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7 de diciembre del 2002 |
Leer obliga a pensar
Ricardo Elena
Gandesa es una aldea y un municipio de tierras ásperas, con menos de 3 mil habitantes aun hoy, en la provincia de Tarragona, de la comunidad autónoma de Cataluña. Fue cabeza de puente de las tropas republicanas durante la batalla del Ebro, en 1938.
Allí nació Juan Grijalbo Serres, el 2 de julio de 1911. Hijo único de un matrimonio que fracasó temprano por un padre tenorio, jugador, bebedor y trasnochador, que fue echado de casa, y con una madre coraje, católica de fe, que solía decirle en su catalán gandesano: "Tots el dies vaig a misa y demano a Deu que eus orienti i ajudi a que tu signis un home de profit" ("Todos los días voy a misa y pido a Dios que nos oriente y ayude a que tú seas un hombre de provecho"). Esa madre, tenaz trabajadora de un hogar donde el único libro era Los tres mosqueteros -al que se añadió después, el Diccionario Sopena-, donde el abuelo ni siquiera sabía leer, le inculcó la pasión por el trabajo cotidiano, permanente, riguroso. A los 16 años alguien le propuso ser botones: su madre replicó que nadie de la familia había llevado uniforme para trabajar. Pero Juan marchó a Barcelona, la ciudad de más movimiento financiero, industrial y artístico de la España de los años treinta. En breve tiempo llegó a ser con su juventud un alto funcionario bancario, de ideología comunista, sin tapujos. Fue el primer director general de comercio de la Cataluña republicana a los 27 años. Lo nombraron delegado de la Generalitat de Cataluña en el Banco Zaragozano. Tarradellas quería en la economía a gente acostumbrada a manejar dinero, porque así una vez en el poder no caían en la tentación. "Se trataba de evitar que la gente sacase dinero por pánico; cada día íbamos a la Generalitat a informar. Como la caja de caudales estaba al lado de la caldera, aproveché para quemar papeles y salvar gente." En 1939 llegó a México como refugiado republicano. Desde su exilio mexicano creó un imperio editorial que se extendió por toda América Latina. En la capital mexicana encontró trabajo, casa, y su lugar en el mundo. Como ciudadano mexicano fue pionero de los viajes aéreos, recorriendo múltiples veces toda América y Europa por sus negocios editoriales con su señorío de fina elegancia donde nunca faltó algún atuendo rojo cuando Franco había demonizado hasta ese color. En veinte años la editorial Grijalbo editó más de 3 mil títulos, comenzando por los tomos de la Academia de Ciencias de la ex Unión Soviética, pasando por el Simón Bolívar del húngaro Gerard Mazur y haciendo conocer las traducciones de El motín del Caine, El Padrino, Memorias del duque de Windsor -lo que se le ocurrió porque en España todos íbamos con trajes "príncipe de Gales"-, Los ejércitos de la noche de Norman Mailer -premio Pulitzer 1968-, e infinidad de autores universales. En 1959, en plena eclosión de la revolución cubana, y ya con los divorcios, llegó por primera vez a Uruguay. Conoció a la hija menor de un prestigioso fotógrafo italiano, Egidio de Grandi -que relevó en fotos y películas el departamento de Treinta y Tres primero y luego Maldonado-, y "enamorado como un burro" le propuso matrimonio y se la llevó a España, donde se radicó en 1960 como ciudadano mexicano. La pareja debía salir de la España todavía franquista una vez al año para entonces volver y continuar desde allí la labor editorial. En 1959 había muerto en un accidente automovilístico el editor José Janés. Había empezado como periodista y fundó Quaderns Literaris en 1934 y la Biblioteca de la Rosa dels Vents en 1938; comprometido con la República y apasionado por Cataluña, igual que Grijalbo, sufrió una tenaz persecución. Después de la guerra civil, volvió a la carga con Emporium y finalmente con la editorial con su nombre, cuyo catálogo de libros fue como una luz en las tinieblas. Al morir Janés, Germán Plaza compró la editorial y conservó a sus trabajadores, uniendo su nombre al de aquél en la editorial Plaza y Janés. Ambas editoriales, Plaza y Janés, y Grijalbo, fueron las más importantes desde entonces en España tanto por la cantidad como por la calidad de los títulos editados. Al morir Germán Plaza en 1976, Joan Grijalbo quedó como el único representante de los editores de la generación del 36. Cada vez más adentrado en el mundo de los negocios -y también de la alta sociedad europea-, no dejó por ello de editarle libros, sin adelanto previo de dinero, a la revolución cubana, que vio desde adentro en varios viajes como editor y como socio distinguido de la Sociedad Internacional de Fumadores de Puros, habanos que guardaba humidificados en su cava -junto a los excelentes vinos- y que esgrimía en todas partes. Y es que a Cuba ya la había conocido en la guerra civil española, a través de los voluntarios cubanos, entre ellos Nicolás Guillén y Juan Marinello, cuya amistad conservó de por vida. También, fiel a sus orígenes progresistas, con su colección de bolsillo se sumó en España a las algaradas editoriales de finales del franquismo y comienzos de la transición, y por esa misma fidelidad no dudó en albergar el estupendo proyecto de la Editorial Crítica, "un nido de rojos en la calle Pedro de la Creu", al decir de Jorge Herralde. Mantuvo su casa editorial de la Colonia Juárez, en Ciudad de México. Las de Buenos Aires y Santiago de Chile atravesaron erguidas los golpes militares durante los cuales, no obstante, supo ofrecer solidariamente, sin demora y sin límites, generosa ayuda a sus amigos atrapados en esos infiernos. Cada año viajaba a Fráncfort, donde su presencia era notoria, adquiriendo chequera en mano los mejores títulos que después aparecían en su colección de narrativa contemporánea, en la que coexistían bestsellers puros y duros con grandes piezas literarias. Hace unos años Grijalbo llegó a un acuerdo con Mondadori, a quien le vendió su editorial en condiciones ventajosas. Pero el catalán Grijalbo, adicto al trabajo, siguió levantándose a las siete y media de la mañana para entrar a su escritorio a las nueve, ahora en una nueva empresa, la Editorial Serres, apellido de su madre que había muerto centenaria no mucho antes. Es una editorial de muy finos libros infantiles y juveniles de arte y literatura, que sus hijas Poppy y Paloma aprendieron a dirigir junto a él. Respetado en Cataluña y en toda España, recibió múltiples reconocimientos y homenajes públicos, entre otros la medalla de oro del Ayuntamiento de Barcelona, y el último, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica otorgada por su amigo Juan Carlos I, rey de España, el 11 de febrero de 2002. Ese día, Grijalbo agradeció el homenaje y recordando a su madre expresó que "desde que tengo uso de razón y hasta los 90 años ya cumplidos he procurado actuar de modo que el deseo que mi madre pedía a Dios fuese una realidad, y así seguiré el resto de mi vida". Él llevaba varios años padeciendo una policitemia vera, grave enfermedad de la sangre que lo debilitó pero no lo quebró. Hasta hace muy poco tiempo iba diariamente a su editorial y sin subterfugios se ubicaba en el presente afirmando, a sus 93 años lúcidos, que "la muerte sólo da miedo a los imbéciles". El 22 de noviembre de 2002 dejó de existir un verdadero editor vocacional que transformó en libros para los demás su materia apasionada. Insistía en que la edición "es la actividad más arriesgada del mundo" y que "la mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que hace un editor para seguir adelante. Ninguna tecnología matará la lectura. Pero leer obliga a pensar y hay gente que no quiere pensar". |
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