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14 de diciembre del 2002. Edición nº 1000 |
Luis de la Barreda Solórzano (*)
Diputados y dirigentes de partidos políticos, columnistas y conductores de noticiarios, prelados, criminólogos profesionales y de ocasión, oficinistas, amas de casa, taxistas, es decir, todo el mundo coincide en que los linchamientos se deben a que el pueblo -o la sociedad, usted elija el término más respetable-- está harto de tanta delincuencia y de tanta impunidad, y, en consecuencia, indignado ante los delincuentes a los que una multitud logra atrapar, en lugar de entregarlos a las autoridades, decide la vía expeditiva de hacerse justicia por propia mano. ¿Quién podría negar que, en efecto, hay desencanto, enojo, temor e impaciencia ante la criminalidad y la ineficacia oficial para prevenirla y castigarla? Y, sin embargo, aun el más superficial de los análisis permite escapar del tic repetitivo, del lugar común vulgar y facilón. Sí, indignan los delitos y la falta de castigo a sus autores, pero esa indignación no es el verdadero móvil de los linchadores. ¿Se fijaron ustedes en los rostros de quienes rodeaban los cuerpos, dos de ellos ya sin vida, de los tres jóvenes asaltantes linchados en la Delegación de Milpa Alta? No enojo, sino diversión; no lamento, sino satisfacción; no ánimo de justicia, sino de venganza.
¿Justicia? ¿Hubo un juicio popular contra los detenidos? ¿Hay alguna proporción entre su delito y el castigo que se les infligió? ¿Se trató de causarles un mal que retribuyera su conducta antisocial o de, al saberlos inermes ante la masa, inferirles el mayor mal posible? Puñetazos, puntapiés, escupitajos, palos. Al vientre, a la espalda, al pecho, a las piernas, a los brazos, a la cabeza, a la cara. ¿Qué sintieron los justicieros al ver que las cuencas de los ojos de los ajusticiados se vaciaban, que sus rostros se iban volviendo cosas informes y sanguinolentas, que sus cuerpos se iban desguazando? ¿Alguno pensó que estaba, junto con los demás participantes, siendo justo? ¿Es que acaso alguno de ellos pensó siquiera un instante, mientras golpeaba con saña, en la justicia? ¿O más bien era la oportunidad de sacar a la bestia, al monstruo que habita su alma, con la coartada de hacer justicia, con la perspectiva de, ante la dificultad de que se precise la autoría de la agresión múltiple, quedar impune? ¿El México profundo, como declaró el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, a propósito de otro linchamiento? No, el endriago oculto en algún espacio sombrío del corazón, ni tan profundo, pues asoma a la primera oportunidad propicia. ¿Hace falta apuntar algo más para que se entienda la gravedad de que los linchamientos también queden impunes? Y, por cierto, ¿qué pensar de la tardanza de varias horas de la policía en llegar al sitio en que se celebraba ese sangriento aquelarre? La aplicación de la ley suele llevarse a cabo muy insatisfactoriamente, pero las leyes son el mejor producto -o el menos malo-- que los seres humanos hemos ideado para, racional y civilizadamente, castigar delitos y resolver conflictos ya sea entre particulares, entre gobernantes y gobernados o entre autoridades diversas. Luz Afortunadamente, además de quienes dan rienda suelta a sus pulsiones tanáticas, hay quienes asumen sacrificios por amor al prójimo aun si éste es un desconocido, es decir, por amor a la especie humana. Michela Ingenito, una italiana de 26 años, ha decidido no interrumpir su embarazo, con el que lleva 6 meses, a pesar de que sus gemelos están afectados de acrania: nacerán sin bóveda cerebral y, por tanto, sin posibilidades de supervivencia más allá de unas pocas horas. Ella podría recurrir al aborto terapéutico, pero quiere dar a luz con el único objetivo de donar para otros bebés los órganos de sus hijos, cuya vida, entonces, aunque breve, no será inútil. El nacimiento está previsto para el próximo 21 de abril. "Nuestro sacrificio (de ella y de su pareja), nuestros sufrimientos, contribuirán a dar esperanza y felicidad a otras familias que podrán abrazar a sus pequeños". Sus hijos "no serán pedazos de carne de recambio para otros niños, sino instrumento de vida". Muerte digna La vida tiene muchas paradojas. No siempre la opción por la muerte obedece a un designio destructivo. Mireille Jospin, madre del ex primer ministro francés Lionel Jospin y miembro de la Asociación a favor del derecho a morir dignamente, como lo expresa la nota necrológica publicada en un diario de su país, "ha decidido abandonar la vida serenamente a la edad de 92 años, el 6 de diciembre de 2002". (*) Director general del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad A. C. |
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