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20 de diciembre del 2002 |
Escribir para Occidente
Juan Gelman
Aumenta el número de novelas escritas por autores árabes para ser traducidas -en especial al inglés- con destino al lector occidental. Excepto la obra del Nobel Naguib Mahfouz, la novela no es una forma popular entre los pueblos árabes y tal vez nunca lo sea. Su cultura se ajusta a cánones diferentes del que Benedict Anderson establece en Imagined Communities y que muchos críticos han aplicado luego: la carencia de una tradición novelística indica, por definición, la falta de valores que posibilitan el acceso a la modernidad.
Anderson vincula a esa forma narrativa la expresión de conceptos tales como el de Nación, que la poesía no estaría en condiciones de expresar. Es evidente, sin embargo, que las pulsiones nacionalistas no escasean ni en la tradición ni en el presente del mundo árabe e islámico. Emerson, Pound y T.S. Eliot indagaron, pese a su etnocentrismo, las culturas orientales, aunque no siempre con fortuna. Pero al menos no incurrieron en el exabrupto de John Updike, que en una reseña del relato de estilo nada convencional de Abdel-Rahma Munif titulado "Ciudades de sal" asestó que era "una lástima que el autor parezca insuficientemente occidentalizado para producir una narración que se acerque a lo que nosotros llamamos una novela". De Updike se podría decir lo mismo al revés. Los medios informativos conceden no poco espacio político al mundo árabe, hoy sobre todo, pero no profundizan el conocimiento de una cultura que tanto alimentó a Occidente. Entonces, y a semejanza de ciertos colegas chinos, algunos escritores árabes van a la montaña. El fenómeno tiene visos paradójicos. Escribir para la traducción podría ser la búsqueda de un retorno del autor a ser leído por el público árabe. Lo cierto es que, en general, las editoriales de Occidente sólo suelen publicar traducidas de esa lengua las novelas que de algún modo confirman nociones aceptadas sobre dos temas dominantes: la situación de opresión de la mujer y el resurgimiento del fundamentalismo islámico. Un ejemplo en la materia sería Women of Sand Myrrh (Mujeres de arena y mirra), de la autora libanesa Hanan al Shaykh. En el primer capítulo de la novela se advierte nítidamente a quiénes está dirigida: no se explican las referencias occidentales poco o nada familiares para el público árabe, pero se describen con lujo de pormenores los hábitos y las prácticas islámicas que lo serían. Entre paréntesis, no falta quien, por detalles de esa índole, afirma que Marco Polo nunca estuvo en China y se limitó a recoger información en las factorías comerciales del Mar Negro: en su libro no hay mención alguna de la Gran Muralla, o de la costumbre tradicional de achicar los pies de las mujeres con suecos de madera que les imponían desde la infancia. Ambas cosas provocaban la admiración o la repulsa de cualquier visitante extranjero. Salim Barakat, autor sirio de origen kurdo actualmente asentado en Estocolmo, presenta en Sages of Darkness (Sabios de la oscuridad) un paisaje que obedece crudamente a los preconceptos occidentales. Esta novela tiene extrañas similitudes temáticas con Los versos satánicos de Salman Rushdie -que ciertamente apareció publicada después- y es una parodia extrema de lo que se juzgan hipocresías de la fe islámica. La parodia de las tradiciones religiosas, sexuales y culturales del Islam no es cosa nueva en la literatura árabe, desde Abu Nuwas, el celebrado "poeta del vino" del siglo VIII de nuestra era, hasta Nizar Qabbani, el poeta contemporáneo más popular del mundo árabe. Más de una vez fue reprimida por el poder de turno. Esa manera de ver el mundo es particularmente apreciada por el público de la lengua, pero tanto la novela de Barakat como la de Rushdie pueden ser percibidas como parodias del Islam construidas para ojos occidentales, más que como críticas a las autocracias e intolerancias que imperan en el Medio Oriente. Como la condena a muerte dictada contra Rushdie por haber escrito el libro. La cuestión de escribir para ser traducida o traducido roza, entre otros, problemas atinentes a las políticas que guían la traducción de autores del llamado tercer mundo en los países llamados centrales, es decir, las políticas de publicación de sus monopolios editoriales. Estos siguen y retroalimentan el que consideran gusto occidental y así el tan meneado multiculturalismo en este campo es algo perfectamente parroquial. No se puede menos que dudar sobre la exactitud de las traducciones, por ejemplo, más allá de las inexactitudes o imposibilidades de toda traducción. La historia de la lengua y de la literatura árabes no obedece al patrón occidental del progreso, según el cual se pasa de la épica y la poesía necesariamente a la novela. La lengua árabe siempre fue considerada una obra de arte por sus hablantes y su tradición literaria es ante todo poética. Dentro de Occidente mismo hay distorsiones parecidas. Ni en Estados Unidos ni en Europa se publican traducciones de obras escritas en lenguas indígenas como el zapoteco o el náhuatl, que además difícilmente aparecen en castellano. En lo cultural, la globalización empobrece tanto como en los planos económico, político y social. Y no se hable de las novelas especialmente escritas -con suerte o sin ella- para ganar concursos y jugosos premios de editoriales notorias. Cabe preguntarse qué quedará de todo eso. Sólo Cronos lo dirá algún día, avisó Pound |
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