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La insignia
8 de agosto del 2002


Entrevista con Dolores Olmedo

«He tenido cuanto he querido»


Elena Poniatowska
La Jornada. México, agosto del 2002.


Frente a una gigantesca puerta de madera se extiende el jardín de La Noria, en Xochimilco, o mejor dicho, el parque particular que va más allá de cualquier expectativa. Pienso descorazonada: ''¿cómo voy a cruzar todos estos 32 mil kilómetros cuadrados o más de pasto inglés con la grabadora Uher al hombro?". Pero mi ángel de la guarda tiene alas del tamaño del mundo, y en ese momento propicia la salida de La Noria de Irene, la hija de Lola Olmedo, quien le ordena al desconfiado portero: "mi mamá la está esperando, déjala pasar".

Entro con el Volkswagen por el camino empedrado, una real carretera, y tras la ventanilla desfilan los venados (25, habrá de precisar más tarde Lola Olmedo, resultado de la cruza de los primeros Adán y Eva venados), flamencos de una sola pata color coral, pavorreales que se aburren de luz por la tarde y agitan su delicadísima cresta de cristales, patos de pico rojo, de cabeza roja y de plumaje verde profundo, cisnes... ¡Ah, y se me olvidaba! A la entrada, junto a la portería, cruzaron frente al coche cinco escuintles, uno de ellos con un curioso copete color zanahoria que lo hace destacar entre sus compañeros, porque todos son gris acero, mitad puerquitos salvajes, mitad perros con sus colitas enroscadas, escuintles que Diego Rivera alabó hasta ponerlos de moda y lograr que muchísimas señoras los compraran para convertirlos en falderos, cuando antes tranquilamente los ponían en la lumbre para comérselos en deliciosos tacos.

En los inmensos prados donde se levantan pinos, araucarias sobre un pasto maravilloso de tan tupido, se distribuyen los jardineros. Uno poda el pasto, otro recoge hojas que echa en un costal, el tercero barre y el cuarto levanta la vista y me mira pasar. Estos hombres trabajan cerca de la avenida, pero más allá veo otros cuatro que atienden una enredadera, y más lejos aún, un hombre con sombrero aguado surge de un matorral de hortensias. ¿Cuántos jardineros serán? ¿Veinticinco, como los venados? Habrá que preguntárselo a Lola Olmedo.

Empiezo a pensar en el cuento de Perrault, El gato con botas. "¿De quién son estas tierras?". "De mi amo y señor, el marqués de Carabás". De pronto veo una vaca con unas ubres frondosísimas, llenas a reventar. (Ante mi extrañeza, Lola Olmedo más tarde habrá de explicar: "Es una vaquita Jersey. Me la regalaron porque dicen que se parece a mí. Nos da mitad leche y mitad crema".)

Un mozo me indica con la mano donde estacionar el coche, que en medio de este parque de grandes árboles y junto al alto muro de la fortaleza La Noria parece una corcholata. Paso frente a un busto de Diego Rivera tamaño normal y frente a una cabezotota, obra de Castellanos, también de Diego Rivera. Los labios de bronce son tan voluminosos y ávidos que parecen disponerse a sorber el jardín entero; la casa también, dejarla en los puros huesitos. ¡Y esta casa es la que conserva los mayores huesos de Diego Rivera: fémures gigantescos, peronés del tamaño del mundo, tibias que el mundo del arte reclama, metacarpios que han sido solicitados por grandes coleccionistas internacionales! Poco a poco Lola Olmedo ha ido reconstruyendo la calaca de Diego (a quien ella llama siempre el maestro Rivera), y en esta altísima casa, en la cual estoy a punto de entrar, se encuentran los mejores Riveras, los más grandes, los más valiosos.

Una nieta descalza de Lola -Dolores también-, porque a las niñas ricas les gusta andar descalzas y de mezclilla y chuparse los dedos después de masticar un taco y jugar a the poor little rich girl, como llamaban a Barbara Hutton, con un french-poodle o caniche en los brazos, me conduce sobre la alfombra cocoa mientras me pregunta para dónde va a ser la entrevista y cuándo va a salir. Me indica que ''aquí hay un enchufe'', que si este grupo de sofás está bien, que su abuelita se sienta donde quiera; que sí, que la grabadora la puedo dejar sobre la mesa, que qué voy a preguntar, que si traigo algún cuestionario escrito que... que... que... y a vuelta de correo inquiero yo también: "¿quisieras que te entrevistara a ti, niña Dolores?".

