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La insignia
30 de agosto del 2002


Psicofarmacología y dominación del ego (I)


__Otros capítulos del ensayo__
II, III y IV

David Healy
La Insignia. Gran Bretaña, agosto del 2002.

Introducción de José F. Cornejo
Traducción de Jesús Gómez


Psiquiatra y reputado psicofarmacólogo, David Healy es profesor en la Universidad de Gales (Gran Bretaña). El 30 de noviembre del año 2000 pronunció esta conferencia en el Centro de Adiccion y Salud Mental (CAHM) de la Universidad de Toronto, donde reafirmó sus críticas a la industria farmacéutica en la proliferación de los antidepresores (Prozac y otros). El impacto de la conferencia dio paso a una controversia internacional sobre la libertad de expresión y de investigación en un mundo universitario cada vez mas dependiente de los subisidios de la industria privada. Un resumen de esta controversia puede ser consultada en el sitio web Pharmapolitics. Agradecemos al Dr. Healey su autorizacion para editar esta conferencia, por primera vez en español, para los lectores de La Insignia.


En la primera fotografía pueden observar a Jean Delay, vestido con una chaqueta azul; a su izquierda se encuentra Pierre Deniker, y a su derecha, Pierre Pichot, Bernard Sadoun, Jean Thuillier y Thérese Lemperière.

Tras los muros del hospital que está a su espalda, el hielo se ha derretido literalmente. En aplicación de las ideas de Henri Laborit, han estado utilizando cloropromazina, como parte de una terapia con hielo destinada a que el cuerpo se enfríe; la tesis consiste en reducir la temperatura con la esperanza de obtener un efecto antiestrés que pueda ser útil en el tratamiento de los problemas nerviosos.

El personal de enfermería ha observado que la cloropromazina es igualmente beneficiosa cuando no se aplica hielo. Delay y su equipo han tropezado con el crucial descubrimiento del efecto antipsicótico del medicamento, que apuntala la moderna psiquiatría.

Sin embargo, la espontaneidad de la fotografía es engañosa. Al mirarla, casi se tiene la impresión de estar ante un padre que acaba de tener un hijo y que desea contárselo a todo el mundo. Pero la imagen dista de ser espontánea. Es evidente que existe una distribución rígidamente jerárquica. Cualquiera puede distinguir a Delay por su chaqueta de color azul marino, qué él y sólo él lleva en la Universidad y en el hospital. Cuando más tarde sea elegido miembro de la Academia Francesa, llevará la espada ceremonial que se recibe al ingresar en la institución siempre que sea posible. Además, está hablando con Pichot en lugar de hacerlo con Deniker (el descubridor de la cloropromazina) porque Pichot es la segunda persona más importante del departamento, por edad y por cargo.

Estamos ante un mundo basado en la jerarquía. Si el departamento de una Universidad de cualquier parte del mundo enviara a un delegado para visitar a Delay, carecería de importancia que tuviera un cargo considerablemente menos importante que los de Pichot y Deniker: los dos recibirían la orden de permanecer junto a Delay mientras éste hablara con dicho delegado. Es posible que transcurriera una hora antes de que se pidiera su opinión, y cabe añadir que si el delegado pertenecería a una minoría étnica, fuera una mujer o un directivo de una empresa farmacéutica, tendría pocas posibilidades de que Delay lo recibiera. No es casual que mujeres como Helene Deschamps y más tarde Ruth Koeppe fueran expulsadas de la investigación de la cloropromazina.

No obstante, en el transfondo de la historia estan sucediendo dos cosas que lo cambiarán todo y que ni Delay ni su grupo conocen en aquel momento; ambas, en la psiquiatría de Estados Unidos.

Durante la II Guerra Mundial, un grupo de psiquiatras que trabajaban con los militares descubrió que las terapias de grupo podían tener un fuerte impacto en los desórdenes nerviosos producidos por la guerra en los soldados. Además, las terapias parecían tener mejores efectos cuando implicaban la disolución de las jerarquías de la vida social y de la propia vida castrense de la Europa anterior a la guerra. Era algo especialmente llamativo en el caso de Gran Bretaña; cuanto más informal fuera la terapia, mejores resultaban sus efectos.

