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22 de diciembre del 2002 |
The Who en concierto: adiós a una leyenda*
Xavier Velasco
El 4 de septiembre de 1982 apareció el último álbum en estudio de The Who: It's Hard. Para promoverlo, el grupo se lanzó a una gira por los Estados Unidos y Canadá. Antes de iniciarla, sus miembros acordaron que sería la última que realizarían, por lo que aquellos conciertos significaron una postrera oportunidad de ver a los muchachos del Sheperd's Bush en vivo.
Aquella gira fue apoteósica. Estadios y auditorios estuvieron repletos y con un ambiente pocas veces igualado, nunca superado. El tour concluyó en 17 de diciembre, en el Maple Leafs Garden de Toronto, concierto que fue transmitido por televisión.
De aquel recorrido ha quedado un testimonio discográfico: el álbum doble Who's Last.
Sin embargo, como bien se sabe, aquella no fue la última gira ni el último concierto: años después, en 1985, los Who se reunieron para tocar en el Live Aid, y posteriormente para festejar cumpleaños de los álbumes Tommy y Quadrophenia. Este mismo 2002 realizaron una gira que quedo trunca a medio camino, debido, en buena medida, a la muerte del bajista John Entwistle, ocurrida a un día del primer concierto.
De aquella gloriosa gira de 1982 rescatamos una excelente crónica de un par de los últimos conciertos de The Who en tierras californianas. Que la disfruten.
Miércoles 27 de octubre de 1982. La semana pasada planeé para hoy ir la cine a ver por quinta vez The kids are alright. Invité a una amiga que vivía -y aún vive- en el inmenso error de, a sus 22 años, no conocer a los Who. Sin embargo, un contratiempo, una causa de absoluta fuerza mayor, me impidió llevar a mi amiga a ver la película: un concierto de los Who en San Diego. Fuerza mayor, porque ni una cubeta de aditivo para tanques, ni los tanques mismos, son más fuertes que un concierto de los Who. 29 de octubre, cuatro de la tarde, San Diego, en una agencia de boletos. Dice el encargado: "aún pueden intentarlo, el concierto en Los Ángeles estaba programado para las tres, así que ya no van a ver al Clash, pero los Who no van a salir mientras no oscurezca". Nada más aconsejable que pagar esos boletos que mis cuates reservaron un mes antes, correr al coche y arrancar hacia la carretera, poco importando el límite de 55 millas por hora. Por ver a The Who cualquier exceso de velocidad, cualquier exceso de cualquier tipo, se justifica. Pero stop, vamos por partes, que estábamos en el concierto de San Diego... Miércoles 27, 6 de la tarde, apenas saliendo de un embotellamiento de los 666 demonios y estacionando el coche afuera del San Diego Stadium. Una cola de tres cuartos de hora para entrar, cuando ya tocó John Cougar y viene Loverby. Cougar no vale mucho la pena -según mis cuates que ya antes lo vieron, con el espectáculo de Cougar lo único que vale la pena es salirse-, pero Loverboy es otra cosa. Un grupo canadiense que de un momento a otro sonaba ya en todas partes, y sonaba como una de las pocas buenas bandas norteamericanas. Turn me loose y Working for the weekend, los dos numeritos famosos del grupo, salen de las gigantescas torres de baffles cubiertas por las letras "W" y la "O" -la "H", claro, queda a la mitad, rodeando al escenario-. Entonces está Loverboy en medio de tres letras enormes, no sólo por su tamaño físico sino principalmente por su historia, diecisiete años de ver a las letras W-H-O como mucho más que la simple traducción de un "quién". Así que lo demás no importa, Cougar y el mismo Loverboy son factores secundarios, ¿quién puede hablar mucho de una estupenda actuación de Loverboy cuando está a punto de llegar a la experiencia-WHO? De modo que Loverboy se va, regresa porque hay que llenar el tiempo y no hacer la espera tan larga, pero no tiene el asunto mayor importancia.