-A mí, ¿pa'qué? A mí no porque yo no soy nadie.

-¿Todavía no eres nadie?

-Bueno, el personaje es mi abuelita.

-¿Y a ti te interesa tu abuelita?

-Sí, es lo más interesante en mi vida.

Cerezas y sandías

En ese preciso momento el personaje hace su entrada vestida de lila, o quizá de jacaranda. Tiene los pies descalzos dentro de unas sandalias de un tono un poco violeta. Cuentan que María Asúnsolo siempre enseñaba sus pies porque eran pequeños, finos y blancos como dos palomas. El pelo de Lola Olmedo es brillantísimo y negro, y le cae sobre los hombros. A las 12 del día lleva al cuello un "discreto" collar de diamantes y unos cinco anillos discretitos y dos pulseras también medio discretas... Total, una avalancha de diamantes. Su sonrisa es amplia e inmediatamente procede a enseñarme los cuadros que cuelgan de las altísimas paredes, muros que por lo demás tienen un metro cincuenta de espesor. Hay varios retratos de ella, gigantescos y verdes; tehuana, con su hija Irene, Lola, el pelo trenzado, los ojos inmensos, la boca de tan roja revienta el lienzo, las manos pequeñas y graciosas. Paso frente a El rejoneador, El matemático -sobre un caballete-, Alberto Pani sobre otro caballete, la época cubista de Rivera, los cuadros de 1915, allá en el fondo 1917, y sigo a Lola, la niña Dolores y el poodle rumbo al comedor, repleto también de Riveras. Al fondo unas sandías jugosísimas a punto de caer del cielo, a punto de caer su agua sobre nuestros labios, el último lienzo que pintó Diego Rivera antes de morir, y entonces Lola Olmedo, toda cortesía, inquiere:

-¿No quiere un café, una copa, una cerveza? ¡Lo que quiera!

-Paté trufado, ancas de rana, gusanos de maguey, champaña, codornices, caviar, cerezas... -continúo sonriendo.

-No siga, Elenita, porque se lo podemos traer. ¡Todo lo que ha mencionado podemos dárselo! Dígame de veras, ¿qué se le antojaría?

-¡Cerezas!

Lola Olmedo se dirige a su nieta:

-Pide inmediatamente cerezas, que nos las lleven a la sala. Venga usted, Elenita, voy a enseñarle la cocina.

(Me quedo patidifusa ante las cerezas que veo frescas, brillantes, entre trozos de hielo, y que no como hace 12 años, y ante la cocina, cuyos estantes están cubiertos de plata antigua, porcelana de Meissen, de Dresden, de Sevres... ¡Madre de los Apachurrados! Salimos a la terraza y Lola le habla a su papagayo, que ha dejado cáscaras de plátano en una mesa. Lola me cuenta de sus vecinos; un monasterio desde donde los postulantes acostumbraban descolgarse a su jardín, hasta que una sirvienta los agarró a botellazos; de la Junta de Vecinos de Xochimilco y de la gente que en general la quiere mucho, muchísimo, porque siempre que recurren a ella les ayuda.)

-Compré esta casa en 1962 y me cambié a ella en 1964, y pienso terminar mis días aquí, porque se vive tan feliz, en un ambiente tan agradable y con la gente tan bella del pueblo de Xochimilco, que no me cambiaría de aquí por nada. Yo misma voy al mercado con mi bolsa del mandado, yo misma pregunto por el precio de los jitomates y las calabacitas, por eso la gente de Xochimilco me quiere, porque me ve como una de ellos. Esa manía nunca se me ha quitado; me gusta mucho esa manera tan artística de acomodar la fruta, atrincherar la sandía. Al maestro Rivera le encantaban los mercados; a mí me parecen muy pintorescos, sobre todo en Xochimilco, donde todavía tenemos tianguis y podemos cambalachar un guajolote por un venadito, un ramo de rosas por unos tamales. Así como me ve usted ahora, así voy al mercado y todos me saludan y me conocen, porque cuando la gente la ve a usted así, medio riquilla, no se confía fácilmente, es hosca, pero conmigo no, a mí no me tienen miedo, porque siempre que han venido a pedirme ayuda la han encontrado y además son mis amigos. Mañana justamente voy a ir al mercado porque es cumpleaños de mi nieta; para mí ya no hago nada, que hagan de comer lo que quieran en la cocina, a mí ya no me importa, pero cuando hago una comida me gusta que sea buena. Cuando invité a Lupe Marín hace unos meses hice budín de flor de calabaza, mole y fruta de la estación. La que viene a cada rato es su nieta Ruth Alvarado, a quien quiero mucho.

