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16 de agosto del 2002 |
Aniversario y repaso
Ricardo Bada
En estos días se cumplen 40 años del fallecimiento de Herman Hesse en su casa suiza de Montagnola. Escritor de múltiples ventas, su suerte no ha sido la misma con la crítica.
Mi relación con la obra de Hesse ha atravesado tres períodos. Primero lo leí de joven, en mis días universitarios: lo hice en castellano y en unas ediciones que llegaban de Argentina, y no me produjo gran impresión, más bien recuerdo que me aburría. Y no es que padeciese rechazo por la literatura alemana contemporánea, antes al contrario: era un apasionado lector de Thomas y Heinrich Mann, de Jakob Wassermann y Franz Werfel. A Hermann Broch y Alfred Döblin, a Heinrich Böll, Alfred Andersch y Günter Grass los iba a descubrir más tarde. Habrían de pasar casi dos décadas para que volviese a hincarle el diente a la obra del autor de El lobo estepario, y entonces lo hice en Alemania y en alemán. Ahí ya no fue que me aburriese, me pareció sencillamente detestable. No sólo indigerible, sino mucho peor -como sabiamente discernía Unamuno-: incluso indeglutible. ¿Cuáles eran las razones de ese boom, ligado a la obra de Hermann Hesse, que implosionaba in illo tempore dentro de los campus de las universidades estadounidenses? Me parecía un montaje que tenía mucho que ver con la proclividad del Norte a todo lo esotérico, a todo lo que suena trascendental aunque en el fondo no sea sino pompas de jabón: lindísimas, irisantes, resplandecientes, pero las pinchás con una aguja de coser y se desvanecen para siempre jamás. Ocurre, sin embargo, que por aquellas calendas yo era responsable de los programas culturales en castellano de la radio internacional de Alemania, y si había tenido que releer a Hesse era porque planificábamos unos programas especiales dedicados a él: en 1977 se cumplían cien años de su nacimiento. Y como no quería ni debía ser en manera alguna parcial con alguien que, después de todo, recibió el premio Nobel de Literatura (y no el de Química, que yo pensaba que hubiera sido más adecuado), me puse en campaña y entrevisté a todo escritor latinoamericano que se acercaba a menos de un metro de mi grabadora. ¿Quién era para ellos Hermann Hesse? cuyo apellido, dicho sea de paso, todos, con muy pocas excepciones, pronunciaban como si fuese francés: "Ess". Entrevisté, pues, a Manuel Puig y Manuel Scorza, a Jorge Amado y Arturo Uslar Pietri, a José Donoso y Eduardo Galeano. Y no contento con ello hice entrevistar con cuestionarios míos a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, a Ernesto Sábato y Roberto Fernández Retamar. Y por si todo eso fuera poco, un día me llegó de París un casete en el que Cortázar me contaba lo que él pensaba de Hesse. El resumen fue, para decirlo de alguna manera suave, no negativo sino prudente, cuidadoso, nadie se quería quemar los dedos y terminaban diciendo que sí, aunque en el fondo se les notaba que no. Excepto en dos casos: Borges y Cortázar. Borges decía que recordaba algunos poemas de Hesse, pero que desde luego el autor no se contaba entre sus favoritos. Cortázar, haciendo honestamente la salvedad de que tan sólo había leído un libro suyo, Demian, lo desarmaba hasta dejarlo en el ridículo más cruel. Me sentí más o menos tranquilo, no era yo el único que no pudo conmoverse con tanta mística, tanto mesianismo, tanto esoterismo, tanto viaje al Oriente para descubrir dizque verdades eternas ocultas en un mantra o en la pronunciación litúrgico-ritual de la sílaba "om". Ha transcurrido un cuarto de siglo desde entonces y he vuelto a releer a Hesse, por exigencias de honestidad profesional, con el doble motivo de estos cuarenta años de su muerte y una crónica que me han encargado. Quién sabe, me dije, si el que eres a tus 63 años lo va a leer de un modo distinto que aquellos que fuiste a los 17 y los 38 de tu edad. Pero no. A diferencia de algunos vinos de mi bodega literaria, no es de los que haya ganado con el tiempo. Con todo, y a fuer de sinceridad absoluta, debo confesar que he descubierto (redescubierto) algunos tesoros en su obra. No en su prosa acicalada y con esa profundidad que no siento sino como el vacío de los pozos, no: en su poesía. Por ejemplo, este epigrama que no sé si alguna vez se ha traducido al castellano:
"Mucho ojo si poeta quieres ser
"Lo que amaste y perseguiste, Creo que no, que el oído no puede diferenciarlos. De lo cual concluyo que con Hermann Hesse quizás perdimos, y no por nuestra culpa, un excelente crítico musical. Pero muy poco más. Y me acuerdo de otro premio Nobel que fue un gran crítico musical, bajo el alias Corno di Bassetto: Bernard Shaw. Pero todas las comparaciones son odiosas. |
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