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6 de diciembre del 2002 |
Jorge Esquinca
Lunes
Confianza, te lo dicen, toma la palabra como un puñado de arena. Tómala: borrón y cuenta nueva. Di que sí porque así te lo piden. Cada línea que trazas es un vaticinio y se te cumple. Piensa: nunca fue más clara la vidente: dio con el sentido de mirar. Vio contigo y dijo: "confianza". Toma, regocíjate, es un hecho ese viejo negocio. Mira: todo está por volverse un mar. Basta con que tú lo digas. ¿Será? Martes Habrá que llamar silencio a ese rumor de tus pies bajo las sábanas. Un silencio que da pautas. Cuando avanzan, tus pies dibujan otro mapa -el que nadie ha visto, el que está por verse. Ellos ignoran horóscopos mientras tú, paso a paso en la cuerda del sueño, remes una caída irreparable. Anochece: bajo las sábanas alumbra tu talón de Aquiles y el ala mercurial que te suspende con el vértigo de un equilibrista sonámbulo. Miércoles Viene con el pan y la sal un pájaro de nadie. Se encaramó al alféizar como a una tierra prometida aunque precaria y, por decir lo menos, volátil. Tú le dices que el techo va a desplomarse, que las puertas cierran mal, que el drenaje es un desastre. Y tú, único culpable de este claro desorden, dispones una mesa en la que ha caído un meteoro efervescente, a punto de estallar. Jueves Día de mala muerte. Una mirada morena y de reojo te eclipsó la brújula con su pardo azolve. Hay una galaxia atrapada en el alambre del teléfono, una revuelta de murciélagos. Luego, por la tarde, las cazuelas reventaron: un turbión de negra sal convirtió la cocina en golfo cenagoso. Poco faltó para que la casa entera naufragara. No hubo más: día de la flor devorante, fractura de cráneo, aluvión y mortaja. Viernes "Un verso de Pellicer para que mejore el clima." Decía, más o menos, la voz del pregonero. "Llévese un miligramo de fulgor para que escampe." Yo miraba el mundo inundado como un paisaje sin orillas, un tordo resuelto en garabato. Y la niebla, esa doméstica, apoya su rostro inhumano contra el muro y lo atraviesa, como una palabra. Sábado Ha vuelto esto que llamo maremágnum, cartílago, desgreñadero. Esto que zumba en el traspatio y reverbera en el canalón. Ha vuelto idéntico a sí mismo, cubierto de navajas y tenaz como migraña. Esto que, a decir verdad, no tiene nombre y se arrastra por las alfombras como ademanes de reptil o se acurruca en mi regazo como una estrella en desgracia. Domingo Definitivo: habrá que mudarse. Aletazo, giro de timón. Pero cómo mudarse de ti -alzar la pieza, quemar las naves, arriesgar el pellejo. Habrá entonces que apostarlo todo al naipe de una nueva confianza, ese reino reluctante. En esta casa todas las puertas te llevan hacia el espejo que ya sabes. Hay que saltar por la ventana como el pájaro del miércoles, un instante antes del estallido. Todo está a punto de volverse mar y yo me aferro a la rama de oro que relumbra en mi pico. (*) Texto tomado de: Jorge Esquinca. Vena cava. México, Era, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002. 90 p. |
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