-Debe ser usted muy buena cocinera para recordar lo que hizo hace tantos meses.

-Sí, me encanta, pero lo que más me encanta es ir al mercado.

Diego Rivera en la SEP

-Lola, ¿cómo nació su culto por Diego Rivera?

-Conocí al maestro Rivera yendo con mi madre, María Patiño viuda de Olmedo, que era maestra de escuela primaria, a la Secretaría de Educación Pública, el último año en que pintaba sus murales.

-¿Pero usted se le acercó? ¿Se subió a los andamios o cómo? ¿O le gritó desde abajo, como cuentan que solía hacerlo Frida Kahlo?

-No, al maestro Rivera le llamé mucho la atención (Lola baja los ojos), yo no veo por qué, seguramente por mis largas trenzas, mis ojos de china o algo así por el estilo, porque inmediatamente le pidió a mi madre que me dejara posar para él.

-¡Y su madre le dijo que no!

-Mi madre, que era amiga de artistas y era una mujer muy culta, no se negó a ello. Entonces el maestro Rivera me tomó algunos pequeños apuntes, y más tarde me tomó apuntes al desnudo que están en una de las escaleras de la Secretaría de Educación Pública, que nadie sabe que soy yo, y es la primera vez en mi vida que digo esto, Elenita.

-¿Y por qué nunca lo había dicho?

-Pues porque no me convenía, mi mamá se hubiera enojado y quizá me hubiera criticado, aunque a mí nunca me ha importado la crítica. He vivido como he querido, he hecho lo que se me da la gana, y he sido muy feliz, porque he tenido todo lo que he querido.

-¿Por qué ha tenido todo lo que ha querido?

-Por el ejemplo de mi madre, por mi trabajo. ¡Todo lo he hecho a base de trabajo, mi trabajo!

(Todo esto lo dice Lola Olmedo con un gran énfasis, casi con gallardía, el rostro levantado, el cuello alto, y la escucho boquiabierta, porque Lola Olmedo ha hecho el más extraordinario museo que pueda concebirse, en una casa también extraordinaria. Lola se lanza de lleno al tema de la crítica).

-La crítica nunca me ha importado.

-¿Nunca?

-Como no creo que le importe a usted ni a cualquier gente que piense y razone. -Bueno, a mí sí me importa, Lola, porque yo tengo una formación de convento de monjas, así, espantosa, muy, muy tradicional.

-¡Pues es usted muy libre en lo que escribe!

-Lo intento, Lola. Dígame usted, ¿cómo era su madre que influyó tanto en su carácter?

-Mi madre, no porque haya sido mi madre, fue un ser extraordinario, una de las primeras cinco maestras egresadas de la Normal para señoritas que en una época estaba en lo que hoy es la Secretaría de Educación Pública. Fue maestra de escuela toda su vida. Tuvo la medalla de oro Altamirano, varias condecoraciones que le dio el general Cárdenas por su trabajo en el Mezquital. Dio su vida a la niñez. Por eso, aquí, en Xochimilco, doné unos terrenos en los que acaba de levantarse un Centro de Estudios Tecnológicos que lleva el nombre de mi madre. Ella me educó a mí. Venga usted a mi recámara, Elenita, venga usted, voy a enseñarle un retrato de mi madre, uno que le tomé un día antes de que muriera, porque tanto mi madre como yo sabíamos que iba a morirse.

(En todas partes veo entronizada a María Patiño Suárez, madre de Lola Olmedo, que tiene un rostro severo y largo que en nada se parece a la cara invitadora y alerta de Lola.)

-Si usted llama a Diego Rivera "maestro", ¿cómo le decía él a usted?

-Me llamaba "linda".

-¡Ay, así me dice el electricista!

