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14 de diciembre del 2002. Edición nº 1000 |
Sergio Ramírez
Desde temprano de este año acepté la invitación para participar en un programa de actos de celebración del 150 aniversario del nacimiento de José Martí en Nicaragua. No tuve ninguna duda en hacerlo, por la admiración que profeso a la figura prócer de Martí, y estuve conforme en que el Comité Organizador que se formó por iniciativa de la embajada de Cuba en Managua, programara para estas fechas del mes de diciembre la conferencia que yo debía dar sobre la relación entre Martí y Darío, con la cual se clausuraba el ciclo conmemorativo. Esto me obligó a posponer compromisos relacionados con el lanzamiento de mi novela Sombras nada más, que después de asistir a la Feria del Libro en Guadalajara debía cumplir en otros países de América Latina.
En El Nuevo Diario de Managua, apareció mi habitual columna periodística, que se publica también en otros quince periódicos de España y América Latina, en la cual me refiero a la Feria de Guadalajara, que este año tuvo a Cuba como país invitado; y a actos de intolerancia que allí se dieron, tanto verbalmente como por escrito, en contra de personas que ofrecieron puntos de vista distintos a los criterios oficiales de la muy nutrida y vistosa delegación cubana. Así ocurrió con la presentación de la revista Letras Libres, que trató de ser interrumpida por una claque; y con la presentación de la revista Encuentro, que fue repudiada en un comunicado de la misma delegación oficial. Obviamente yo me expreso en ese artículo en contra de la intolerancia y de la agresión ideológica, cualquiera que sea su origen, porque para mí la libertad de palabra es un asunto de principios. En un acto más de intolerancia, también, el encargado de negocios de Cuba en Nicaragua reaccionó ante mi artículo notificando al Comité Organizador que con conocimiento y autorización de las autoridades gubernamentales en La Habana, daba las espaldas a mi conferencia, y que ningún funcionario diplomático cubano se presentaría a este acto, siendo ellos patrocinadores del mismo, y que habían decidido también instruir a los invitados cubanos residentes en Nicaragua para que no asistieran, quizás en la esperanza de que tanto el Comité Organizador, como yo mismo, desistiríamos de llevarlo adelante. Es obvio que también desinvitaron por teléfono a numerosas personas, porque muchas, que se presentaron al acto, así me lo manifestaron. Ante el boicot decretado contra mí por la burocracia diplomática que representa el señor encargado de negocios, más convencido me sentí de que debería cumplir con mi compromiso, y lo hice ante una sala colmada de público que desoyó las voces que habían lanzado contra mí el terrible anatema y me ponían en la lista negra de los réprobos de la fe absoluta que deben ser consumidos por las llamas. El mismo funcionario, además, publicó en El Nuevo Diario una carta en la que expresa que ya suficiente tolerancia han tenido conmigo, como si yo fuera el alumno de una escuela de párvulos con sucursal en Nicaragua en la que ellos imponen no sólo las reglas de disciplina, sino los patrones incuestionables de la verdad. Muestra de esa tolerancia, dice el funcionario, es haberme hecho la graciosa concesión de nombrarme miembro del comité organizador de las festividades del centenario de Martí, de lo cual hasta hoy me entero. De todos modos, si el funcionario me nombró sin yo saberlo, ante él renuncio de manera irrevocable. Rechazo la flagrante ofensa a la libertad de palabra y al derecho de expresar mi pensamiento que significa la burda represalia que aquí relato, y que me parece un abuso y una ofensa a la inteligencia. Por este derecho y esta libertad los nicaragüenses hemos pagado un enorme costo, y se trata de conquistas irrenunciables. Reitero mi admiración por la espléndida cultura cubana, que se expresa hoy de manera brillante tanto dentro como fuera de su territorio; así como mi admiración por la figura emblemática de José Martí. Y al mismo tiempo reitero mi repudio total a la intolerancia, desde mi posición de escritor que trabaja día a día con la palabra, y de ciudadano que quiere cada día una mejor democracia para Nicaragua y para América Latina. Managua, 13 de diciembre de 2002. |
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