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13 de agosto del 2002 |
Gobiernos y empresas privadas Ciberoamérica. México, 12 de agosto.
El pasado martes 6 de agosto, las autoridades panameñas informaron que han identificado los restos de unos 59 galeones españoles, portugueses, ingleses y escoceses hundidos en las aguas territoriales de ese país. El Instituto Nacional de Cultura (INAC) declaró las zonas donde se encontraron los navíos como "sitios arqueológicos subacuáticos" para evitar que personas o empresas lucren con objetos históricos. Así, los guardacostas panameños inspeccionan las naves que tengan tecnología para exploraciones subacuáticas y decomisan todo objeto que provenga de las 59 naves conocidas o de otras por identificar. Según el INAC, entre esos barcos están el galeón San José, hundido en 1631 en el Pacífico, cinco barcos de la flota del pirata inglés Henry Morgan que naufragaron en 1670 y una fragata inglesa que data de 1771. Este hallazgo es sólo el principio de una actividad que vale oro. Alrededor del mundo, la búsqueda de tesoros de navíos hundidos es un negocio multimillonario; se estima que sólo en el Mar Caribe hay unos 13 mil buques antiguos, los cuales contienen objetos de incalculable valor, desde barras de oro, monedas de plata y joyas hasta piezas arqueológicas como cerámicas, cañones y otros artículos históricos. Pero esta productiva actividad plantea varios problemas; en primer lugar, la arqueología submarina es peligrosa y delicada, por las condiciones en las que se realiza el trabajo. Por otro lado, la normatividad que define este tipo de rescates no es clara, pues depende de la legislación de cada país en cuyas aguas territoriales se encuentran los barcos. En algunos casos, las leyes correspondientes prohiben cualquier intento por rescatar los objetos, como España. En otros, como Estados Unidos, señalan que los objetos recolectados pertenecen a su dueño original. Algunos países prefieren contratar empresas privadas para sacar los tesoros ocultos, como Ecuador. El caso de Cuba es diferente: hace unos meses, el gobierno de Fidel Castro firmó un convenio con dos empresas de Canadá, una de Francia y una de Sudáfrica para sacar los innumerables tesoros sumergidos en sus aguas; se estima que alrededor de la isla existen unos 500 galeones hundidos. El trato entre las autoridades cubanas y las compañías es ventajoso para ambos lados, pues se repartirán a partes iguales todo lo que se encuentre. El acuerdo también prevé la preservación arqueológica de los invaluables objetos históricos que se hallen: cañones, cerámicas o instrumentos de navegación, entre otros. Visa Gold Resources, una empresa de rescates con base en Toronto, se adjudicó la zona del puerto de La Habana y una amplia franja de la costa noroeste de Cuba. Terra West, otra empresa canadiense con base en Vancouver, ganó un permiso para las costas del sur cubano. Allí participará también un consorcio de Sudáfrica y otro de Francia. Los cubanos participarán a través de Geomar, una empresa dependiente del Departamento Hidrográfico de Cuba. Este es el segundo convenio de esta naturaleza establecido entre las autoridades cubanas y empresas; el primero se firmó en 1998, en La Habana. La exploración comenzó en diciembre de ese año con el galeón "Santísima Trinidad", hundido en 1711 frente La Habana, que llevaba oro en barras, lingotes de plata y monedas, riquezas valuadas en 400 millones de dólares. Hasta la fecha, la compañía Visa Gold Resources, la más importante y grande de las cuatro, con sede en Toronto y que cotiza en la bolsa de Vancouver, ha extraído unos 7 mil artefactos, incluyendo joyas, diamantes y pistolas, de la goleta española Palemón, que se hundió en 1839 frente a la costa norte de Cuba.
Doug Lewis, ejecutivo de esa firma y quien fuera miembro del gabinete canadiense durante el gobierno del premier Brian Mulroney, señaló: "primero hemos buscado los galeones más importantes, aquellos que sabemos que tienen los tesoros más grandes. Hicimos un buen acuerdo con Cuba, porque generalmente en otros países cuando el explorador encuentra un tesoro enseguida aparece un abogado del gobierno, que pide que le entreguen todo". El trabajo previo a la exploración fue largo y laboriosos. Entre 1996 y 1998, dos expertos de Visa Gold Resources, el arqueólogo marino Phill Wright y el consultor histórico Jack Haskins, revisaron los archivos de la Casa de Contratación de Sevilla, la Royal Naval Library de Londres y bibliotecas en Cuba y Florida para recrear las rutas de navegación de los galeones que hacían el viaje entre Sevilla y puertos del Caribe como Veracruz (México), La Habana (Cuba), Cartagena (Colombia) o Portobelo (Panamá). Ubicada en el Mar Caribe, al este de México y frente a la costa nordeste de Sudamérica, Cuba era un punto de encuentro para las embarcaciones europeas de los siglos XVI, XVII y XVIII que transportaban oro, plata y joyas a Europa desde las colonias del Nuevo Mundo, y mercancía a su regreso. Cientos de esos barcos nunca regresaron a sus tierras porque zozobraron frente a Cuba debido a tormentas tropicales, arrecifes y ataques de piratas y bucaneros como Sir Francis Drake. Patrick Clyne, el vicepresidente de Salvors (la empresa de rescates del buzo estadunidense Mel Fisher, tal vez el cazatesoros más famoso del mundo), aseguró que "el potencial de tesoros que están bajo el agua en las costas de Cuba es enloquecedor. No hay comparación posible con los naufragios que hubo frente a las costas de Florida". En 1985, Salvors encontró frente a Cayo Hueso los restos del galeón Nuestra Señora de Atocha, que se hundió en 1622. Mel Fisher encontró en sus bodegas 34 toneladas de plata, 500 libras de oro, 20 cañones de bronce, 30 mil libras de cobre, cientos de joyas y