Mientras caminamos sobre la alfombra café -la alfombra y los muebles son los colores específicos que Lola escogió, porque son los que más aparecen en su gran colección de Riveras (café y verde musgo)- rumbo a la recámara, Lola me cuenta:

-Mi madre era viuda. Eramos tres hermanos. Ella tuvo que trabajar tres turnos para mantenernos y dar clases particulares, porque siempre quiso que tuviéramos una carrera. Mi hermana es maestra de escuela, mi hermano fue -bueno, es contador, le digo fue porque hace muchos años que no lo veo-, y yo me quedé en tercer año de derecho.

-¿Por qué se quedó?

-Porque me casé con Howard S. Phillips, el editor de la revista Mexican Life, que duró 48 años publicándose en México, hasta su muerte, hace tres años.

-¿Y a Diego Rivera, a qué edad lo conoció usted?

-Debo haber tenido 11 años.

-¿Y usted posó desnuda a los once años?

-Sí, y en el mural de la Secretaría de Educación Pública se ve muy bien que soy una niña de 11 años.

A 20 pesos el metro cuadrado -¿Y a usted no le importó nada posar desnuda para un pintor?

-En lo más mínimo. Admiraba yo la pintura de Diego; estaba acostumbrada a verlo diario en la Secretaría de Educación Pública, porque mi madre iba con mucha frecuencia y siempre me llevaba con ella a todas partes. Posé para Diego en varias ocasiones. El maestro vivía de su pintura, pero sus murales no le dejaban nada. Usted debe ignorar que por los murales de Educación le pagaban 20 pesos el metro cuadrado, entonces no le alcanzaba para nada, ni para comer. Lupe Marín debe haberle contado a usted eso.

-No, me dijo que cuando él no le dio para el gasto le sirvió una riquísima sopa de tepalcates.

-Bueno, pues ella se lo debería decir, porque en esa época ella era la esposa de Diego y tuvieron muchas dificultades económicas, no tenían dinero...

-Pero usted, usted...

-Ah, bueno, pues yo iba con mucha frecuencia a la SEP, como le decía, e hice mucha amistad con el maestro, amistad que tuve la suerte de no perder nunca. Uno o dos años después posé para el maestro en una serie de 27 dibujos de los cuales el escogió uno para hacer una litografía y de los otros 19 me están ofreciendo ahora uno, que naturalmente voy a adquirir.

-¿Y dónde están ahora esos dibujos?

-Los tienen diferentes coleccionistas; no sé quién se los haya comprado al maestro, pero ahora, ve, me ofrecen uno y voy a comprarlo. Uno, creo, lo tiene Alejandro Gómez Arias. De la litografía, el maestro sacó cien, del uno al cien... El dibujo lo subastaron frente a mí (ríe). Nunca pensé que lo fueran a rematar en mis narices en la gran subasta de Nueva York, en Sotheby Parke Bernet y posiblemente lo tenga yo aquí la semana entrante y podrá usted verlo.

-¿Está usted desnuda?

-Sí.

***

La recámara de Lola Olmedo es muy reveladora. Es un poco oscura, de terciopelo rojo, porque rojo es uno de los colores favoritos de Lola, con una cama imponente, demasiado grandilocuente y frondosa para mi gusto. Por un lado cuelga una fotografía amplificada de Miguel Alemán, por el otro una de Carlos Trouyet y otra de Carlos Hank González inclinándose sobre ella desde su altura. Otra fotografía es de Alejandro Gómez Arias, que parece un pelo en la sopa del poder. ¡Qué bonita carita la de Alejandro Gómez Arias! ¿Sería su amante, como lo fue de Frida Kahlo? Allí está él junto a un crucifijo, ¿o qué será eso? De lo que sí estoy segura es de ver a la Virgen de Guadalupe. Los cortinajes son espesos. Sobre las mesas muchas fotografías de políticos del momento, Plutarco Elías Calles (que llamaba a Lola La Planchada por su pelo lacio), Adolfo López Mateos, López Portillo en Oaxaca, Echeverría y, claro, miles de Riveras panzones y con cara de sapo. Por lo visto a Lola no le dio miedo acercarse al poder. Me recorre un escalofrío. Jamás tendría una foto de un político en mi recámara; para eso, mejor un bandido de Río Frío, no fuera a asaltarme en la noche. Lola no le tiene miedo al PRI, al contrario, señala a los poderosos con gusto. -No he tenido mejores amigos que ellos. Los adoro porque me ayudaron a incrementar mi fortuna, pero yo también les ayudé a incrementar las suyas. Trouyet, adorable; Miguel Alemán, fascinante; López Mateos, también muy chévere, Carlos Hank a todo dar.

