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28 de agosto del 2002 |
Carolina Broner
Andrés Rivera: el autor de La revolución es un sueño eterno participó de una charla debate organizada por la revista cultural Sudestada, que así, entre ficción y revolución, festejó su primer año en la calle.
El sábado 17 de agosto la humedad volvía al ambiente irrespirable. Las ventanas de la Casa de la Unidad y la Resistencia Popular, en Lomas de Zamora, se empañaban con el calor de los presentes. Doscientas almas agolpadas, y otras tantas, esperando por entrar. En el centro, el hombrecito de la voz de trueno, los ojos azules y las frases punzantes, se divertía incendiando la sala con sus historias. Historias de ficción y revolución, contadas con la genial irreverencia de Andrés Rivera. El premio Nacional de Literatura llegó a la cita sonriendo, el viaje que lo trajo hasta el sur había tenido una inmensa cuota de picardía de su parte, picardía que no perdió en ningún momento de la charla que duró tres horas, porque el mismo Rivera así lo quiso. El motivo del encuentro era festejar el primer aniversario de la revista cultural Sudestada, una publicación independiente gestada y sostenida por jóvenes periodistas, que cargan en su haber con los elogios de Rivera por su buena escritura. El autor de Tierra de exilio, habló de todo. De sus novelas, de la soledad de la vejez, de su historia militante, del origen de cada cuento, cada personaje y cada belleza robada para ser belleza, en sus casi 74 años de vida. Habló del Juan José Castelli de la revolución de mayo, y de su Castelli de La revolución es un sueño eterno. De Juan Manuel de Rosas, ése que "se hizo general cuidando las vaquitas de papá", y con el que Rivera se siente particularmente identificado. "No siento por él ninguna simpatía, ni política, ni ideológica, ni humana. Pero tengo algunos puntos de contacto con Rosas. Cuando comencé a escribir El farmer, yo ya era un viejo, como Rosas. Rosas vivía en el exilio, yo también, en este país. Rosas estaba solo, y yo también. Entonces lo hice hablar, y lo hice hablar en primera persona". Andrés Rivera disfruta contestando lo que quiere, sus respuestas nunca son directas, siempre tienen una historia previa, un cuento que las ampara. Como la que rodea su salida del Partido Comunista. "Mi padre era hijo de un rabino, que pretendía para él la misma suerte. Cuando mi abuelo murió, se sentó en las gradas de la sinagoga y comió cerdo. Para cuando escribí el cuento Cita, yo ya estaba en crisis con el PC, pero no me atrevía a irme por las mías" -dice el escritor, y empieza a relatar una de las suyas- "Así es que tuve la osadía de dedicarle el cuento a Juan Gelman y a Carlos Portantiero, que habían sido echados. Ese fue el motivo de mi expulsión. Ese fue mi cerdo". Rivera se define como partidario del socialismo y dice que hay un principio marxista que es esencial, el de la duda. "Hoy ni aquí, ni en Francia ni en Italia, nadie proclama la necesidad de abatir al sistema capitalista y de plantear una vía para eso. Nadie con algún predicamento, porque sino sería masturbarse hablando de la revolución en una rueda de café. Si hay obreros en este país, están callados. Además, nunca la palabra obrero quiso decir algo si no venía acompañada de una conciencia. Esto es saber que se pertenece a una clase y decidir que esa clase tiene que cambiar el mundo, sino el obrero piensa como el patrón". Cuando se le habla de militancia, Rivera se enfoca en la literatura. "Yo no puedo hacer otra cosa que escribir libros". Esa es su arma de fuego. "Alguna vez dije que escribía de los derrotados y de la derrota, pero no de los revolucionarios, porque no siempre los revolucionarios son derrotados, y porque, para mí, en este país no hay revolucionarios"- dispara y continúa- "Lenin dijo alguna vez: 'Paciencia e ironía son virtudes de los revolucionarios'. Acá, los que se dicen revolucionarios no son pacientes y, definitivamente, carecen de humor". "Qué quieren que les diga, no soy un optimista profesional", dice Rivera. Y sonríe, mientras se entrega paciente a las almas inquietas que llenan la sala. |
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