monedas. Este tesoro fue valuado en 400 millones de dólares. La importancia económica de los hallazgos arqueológicos es tal que, hace un par de años, el rescate de un barco ruso hundido en la guerra ruso-japonesa (1904-1905) que contenía un importante cargamento en oro y objetos artísticos hizo subir la valoración en bolsa de una empresa en quiebra técnica, la Dong Ah Construction Industrial Company de Corea, que contrató los servicios de una empresa para ubicar el buque y sacar los tesoros. En 1999, la República de Ecuador informó que frente a sus costas se había encontrado el Capitana Jesús María de la Limpia Concepción, hundido en 1654 con un cargamento en oro y plata valorado en 40 mil millones de dólares. Dos años después, el gobierno ecuatoriano anunció su intención de llegar a un acuerdo con diversas compañías cazatesoros por medio de subasta: hasta la fecha, aún no comienzan los trabajos de exploración. La situación jurídica de un barco hundido es compleja y queda determinada básicamente por la jurisdicción de las aguas bajo las que se encuentra: mientras en Filipinas y en China el Estado se reserva todos los derechos sobre los restos hundidos, se conozca o no su propietario, en otros Estados esta situación es distinta. En EEUU, los barcos hundidos permanecen en la titularidad de sus antiguos propietarios y sus sucesores. En ese país, para que una persona pueda apropiarse de los restos de un buque hundido en costas jurisdiccionales estadunidenses ,tiene que haberse producido un abandono efectivo por parte de los propietarios. El abandono tiene que ser expreso. La situación en los países iberoamericanos es más confusa. Al tiempo que se consideran sucesores de España (en el caso de buques de ese país) en su territorio y derechos, su situación económica los hace socios ideales de los cazatesoros. España, por su parte, no ha desarrollado convenios o tratados regionales o bilaterales para la protección de este tipo de patrimonio. Respecto a los galeones hundidos en aguas territoriales españolas, la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español declara todos los bienes arqueológicos como de dominio público con independencia de si están en el mar territorial o en la plataforma continental y prohibe cualquier tipo de iniciativa arqueológica privada. La UNESCO señala que el patrimonio histórico sumergido es de toda la humanidad y recomienda apartar a las empresas que sólo ven una oportunidad de expoliar y hacer negocio con ese patrimonio común del acceso y gestión de los yacimientos. En el Convenio sobre Herencia Cultural, aprobado en 1999, el organismo de la ONU crea una obligación de vigilancia y de colaboración sobre los Estados ribereños respecto de los navíos no sólo hallados en sus costas sino en aguas internacionales. Para los historiadores, los naufragios contienen importantes artefactos, pistas e información que, después de la cuidadosa excavación y tratamientos adecuados, pueden ayudarles en la reconstrucción, análisis e interpretación de la historia y tecnología de la era colonial. Cada naufragio comprende un elenco de datos que ha de divulgarles a los arqueólogos e historiadores las actividades del ser humano, su quehacer diario, herramientas, embarcaciones, comercio, migración, cultura, intercambio y tecnología a través de los siglos. El proceso de exploración, descubrimiento, excavación, identificación, preservación e interpretación de los materiales históricos del lecho acuático cae bajo la disciplina de la arqueología submarina. Un campo de estudio especial nacido de una disciplina antiquísima, la arqueología terrestre, doctrina que en resumidas cuentas constituye un intento cuidadoso de tratar de reconstruir el pasado. La ramificación de la arqueología terrestre hacia el estudio de los recursos marinos ha sido facilitada gracias a la invención del equipo de buceo autónomo conocido por las siglas SCUBA (Self Contained Underwater Breathing Apparatus). Dichos utensilios le permiten al hombre permanecer sumergido con relativa comodidad y facilidad de movimientos con solamente un módico costo en equipo personal, entrenamiento y con el mínimo de riesgos. El origen de la arqueología submarina en América surgió de un conflicto de intereses entre los buscadores de artefactos y los pocos arqueólogos terrestres manipulados por intereses gubernamentales y personales. Los sitios en donde yacen los restos de naufragios son por lo general difíciles de localizar o extremadamente peligrosos. Numerosas pérdidas han ocurrido en las aguas del Caribe de las cuales no existe ninguna evidencia documental. La razón está en que no hubieron sobrevivientes que contasen lo ocurrido, que tal registro simplemente no ha sido localizado en los archivos o que los elementos naturales encubren el navío. Sin embargo, aún cuando la documentación exista, es raro encontrar la ubicación exacta de un naufragio específico basándose solamente en ella. En adición a este proceso de localización documental, se une el hecho que la embarcación de por sí tiende a romperse, sus objetos se desparraman por doquier y éstos son a su vez rápidamente sepultados por la arena, el fango o el coral que a largo plazo ayudan a entorpecer su reconocimiento y localización. El rescate de tesoros en galeones antiguos ha sido tema de muchas películas y novelas. En la realidad, es un negocio que deja cientos, y hasta miles, de millones de dólares, algo irresistible para gobiernos y cazatesoros ambiciosos. Tal vez por ello, en un futuro no muy lejano y conforme se van desarrollando nuevas tecnologías para la exploración submarina, esta actividad se popularice, como hace cinco siglos, cuando había personas que se dedicaban a revisar los navíos recién hundidos. |
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