Vuelvo la cabeza al verdor del jardín de Xochimilco.

-¿Y los alcatraces? Pensé que su jardín estaría lleno de alcatraces en homenaje a Diego Rivera. Allá por ejemplo, en contra de este larguísimo muro, podrían darse muy bien los alcatraces.

-Tenía yo muchos pero se me secaron. Sabe usted, aquí tenemos un problema de agua.

-¿En Xochimilco un problema de agua?

Lola Olmedo, que tiene fama de ser un tycoon de las finanzas, un expertazo que se las sabe de todas todas, un águila descalza a quien no se le va una ni uno, me habla -nunca la vida dejará de sorprenderme- de venados, pavorreales, flamencos y golondrinas, con una voz muy dulce y una expresión aún más dulce en su rostro que muchos han calificado de "máscara". A mí no me parece una máscara; me gusta la boca amplia y demasiado pintada, los dientes fuertes, las pestañotas como de vaca, la sonrisa, y sobre todo la risa, que me parece cálida, consentidora. Lo que no me gusta son tantos presidentes.

-¿No hay algún presidente que le haya caído gordo, Lola?

-Sí, Ruiz Cortines.

-¡Ay, pobre viejito!

-¿Por qué pobre? A ningún presidente puede llamársele pobre... (Cambia la conversación y la vuelve idílica). Todas las mañanas salgo a caminar a las seis de la mañana. Recorro todo el jardín, camino más de cinco kilómetros, mire usted el tamaño del jardín que he ido aumentando al comprar los terrenos aledaños. Empecé con 15 mil metros cuadrados. Personalmente vigilo a los jardineros e inspecciono el estado de los árboles, veo las hortensias, yo misma ordeno los injertos de los frutales, pido que me suban tal o cual enredadera, que me amarren tal o cual bugambilia.

Siempre he sabido imponerme

-Yo sé mandar, Elenita, siempre he sabido imponerme, siempre he sabido darme a respetar. Todos estos trabajadores tienen conmigo entre quince o veinte años, pero saben que yo sé dirigir y que lo que yo ordeno debe llevarse a cabo. A uno de los jardineros, que fue también de Diego Rivera -se llama El Candado-, lo regaño mucho. El otro día me mató una planta y lo corrí. Van varias veces que lo corro. Sólo se hace a un lado cabizbajo, se recarga contra un árbol o un muro, dándome la espalda, y a la mañana siguiente allí está otra vez y me lo encuentro en mi caminata. A las ocho de la mañana, ocho y media, cuando llega el periódico, me vuelvo a meter a la cama y lo leo íntegramente de la primera a la última página, con guantes porque qué sucio es el papel periódico. Luego me lavo las manos, desayuno, me baño, me arreglo mucho, me visto para salir a conquistar el mundo. Mire, por la ventana se ven los venados, me regalaron una pareja hace veinte y de esta pareja han salido todos. La vaquita Jersey anda suelta, pero como hay tantísimo terreno no corro el riesgo de que me destruya el jardín, al contrario, me lo poda. Los pavorreales han nacido todos aquí: tengo 30 nada menos. Ayer mandé 30 huevos a la incubadora, tendré entonces 60 pavorreales. La incubadora está en San Angel y yo misma paso a ver cómo van mis huevos. Los únicos que se me han muerto son los flamencos. Sólo quedan tres, pero creo que se mueren los viejos, porque ya tengo con ellos casi 15 años. Luego tengo muchos patos. Un pato me llegó aquí un día de octubre, puso huevos debajo de una mata y allí se quedó y nunca se volvió a ir, y tengo ahora más de 150 patos. Son muy bonitos, blancos y negros con una cosa como roja en la cara. La pata que llegó traía un anillo y un número en la pata, lo mandé a la embajada estadunidense para que lo reconocieran, porque me pareció muy fino. Me suscribo a la revista Au Don Bon, un gran científico que se consagró al estudio de las aves. No sabría deletrearle exactamente su nombre, espero que venga en la enciclopedia. El se ocupó muchísimo de las aves migratorias y a mí este tema me interesa por mis patos y por las golondrinas que antes aquí anidaron por millares y han dejado de venir. Este año y el pasado casi no vinieron.