Los psiquiatras militares estadounidenses que participaron en las experiencias del grupo de terapia, y en particular Karl Menninger, llevaron el mensaje a su país. Quedaba por averiguar si el éxito de los tratamientos se debía a los grupos de trabajo o a la propia terapia. Menninger optó por apostar por la terapia psicodinámica; esa decisión llevó a los psiquiatras de EEUU que regresaban de la guerra y a los que trabajan en psiquiátricos durante el conflicto bélico a abandonar los asilos y abrir consultas. Los asilos quedaron para los europeos.

El poder y la influencia de la psiquiatría estadounidense se plasmaría exclusivamente en la propia comunidad. Al hacerlo, los psiquiatras de EEUU iban a capturar para la psiquiatría la amplia gama de problemas nerviosos y psicosomáticos que con anterioridad pertenecían al campo de los neurólogos y de los internos interesados en la medicina psicosomática.

El segundo hecho que se producía en aquel momento procedía de una guerra diferente que empezó en 1914: la guerra contra las drogas. En EEUU comenzó con la ley «Harrison's Narcotics», que establecía que los opiáceos y la cocaína sólo estarían disponibles para prescripciones médicas. En 1951, la enmienda «Humphrey-Durham» a la ley «Food Drugs and Cosmetics» de 1938 obligó a que todas las nuevas drogas producidas durante la revolución farmacéutica que siguio a la II Guerra Mundial quedaran igualmente limitadas a prescripción médica; la decisión afectó a nuevos antibióticos, medicamentos contra la hipertensión, antipsicóticos, antidepresivos, ansiolíticos y otras drogas.

No todo el mundo apoyaba aquella legislación. Muchas personas consideraron que un sistema diseñado para adictos era inapropiado para los ciudadanos de un país libre. Las nuevas leyes generaron una situación peligrosa que sólo tardó 16 años en estallar.

En la siguiente imagen pueden ver la universidad de Tokio en llamas. Tokio se encuentra en la cúspide de la jerarquía japonesa. Los alumnos ocuparon el departamento de psiquiatría y la ocupación dura ya diez años. La investigación psiquiátrica en Tokio se detuvo y el psiquiatra más poderoso de Japón, el profesor de psiquiatría Hiroshi Utena, se vio obligado a jubilarse.

¿A qué se debía tan extraordinaria evolución? El descubrimiento de la cloropromazina liberó a los enfermos mentales de las camisas de fuerza. Los defensores del medicamento se vanagloriaban de que había devuelto la humanidad a los manicomios. Hasta entonces, los enfermos estaban vigilados por carceleros que los trataban con brutalidad; desde entonces, los terapeutas podían ver la humanidad de sus pacientes y hablar con ellos. El nivel de ruido en los manicomios había descendido.

Sin embargo, con la llegada de la antipsiquiatría se alegó que las camisas de fuerza tradicionales habían sido simplemente reemplazadas por camisas de fuerza químicas, por la «camisola» química. Sin duda se había conseguido el silencio tras los muros de los psiquiátricos, pero era el silencio de los cementerios.

¿Qué estaba sucediendo? Se había iniciado una revolución que descansaba en gran parte en las nuevas drogas y en la interacción entre dichas drogas y el orden social del contexto en el que vivían los enfermos. Las drogas habían desempeñado, o habían amenazado con desempeñar, un gran papel en el cambio del orden social. El descubrimiento de la cloropromazina por Delay y Deniker era el descubrimiento de una sustancia que actuaba sobre la enfermedad para devolver a las personas a su ámbito social. En cambio, el descubrimiento de Henri Laborit -el año anterior- conducía a la hibernación artificial; era el descubrimiento de una droga que producía indiferencia, algo así como taxistas drogados saltándose todos los semáforos en rojo.

Además, los mismos laboratorios y tubos de ensayo que habían producido la cloropromazina también produjeron el LSD, las sustancias psicodélicas, el válium, las benzodiacepinas y otras drogas. Ninguna de ellas devolvía a los individuos a su lugar en el orden social; bien al contrario, eran drogas que poseían el potencial de alterar el orden social.



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