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21 de diciembre del 2002 |
Mario Roberto Morales
Desde hace varios días me ronda la cabeza una idea recurrente: la de que una etapa de mi vida está terminando. En marzo cumplí diez años de haber iniciado mi labor como columnista en este periódico, haciendo la crítica de la izquierda local y la de las posiciones etnocentristas de algunos individuos y grupos del llamado "movimiento maya", a las que yo apliqué el término genérico de "mayismo".
Tanto mi crítica de la izquierda como la del fundamentalismo indígenista me valieron ataques, acusaciones, calumnias, socavamientos políticos y laborales, amenazas de muerte y persecuciones a lo largo de toda la década de los noventa, pero cuando veo en perspectiva lo logrado, me parece que el prolongado mal rato ha valido la pena y que los debates que desde 1992 inicié (sabiendo el precio que tendría que pagar por ello) han rendido el fruto que esperaba, es decir, han sensibilizado a la exigua opinion pública informada de un país particularmente golpeado por la intolerancia, la frustración y el atraso politicos, y también por el binarismo de las derechas fascistizadas y las izquierdas estalinistas que, con el debido toque tropical y rumbero, ahora se han posmodernizado volviéndose neoliberales las unas, y políticamente correctas las otras, y licuándose en engendros como el que he llamado izquierdoderechismo, que es el que actualmente sirve los intereses del crimen organizado y el narcotráfico desde el Estado. Cierto escritorcillo local que vive en Europa y que es cura arrepentido, afirma que el haber desencandenado las polémicas mencionadas denota una personalidad con un gusto enfermizo por ser vapuleada, sugiriendo que el masoquismo es mi pasión, de modo que me adjudica una supuesta "vocación de perder" muy parecida al concepto neoliberal de "perdedor" que este segmento dogmático de la derecha le encasqueta a luchadores trágicos como Bolívar y el Ché, los cuales, en la visión del "triunfador" profesional, se ubicaron en el lado opuesto del "buen" oportunismo, es decir, del lado de los perdedores. No entiende este aprendiz de oportunista que hay quienes hacen lo que hacen no para que los apaleen, sino porque creen que vivir una vida del intelecto y el espíritu implica cumplir una misión social y no sólo venir al mundo a servir al mercado académico, político o literario. Al hacer el balance de mis diez años de periodismo de debate, creo que he cumplido con lo que me propuse y que logré lo que quería. Por ello me parece que una etapa de mi vida está terminando y que ha llegado la hora de pasar a la siguiente, operando cambios radicales en mi actividad de escritor e intelectual comprometido con un sentido propio de la coherencia, la ética y la moral. Sin duda, la enseñanza más grande que me han dejado estos años ha sido la de que la práctica de la paciencia y la perseverancia rinden invaluables frutos y que, en efecto, si uno se sienta a la puerta de su casa verá pasar el cadáver de su enemigo. ¿Cómo no pensar ahora en cierto senil escritor --caracterizado por su medianía literaria y su ridícula arrogancia intolerante-- que me tachó de "renegado" cuando hacía la crítica de la izquierda y que al mismo tiempo escribía panegíricos a políticos corruptos de derecha, a cambio de vergonzosos platos de lentejas? ¿Y cómo no estar agradecido con la vida por haberme dotado con las necesarias paciencia y perseverancia como para pelear, morir, y volver a nacer para volver a pelear? De veras siento que acaba una etapa de mi vida y que empieza otra. Es hora de buscar formas distintas de luchar, de construir y de destruir para poder seguir construyendo. Veo por la ventana los pinos meciéndose en el aire frío de la tarde y siento en mis huesos la proximidad de la nieve. Parece que tendremos una apacible blanca navidad en esta parte de Estados Unidos. En mi país, de seguro el cielo está más azul que nunca y el aire más transparente que la política. En el Cuarto Cuerpo de la Policía yace inerte un cuadro que unos agentes sustrajeron de mi casa cuando un ladrón fue atrapado dentro de ella gracias a la eficaz acción de mi guardián. Para recobrarlo debo ir a un juzgado en el temible Centro Preventivo de la zona 18. La absurda situación ilustra la necesidad de la paciencia y la perseverancia cuando se lidia con la estupidez y cuando uno tiene una bota en la nieve y la otra en la falda de los volcanes. |
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