-¿Por qué?

-Dicen que se están extinguiendo con los insecticidas. Como vienen de muy lejos, en el camino encuentran muchas trampas, mucha muerte; a California llegan todos los años, el 19 de marzo, y el año pasado y este no llegaron. Esta es una tragedia terrible, porque son preciosas.

Una gran as de los negocios

(No salgo de mi asombro por el hecho de que una señora tan metalizada como Lola Olmedo -tycoon de todos los mares, tiburón de las finanzas- no me hable sino de aves migratorias y su terrible suerte. Me siento casi criminal o, por lo menos, muy burda al regresar al tema que inició la entrevista: el del desnudo de Lola Olmedo que subastó en 800 dólares en Sotheby Parke Bernet en Nueva York, el jueves 26 de mayo de 1977.

A propósito de desnudos, es interesante saber lo que dijo Diego Rivera de sus modelos a Gladys March, quien habría de publicar en 1960 el libro Diego Rivera. My life and my art. ''Mis modelos no eran modelos profesionales, sino al contrario, pertenecían a las más ricas familias de México. Y todas confesaron la misma razón para desear que las pintara desnudas, un deseo de permanecer eternamente desnudas en una pieza grande profusamente iluminada, en la cual los hombres sin inhibición alguna las desearían. Conscientes de la pasión que su cuerpo despertaba, cada una de ellas se sentiría siempre deseable, a pesar de los cambios y finalmente los destrozos del tiempo. En mis óleos permanecían siempre jóvenes".

Lola Olmedo, quien posó en varias ocasiones para Diego -en distintas épocas de su vida, porque todavía antes de morir, unos años antes, le hizo un "vale por un dibujo a cambio de un desnudo"-, me habla del tema con la mano en la cintura.

-Yo no nací prejuiciada. Mis hijos saben que estoy pintada en la Secretaría de Educación Pública, que Diego me pintó desnuda un montón de veces. El padre de mis hijos, Howard S. Phillips, era un pintor aficionado bastante decoroso, hizo buenos retratos de la gente del pueblo, de tipos populares; toda la casa estuvo siempre llena de desnudos míos, están acostumbrados, crecieron con ellos. Mis hijos son muy cultos, muy bien educados, se desenvolvieron en un ambiente de arte, no creo que puedan escandalizarse ya con ninguna actitud mía, su propio padre me pintó varias veces desnuda. En los últimos tres años de su vida el maestro Rivera, en mi casa de Acapulco, me pidió que le posara y ridículamente, como ya mis hijos estaban grandes, pensé: ''¡No, posar desnuda, ya eso no!". Se fue pasando el tiempo, se fue él y ya no hubo retrato. Inclusive tengo un vale que dice: "Vale a Lolita Olmedo por un autorretrato de Diego Rivera a cambio de un desnudo", y me quedé sin autorretrato y sin desnudo.

Pita Amor en Bellas Artes

-Pero, Lola, ¿por qué hay desnudos que suscitan tanto escándalo? ¡Recuerdo que el de Pita Amor causó un verdadero rebumbio!

-Sí, porque Pita tenía un gran renombre, es una de las más grandes poetisas que hemos tenido, por eso su desnudo hizo tanto ruido. Además era el primer cuadro de la exposición en Bellas Artes del maestro Rivera, pero a Pita Amor no creo que le haya importado un pito que se hayan metido con ella o la hayan criticado, como no me importa a mí a la fecha. A Pita no la conozco más que por teléfono.

-Sin embargo usted tiene un retrato precioso de ella, quizá el más bonito, que la muestra como un querubín de Tonantzintla, con una expresión de asombro y unos bucles de ángel.

-¿Verdad que es bonito? Como también es bonito el dibujo en el comedor de ella con una mascada en la cabeza que el maestro le hizo para la portada de su novela Yo soy mi casa.

-Pero, Lola, ¿a poco usted a los 11 años ya estaba formada? Supongo que no tenía pechos ni nada.

