globalización neoliberal), de modo que después de mi libro ya sólo hay dinero para interculturalidad y no para multiculturalismo. Esto me parece a mí que es un avance enorme, y francamente no creí que se diera ese paso tan pronto. Ayudó, claro, el "no" del referendo aquél impulsado por la URNG, la ONU y otros etnooportunistas de los "acuerdos de paz". Pero en el plano teórico, creo que el responsable de ese paso es mi libro.

-¿A qué atribuye usted que en Guatemala su pensamiento sea rechazado, tanto por la izquierda como por la derecha?

-A que es un pensamiento radical en el sentido de que va a la raíz de los problemas, y en consecuencia no está comprometido con ningún sector de interés. Esto se debe a que me atreví a pensar por mi cuenta, sin muletas ideológicas, y a que tengo autoridad moral para criticar a la izquierda y a la derecha porque milité 25 años en la izquierda y, cuando la critiqué, no me pasé a la derecha, como supusieron los incautos de ambos lados.

En cuanto a la izquierda, el ardor que provoca mi pensamiento se debe a que la izquierda académica (y también la "artística" y la "literaria") está llena de cobardes: es decir, de gente que se siente culpable por no haberse metido a la guerrilla cuando su mala conciencia se lo dictaba, y ahora expían esa culpa a destiempo, asumiendo posturas ridículas de perros guardianes de una ideología que no tuvieron los cojones de defender con la vida. Los "radicales" de izquierda de los noventa (que son los cobardes de los sesenta, setenta y ochenta) son las peores alimañas que yo haya visto. En cuanto a la derecha, no es sólo la derecha ultraconservadora la que rechaza mi pensamiento. También lo rechaza la derecha "progre", es decir, los neoliberales, que le recetan a uno inmisericordemente sus apuntes de pregrado de la Universidad Marroquín. La derecha ultraconservadora (al estilo del MLN o del riosmonttismo) sencillamente no piensa. La que presume de pensar es la otra, pero piensa dogmáticamente. ¿O es que no resulta obvio que la Universidad Marroquín fue diseñada y funciona como la cara opuesta de la medalla de la USAC de los años ochenta? Claro que por decir estas cosas recibo ataques del dogmatismo neoliberal marroquinero y del dogmatismo estalinista carolino, que vienen siendo la misma cosa, es decir, un pensamiento sin sustancia, incapaz de debatir intelectualmente y siempre listo a denigrar, calumniar y descalificar. Lo triste es que ambos representan a sectores de poder: por un lado, la derecha oligárquica y, por otro, la izquierda traidora e inepta de la URNG y sus secuelas (incluida su disidencia oficial). Ambas fuerzas traicionan a diario al país, a su ciudadanía, a su futuro, con su mediocridad académica, su cobardía política y su oportunismo sectorialista.

Como puede ver, mi pensamiento no está comprometido con ningún sector de poder, sino sólo con mi propio sentido de la coherencia intelectual y moral. Por eso es rechazado por el dogmatismo derechista e izquierdista y por el oportunismo cínico de lo que he llamado el izquierdoderechismo, para nombrar a los tránsfugas de la izquierda que viabilizaron la llegada al poder de Ríos Montt por medio de Alfonso Portillo. La historia no los absolverá.

-Indígenas, ladinos; izquierdistas, derechistas… usted no deja bien parado a nadie.

-Es que nadie está bien parado en una sociedad en la que el Mercado se comió hasta a la rebeldía. La tarea del intelectual es ejercer la crítica radical, es decir, el criterio libre para ir a la raíz de los problemas. No lo hago porque me guste que me apaleen, como afirma un escritorcito que es cura arrepentido y que ahora se metió a la religión del indigenismo. Lo que pasa es que estoy dispuesto a demostrar mis verdades con lo que haga falta, porque uno no puede sólo hablar y escribir sin actuar. Es incongruente. Eso lo sabían bien Martí y Otto René Castillo, entre otros intelectuales que no eran farsantes.

-¿Qué tipo de lectores te escriben comentarios respecto a la columna que publica en Siglo Veintiuno?

-Hay tres tipos de lectores. Unos me felicitan, y afortunadamente son los más. Otros me insultan y son los que me preocupan porque representan el atraso del país. No saben leer, leen mal, a la ligera y sin comprender, son analfabetas funcionales. Por ejemplo, hubo un santurrón que me escribió indignado porque yo incluí a los curas entre los sectores de poder, y otro que se indignaba porque yo criticaba a Ariel Sharon y lo ponía a la misma altura (o bajeza) que a Arafat. Otro, me insultó la semana pasada diciéndome que si no me gustan los empresarios en el poder, pues que vote por el FRG. Ese es su nivel de lectura de mis artículos. Y este es el lector masa, el que representa el estado cultural del país. Por eso me preocupan estos lectores y a menudo me molesto en responderles, no siempre con amabilidad pues ellos se dirigen a mí con el odio típico del fariseo que no duda de tener la razón pero que al mismo tiempo no sale a la palestra pública por puro miedo. Creo que hay un tercer tipo de lector que no me escribe pero que no falla en leer mis artículos. No me escribe porque piensa como yo y no le hace falta decírmelo. Lo bueno es que mi columna se lee bastante, por lo cual creo que debería pedir un aumento de sueldo en Siglo Veintiuno, ¿no?. Ya es tiempo.