Arriba hay una pantalla tamaño cine de setenta pesos. Junto al escenario, varias cámaras de televisión instaladas, lo cual supone que los Who habrán de aparecer en esa pantalla para que todos los sesenta mil ansiosos que ahí estamos podamos ver a los Who de cerca y de lejos, al mismo grupo que hizo a Londres girar en los sesentas, que prendió el fuego en Woodstock, que sobrevivió a las modas y a la decadencia de los demás viejos grupos... que acaba de sacar un nuevo LP, al cual creo no tener la necesidad de calificar porque, habiéndolo oído o no, cualquiera sabe que es excelente. Para promover ese disco -It's Hard- The Who recorre ciudades en este Farewell Tour, gira de adiós por los EUA. "Ya es demasiada presión", declaró hace poco Pete Townshend. La espera se alarga y una voz en el micrófono promete: "Ya van a salir los Who, esperen un poco más, que van a ver el más grande espectáculo de toda su vida" (alguna vez Juan Villoro utilizaría un preludio, aunque futbolero, más correcto cuando se va a hablar de los Who: "De pie, señores"). Suena el Smash Hits de Jimi Hendrix, y entre canción y canción se escucha un rumor, un coro de breves y roncos pujidos: who-who-who-who-who-who-who-who. Sueltan globos en cantidades industriales, como para que a nadie se le olvide que está presenciando una celebración. La oscuridad anuncia el final de la espera, se prenden cerillos y encendedores (who-who-who-who-who), y los Who suben al escenario como si nada, como si subieran a la azotea de su casa, como si no fueran la más grande de las -viejas o nuevas- bandas de rock del mundo (cosa que, por supuesto, los Stones hace mucho tiempo dejaron de ser). Comienzan a tocar como si cualquier cosa, brincando Townshend y corretéandose solo Daltrey, Entwistle por acá muy tranquilo, muy acá Entiwstle, y Jones a llo que va, a apabullar tambores y platillos cual si fueran blancos en un barrio negro. Los Who en 1982, los Who están bien. Los Who, que para el libros Guinness de records mundiales siguen siendo el espectáculo más escandaloso del mundo, y según muchos críticos el más violento (coincidencia: Townshend, Daltrey y Entwistle tienen problemas auuditivos). De repente I can't explain, la primera, la canción con que comenzara a correr por Londres un prestigio: The Who. I can't explain entre empujones, todos los de adelante libramos una ruidosa batalla por mantener el equilibrio. Mientras, Townshend presenta a Entiwstle, y Entwistle continúa la vacilada anunciando una canción "de Barry Manilow". Suena inmediatamente después el principio de The Quiet One, una de las joyas pesadas compuestas por Entwistle. Casi sin darnos cuenta, ya estamos metidos en el concierto como pocas veces, como ni con los Stones, apenas con Bruce Springsteen. Esto supone que el momento y el concierto eeran insuperables. Y bien: falso. A la experiencia-WHO sólo puede superarla otra experiencia-WHO, y Los Ángeles es una perfecta ciudad para lograrlo. Los Ángeles y Nueva York son las dos ciudades más importantes, los dos centros a ser conquistados. Añadámosle a esto una concurrencia todavía mayor que en San Diego (no, hasta la fecha no me perdono haberme perdido al Clash). Entonces, saltemos de San Diego a Los Ángeles, a la misma altura del concierto: Carreras por un pasillo del estadio de Santa Bárbara, correr hasta donde se pueda porque hace un rato que oscureció. Encontrarse con el estadio por dentro, ir bajando las escaleras atiborradas de gente con la impresión de que todo el mundo está ahí dentro, y escuchar los acordes iniciales de Baba 0'Riley; pensar, aún sin creer: esto es los Who, otra vez los Who (las ventajas de tener cuates en Tijuana). El estadio está lleno por todas partes, da igual subir que bajar porque encontrar un huequito cómodo es tan difícil arriba como abajo. Pero está sonando Baba O'Riley y para qué quiere uno estar cómodo. Para comodidad, en el cementerio. Hay que bajar a la cancha y buscar la cercanía, la masa de gente hacia donde los de seguridad apuntan las mangueras. Demasiado calor, ¡y vaya que si se agradece en tales circunstancias un chorro de agua en la cabeza!