-Si tenía mis pechitos y los tuve toda mi vida muy bonitos, por eso me escoto y sigo haciéndolo, porque lo bonito hay que enseñarlo, muy, muy bonitos mis pechos, y en esa época no había silicones, se lo aseguro -Lola Olmedo echa una carcajada.

En los cincuenta, la afición por los cuadros de Rivera

-¿Cuándo empezó, Lola, a comprar cuadros de Diego?

-En los cincuentas.

-¿Cuando ya era viuda?

-Yo no soy viuda, nunca he sido viuda, yo estaba divorciada de Phillips.

-¡Pero si él ya murió!

-Sí, murió hace... Bueno, va a cumplir cuatro años de muerto. Yo me divorcié de él.

-¿Por qué?

-Porque no nos entendíamos. A él le molestaba todo lo que yo hacía; tenía esa vanidad que muchos hombres aún conservan, de que la mujer brille en el hogar; pero que trabaje, se baste a sí, tome sus propias decisiones, haga sus propios negocios, se valga por sí sola, eso Phillips no lo podía soportar.

-¿A qué edad se casó con él?

-Me casé siendo una jovencita, debo haber tenido 15 o 16 años.

-¿Con un gringo rico, Phillips?

-Ni era gringo ni era rico, era nacido inglés y cuando la Primera Guerra Mundial se nacionalizó mexicano. Era un hombre de bastante edad. Me llevaba más de 40 años.

-¿Y entonces por qué se casó con él?

-Porque me pareció un tipo interesante y muy inteligente, y le debo mucho a él. Le guardo un cariño muy respetuoso y una gran ternura. En esa época vi poco al maestro Rivera, porque mis cuatro hijos estaban pequeños y no tenía tiempo más que para ellos. Muy pronto tuve que trabajar para mantenerlos, porque el señor Phillips tenía dinero pero era un inglés cuidadoso de sus cosas, no era muy generoso que digamos. Por eso empecé a trabajar en una tabiquera.

-¿Y qué hacía usted?

-(Ríe) Tabiques, Elenita. Compré un horno de tabique y yo dirigía el trabajo de mis tabiqueros y así empecé mi capital.

-¿Y de unos tabiques salió toda esta casota y esta espléndida colección?

-Si, Elenita. Luego compré otro horno y llegué a controlar todos los hornos de San Bartolo Naucalpan. Le vendía material de construcción a la compañía ICA -sí, la de Bernardo Quintana-, hasta que hice mi propia compañía, que conservo hasta la fecha.

-¿Cómo se llama?

-CICSA. Compañía Inmobiliaria y Constructora.

-¡Ah, pues entonces es una águila descalza!

-Eso sí, mi madre me enseñó a ser muy ambiciosa, a mí me educaron para triunfar, Elena, ¿y a usted? María Patiño me decía que las mujeres de su raza no lloraban, que trabajan y pelean por las cosas que quieren y así las consiguen.

-¿Así es que usted nunca llora?

-A veces si he llorado, cómo no; cuando murió mi madre, cuando murió el maestro y en algunas otras ocasiones, pero en público no lloro jamás. Así empecé mi dinero, como le digo, haciendo tabiques y vendiendo cremas a mis amigas.

-¿Cremas para la cara?

-Sí, Elenita.

***

-¿Y las hacía como cuentan que empezó Helena Rubinstein, con mantequilla? -No, no, no, con una receta que mi mamá me dio, con la grasa que sacan de la lana de borrego y con agua de rosas, benjuí y glicerina, es muy buena la glicerina. Una crema que mi madre usó toda su vida y me enseñó a usar, y como decían que tenía muy bonito cutis, le saqué raja, y empecé a hacer mis cremas que me compraron todas mis amigas al ver los buenos resultados en mi propia cara. Tenía cuatro hijos, imagínese usted si no tuve que luchar por todos lados. Empecé a vender material de construcción, me hice de un nombre, empecé a ganar dinero y cuando no me pagaban con dinero me pagaban con terrenos, nunca dejaron de pagarme, nunca lo habría permitido, y con la misma compañía que formé hicimos construcciones. Construí yo toda la terminal de carga de Ferrocariles Nacionales de México, Pantaco, levanté cuatro mil casas para los petroleros en la Nueva Santa María, y construí la estación de ferrocarriles de Buenavista, yo me encargué de toda la obra negra, antes de que se pusieran vidrios, paredes, pinturas, decoraciones. Soy muy buena para los negocios y no le tengo miedo a tomar decisiones, tampoco le tengo miedo a recurrir a los amigos y a convencerlos.