-Segun leí, usted ha venido a renovar el llamado "ensayo nacional", en el que también incursionaron Luis Cardoza y Severo Martínez. ¿Qué influencia ha ejercido uno y otro en usted, y cómo le viene que le consideren una especie de continuador de ellos?

-John Beverley dice que mi libro renueva el género del ensayo nacional, representado modernamente por Cardoza y Martínez Peláez. No dice que yo sea un continuador de ellos. Su juicio me parece un elogio con el que ni siquiera soñé cuando escribí el libro, porque significa que, modernamente, Guatemala ha sido interpretada por Cardoza, Severo y yo. Y viniendo de Beverley, con quien mantenemos un debate sobre la cuestión interétnica guatemalteca (aunque él no ha visitado Guatemala nunca), me parece doblemente elogioso. En cuanto a la influencia de Cardoza y Severo, ellos son dos "paisanos inevitables", como decía Coronel Urtecho de Rubén Darío. Es imposible escapar a su influjo y, en todo caso, ¿para qué escapar a él si es un influjo benéfico?

-Hableme de los logros que ha tenido su libro en el extranjero, en contraste con la poca bulla que le han hecho aquí. Sé, por ejemplo, que se lo pidieron para un curso de doctorado en la Universidad Estatal de Arizona.

-Sí, por segunda vez se estudiará en un curso de Estudios Culturales en el doctorado en literatura hispanoamericana de esa universidad. Sé también que Serge Gruzinski lo ha usado en París porque me lo dijo Elizabeth Burgos, y si uno se mete a Google.com puede ver que el libro está por todas partes. En Guatemala no ha recibido ni siquiera una mala reseña a pesar de que se agotó la primera edición. Tal vez con la segunda edición se anime alguien. Pero creo que en el caso de mi libro el silencio obedece a una consigna "de izquierda" y "políticamente correcta" que viene de algunos académicos gringos y chapines, tanto afincados aquí como en el extranjero.

Muchos se creyeron dueños del problema de la identidad étnica aunque nunca proponían nada. De pronto les salgo yo con esta propuesta, que no les gusta pero que tampoco pueden rebatir o sustituir con otra, con seriedad académica, y montan en cólera. Es de organismos internacionales, universidades foráneas y oenegés que viene esta consigna del silencio sobre mi libro. Porque no decir nada sobre algo o alguien es como negar su existencia. Se trata del ninguneo del mediocre, del que quiere ahogar el debate porque no tiene elementos para librarlo, del que quiere rebajar a todos a su exigua estatura. Yo amo el debate. Los académicos que reducen su quehacer a ser "progres" y que de allí derivan su prestigio (no de su obra), odian el debate intelectual, lo que les gusta es el dogma. Son los más papistas que el Papa, los más menchuístas que Menchú, los que se niegan a leer a quienes les han dicho que son Satanás en persona, por ejemplo a David Stoll, pero lo calumnian, lo censuran y no lo publican. En fin, los que opinan sobre lo que desconocen. Pronto empezaré a ajustar cuentas públicamente con ellos. Y, ojo: no "defiendo" a Stoll, como dice otro escritorzuelo oportunista a quien me referiré en extenso en otra oportunidad, sencillamente porque él no necesita que yo lo defienda para probar sus verdades y yo no necesito defender a nadie para probar las mías. Eso está a la vista para quien tenga ojos para ver. Lo que digo es que para criticar a un académico o un intelectual hay que leer sus planteos. Opinar sobre lo que no se ha leído es una estafa al lector, y quien lo hace está más cerca de la payasada que del ejercicio del criterio.

Por eso debe ser denunciado ante la opinión pública. Debe ser desenmascarado. Y hay tantos "llaneros solitarios" en este asunto de la interculturalidad guatemalteca, tantos "subcomediantes marcos" y tantos "enmascarados de plata", que bien vale la pena mostrar al público sus rostros de farsantes. Para hablar de esto y de otras cosas, los espero a todos en Cultura Hispánica a las seis de la tarde, el miércoles 11 de diciembre, cuando presentaré la segunda edición de mi libro. Hay cóctel, así que no haré esperar a quienes sólo llegan por el "vino de honor".



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción