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9 de agosto del 2002 |
El ojo que no parpadea
El inolvidable personaje de El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, tenía el poder de levantar los techos de las casas de Madrid a la medianoche para ver qué es lo que estaba ocurriendo dentro de ellas. Desde su atalaya en la torre de San Salvador, el cojuelo le dice al estudiante don Cleofás: «Advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente, en este teatro donde tantas figuras representan, las más notables, en cuya variedad está su hermosura...» Este libro, donde un diablillo curioso, y por demás cojo, se convierte en espía de los vecindarios, apareció en 1641 y es una de las joyas de la literatura picaresca.
Cuando en 1949 George Orwell publicó su novela futurista 1984, en lugar de un diablo travieso capaz de levantar los techos para penetrar en las intimidades de la gente, nos pintó en colores más sombríos la amenaza universal de un gran ojo vigilante, el ojo del big brother -el hermano mayor- un ojo capaz de mantenerse abierto sin parpadear nunca para espiarnos. Es lo mismo que hace en sus dominios el dueño de la fábrica en la película clásica de Chaplin, Tiempos Modernos: vigilar a los asustados obreros cuando van al baño, desde una inmensa pantalla. El futuro que Orwell anunciaba en 1984 ya pasó hace tiempos, pero sus predicciones acerca del ojo implacable del big brother se vienen cumpliendo cada vez más rigurosamente. «Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado», sentenciaba Orwell desde entonces. Y como nunca antes, el mundo se halla hoy expuesto al registro del gran ojo suspendido sobre nuestras cabezas, que no sólo ve, sino que también, como una araña laboriosa, segrega los filamentos para tejer la red invisible en que vamos quedando atrapados. El síndrome orwelliano de la vigilancia ha entrado de tal manera en las conciencias, que los más exitosos programas de televisión en Europa y Estados Unidos, son precisamente los que tienen que ver con el gran ojo omnipresente, capaces de haber sustituido en popularidad de audiencia a aquellos viejos concursos de respuestas con premios millonarios. En estos shows del Big Brother, que así mismo se llaman, cada uno de los espectadores, desde su pantalla doméstica, puede ver, igual que el diablo cojuelo, lo que hace en la intimidad un grupo de personas, hombres y mujeres, sometidas a un encierro de días. Es como si el telespectador estuviera entrenándose para convertirse en espía de extraños, y también de sus vecinos. Porque la nueva tarea de la humanidad, por lo visto, será espiar. Qué conversas con tus amigos, qué correo recibes, en qué compañías andas, cuáles son tus distracciones, qué música escuchas, qué lees. Todo puede conducir a una pista. En Colorado, Estados Unidos, la librería Tattered Cover espera la resolución de la Corte Suprema del estado por un juicio entablado contra la Agencia Federal de Drogas (DEA) que desde hace dos años quiere obligarla a entregar información sobre unos libros vendidos por correo a ciertos clientes acusados de tráfico de estupefacientes. Earlier Meskis, el propietario de la librería, quien antes se expuso a la violencia de los extremistas musulmanes por vender el libro de Salman Rushdie Versos Satánicos, alega sus derechos constitucionales a la libertad de palabra contenidos en la Primera Enmienda; «la censura en cualquier forma, ya sea que provenga de individuos, grupos especiales de interés, o del gobierno, daña a cada ciudadano de este país», reza su reclamo colocado en la vidriera de la librería. El síndrome del big brother vigilante ha ganado fuerza después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del año pasado. Los planes de seguridad del gobierno de Estados Unidos prevén que los carteros, los ascensoristas, los que reparan televisores y cañerías, los encargados de la limpieza de los edificios, se conviertan en parte de una red de informantes ad honorem, instruidos para transmitir al big brother todo lo que ven y escuchan. Un gran ojo auxiliado de millones de pequeños ojos. Y así como George Orwell pudo predecir el futuro, ahora tenemos a otro poderoso vidente que nos está advirtiendo sobre lo que estará ocurriendo dentro de cincuenta años: Steven Spielberg. Su última película, Minority Report (Sentencia provisional), tiene como protagonista principal a un detective del año 2054, John Anderton -interpretado por Tom Cruise- que es miembro de una brigada de prevención del crimen. Para entonces, según las conclusiones de un equipo de especialistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que Spielberg reunió para oír su consejo, la privacidad, tal como hoy la entendemos, habrá desaparecido gracias a la tecnología. El diablo cojuelo podrá levantar todos los techos, y el gran ojo podrá penetrar todos los resquicios. Y el crimen, podrá ser detectado en la mente del criminal antes de que se cometa. Orwell creía muy lejos el año de 1984 cuando escribió su novela a la mitad del siglo XX. Para nosotros, que somos ya dueños de un sentido más vertiginoso del tiempo, gracias a la misma tecnología, el año 2054 no parece tan lejano. «La tecnología podrá ver a través de las paredes, de los techos. Podrá penetrar en el santuario de nuestras familias», afirma Spielberg. Si éste será un mundo donde los techos y las paredes de los hogares serán transparentes para el ojo todopoderoso, ya hay dos resortes que han sido disparados para hacer posible ese futuro ingrato: el miedo y el deseo de protección. El mundo global, según videntes como Spielberg, será un mundo aterrorizado, y ansioso de dejarse proteger. Cuidado entonces. El gran ojo del hermano mayor te vigila desde ahora. |
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