El micrófono-hélice de Daltrey sigue cortando el aire, dando innumerables tajos al haz de luz. Townshend se quita la chamarra llena de talco en el hombro derecho y por fin encuentra acomodo a la guitarra. Daltrey canta Who are you? entre saltitos que simulan una carrera. Townshend sigue con los brincos y ademanes tan violentos que uno no le cree más de veinte años. Después un redoble y una aclaración de Daltrey para que no se ofenda el público femenino (a fin de cuentas no aclara nada porque termina diciendo una especie de "les guste o no, ahí va"): Cry if you want, de los más pesados números del It's Hard. Luego Magic Bus, que no tocaron en San Diego. Un avión pasa volando lento, con una pantalla de luces empotrada, en la que una radiodifusora da la bienvenida al grupo. Es difícil creer que con tantas apreturas la gente siga bailando y brincando, pero el hecho es que a quien no brinca lo pisamos cual gallina clueca. Se escucha una guitarra que contrasta con el acelere reinante, una guitarrita que no es más que el prólogo a uno de los muchos clímax: Pinball Wizard. Los Who saben que no pueden dejar de tocar algo de Tommy, que la gente exige siempre el "Listening to you I get the music, Gazing at you I get the heat...", y que el cierre ideal para el concierto tienen que constituirlo dos canciones clave: Won't get fooled again y Long Live Rock (un estallido en la parte trasera del escenario a la mitad de Long Live Rock acelera más la cosa y advierte sobre la proximidad del final). Después abrazarse y salir, con las luces apagadas y el coro de religiosos adeptos: who-who-who-who-who-whowho-who-who-who-who-who-who-who-who-who-wh...... Los Who vuelven con I can see for miles y tres canciones más. La última de ellas es la consagración definitiva del reventón: Twist and Shout (qué casualidad: última canción que interpretan los Who, primera que los Beatles tocaron en tierra norteamericana). Daltrey en el piso, Daltrey bailando con Townshend, en la pantalla apareciendo los brazos destructores y precisos de Kenney Jones, Towshend bailando sobre un pie, Entwistle en su lugar, Townshend fuera de sí, todo el mundo fuera de sí en un reventón de los que muy pocos músicos pueden armar (desde entonces y hasta ahora sigo creyendo que sólo cuatro tipos son capaces, ¿tengo que decir quiénes?).
No en balde Townshend dijo alguna vez que "Algunas veces realmente pienso que somo la única banda de rock en la faz de este planeta que sabe de lo que se trata el rock and roll". El mismo Townshend remata varias veces el final de Twist and shout y da certera patada al micrófono, que al hacer contacto con el piso nos da a entender que se acabó el veinte; los Who dejan los instrumentos y se abrazan de nuevo. Townshend se acerca a un micrófono sano: "hablando en serio, gracias por venir". Comienzan los fuegos artificiales, en la parte trasera del escenario dos castillos con las letras W-H-O se encienden y ahora los estruendos son de pólvora, mientras las estrellas artificiales se despedazan al llegar a lo alto. Abajo todo se vuelve gritos. Los reflectores de siete colores siguen recorriendo el cielo, el escenario se vacía, los focos que rodean a las letras W-H-O se apagan. Las luces del estadio se prenden y en las bocinas suenan los viejos y buenos Beatles, Come togheter. Todos afuera, acaba de terminar el que se supone fue el último concierto de The Who en Los Ángeles. Abordamos el coche, salimos del embotellamiento y tomamos la carretera para San Diego y Tijuana. La carretera semivacía, el último concierto de los Who en California, los brincos de Townshend, la euforia, los gritos who-who-who-who-who-who, las playeras que compramos a la salida, la sed y la sangre todavía hirviendo a pesar del frío y el aire y el sueño. No hace una hora que salimos del Coliseo. La todavía -y parece que por mucho tiempo más- magnífica voz de Daltrey aún retumbando en los oídos, un coche que nos rebasa. You stop dancing. (*) Texto aparecido en Acústica, Año 1, Núm. 6, 1 de noviembre de 1982. pp. 4-7. Exhumación, transcripción y nota introductoria: ARM |
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