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9 de agosto del 2002 |
Me saqué un no-premio
Marcos Winocur
Así, yo, leer y escribir: leer libros, escribir para
publicar libros, una furia que creció con los años.
Tan pronto tenía diez líneas, corría a las redacciones
de los suplementos literarios. Escribía doscientas
cuartillas y corría a las editoriales. ¿Alguna vez me
publicaron? Sí, pero no justificaba el gasto de
energía, para nada. Me daba también por participar en
las justas literarias donde invariablemente me sacaba
un no-premio. Concurso del caldo, iba yo con mi
cuchara. Certamen convocado por el honorable
ayuntamiento de la villa de los Dos Soles con el
auspicio de la orden de los Cuatro Caballeros Negros,
en España; para allá despachaba trágica novela o
poemas de la indiferencia... Invariablemente engordaba
mi curriculum negativo.
Y como último acto, si se trataba de un concurso celebrado en la capital mexicana, recoger los ejemplares de la obra no premiada. Nada más traumático, ir por el cadáver; ni modo, cómo dejar las obras maestras tiradas por ahí... a ver si algún aprovechado me plagiaba. Recuerdo una de esas experiencias. Y bien, nuevamente el jurado por unanimidad había resuelto no otorgarme el premio, sí, a mí y a otros noventa y cuatro participantes. Poco más o menos así lo expresé a la dama que amablemente me atendió en la editorial convocante. Yo era un no-premiado intentando dar muestras de no-depresión. - Lo felicito por su optimismo -comentó la dama. ¿Quiso decir buen ánimo? Poco importaba . Un rato antes, contactada telefónicamente para acordar la cita, me había declarado: - Tal vez le pida me dé una manita porque las obras están sin ordenar y como todas han sido leídas... El comentario me sobresaltó; estaba fuera de contexto, información no solicitada y además obvia: no se supone que pueda haber fallo sin lectura previa de las obras. Excusatio non petita, accusatio manifesta... para salir de dudas corrí a mi biblioteca; el manual freudiano para preescolares traía la respuesta precisa: "Si una persona de sexo femenino se justifica sin haber sido requerida y se encuentra a primera hora de la mañana con los tubos puestos para ondular el cabello, entonces hay gato encerrado". ¡Mi telefonema había sido a primera hora de la mañana! Pero ¿cómo la dama iba a estar con los tubos puestos en el lugar de trabajo? En fin, ya en la editorial, ella, siempre amable, me condujo a la "sala de lectura" donde mis ejemplares yacían por el suelo junto a los demás no-premiados. Yo -me lo había anunciado- debía darle una manita y encontrarlos... gateando di con ellos. Volvimos al escritorio de la dama para formalizar la devolución. Ya mis ejemplares en el portafolio, estaba despidiéndome y ella diciéndome le agradecemos su participación cuando me pareció que apresuradamente guardaba un frasquito en un cajón, claro, el líquido corrector... ¿o el esmalte de uñas? Y mi curiosidad me llevó más lejos, un rápido ojo echado dentro de ese cajón... ¿alcancé a ver tubos, muchos tubos para el cabello? El golpe final me lo dio una revisión de los ejemplares recuperados, enteramente vírgenes. Poderes del más allá, extrasensoriales, habían logrado que los jurados del concurso los leyeran sin abrir sus páginas, sin tocarlos siquiera. Y ese milagro me conmovió al punto de escribir estas líneas. -No -corrige mi hija Ana-, de ardido que quedaste. |
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