Lo de la estación de Buenavista lo hice cuando era director Manuel R. Palacios. Se vendieron muchos terrenos y yo tuve el buen tino de comprarlos para después construir. Fui accionista de ICA, colaboré con Bernardo Quintana cuando él estaba en un garage todo fregado, yo misma les llevaba los tabiques, Quintana era bastante guapo. Hice el edificio del Sindicato de Electricistas de México... Mire, Elena, yo no heredé de nadie mi dinero, todo es producto de mi trabajo, soy disciplinada, soy muy cumplida, les exijo a los demás porque me exijo a mí. Hice obras no sólo en el Distrito Federal, tambiém en Jalisco; justamente porque mi fama de buena constructora cundió. Nunca se me ha ido un negocio, Elena, los amarro todos. Así fue como hice mi dinero y sigo trabajando en mi compañía. Si no, no tendría dinero para darme los lujos de ir a pelear Riveras al extranjero.

-¿Entonces usted ha hecho una cantidad bárbara de dinero?

-Sí, bárbara, como usted lo dice. He hecho mucho, muchísimo dinero.

-Pero ¿quién le ayudó?

-Al principio, un amigo de Chicago McCarter a quien le caí de maravilla por aventada y me consiguió 5 millones de dólares.

-¿Cuánto?

-Cinco millones de dólares, mucho dinero para la época... Ahora, casi la mayor parte de mi capital la tengo invertida en obras de arte, porque poseo las cuatro grandes épocas de nuestra cultura. Tengo increíbles piezas de arte prehispánico, lo colonial lo representa esta casa, que es una joya del siglo XVI, La Noria. Tengo el museo con los más hermosos Riveras del mundo y tengo una colección de arte popular envidiable por única. Además he luchado como nadie por conservar la tradición del Día de Muertos, a quien el Halloween gringo pretendió darle en la torre. En el Anahuacali, cada año, personalmente le levanto una ofrenda al maestro Rivera y creo que he elevado el Día de los Muertos a la categoría de actividad artística-cultural y no sólo ritual místico, como se practica aquí cerca, en Mixquic, o más lejos, en Janitzio.

Rivera me enseñó a escoger

-¿Sólo colecciona usted Riveras, ninguna obra de otro pintor?

-Sólo Riveras, Kahlos, Angelina Beloff y la espléndida colección de arte popular, muy bien escogida, guardada en las bodegas del Anahuacalli, porque cada año la uso para mis ofrendas; cada año pongo distinta artesanía popular. Esto, para que vea, me lo agradece mucho el pueblo de Xochimilco.

-¿Por qué es tan buena su colección?

-Porque el maestro me enseñó a ver, a saber, a escoger, a leer, a enterarme; él mismo escogió algunas piezas.

-¿Y el arte moderno?

-El arte moderno, en mi casa, lo representa exclusivamente el maestro Rivera.

Luis Echeverría ''me ofreció 60 millones por esta casa, a cambio de mi colección, ¡pero imagínese si lo hubiera aceptado, si la casa sola vale el doble!'', expresó la coleccionista y promotora cultural Dolores Olmedo.

''Sería maravilloso que esta casa con su inmenso y hermosísimo parque se convirtiera en un museo. Ya veo a las familias entrar los domingos, como a Chapultepec, y caminar por los prados, echarles pan y tortillas a los patos. ¿Qué comerán los pavorreales?'', pero Lola Olmedo, en cambio, piensa en un fideicomiso que manejen sus cuatro hijos.

-Esta casa tiene mucha historia, Elenita. Cuando llegaron los españoles tuvieron un encuentro con los xochimilcas en un ojo de agua, aquí frente a la casa donde vivió Hernán Cortes. En esta casa los españoles encontraron al abuelo del rey xochimilca y a Apotzihuatzin, el último rey xochimilca. Cuando él entregó Xochimilco a los españoles, lo nombraron cacique español y Pedro de Alvarado lo bautizó con el nombre de Luis Zerón Cortés de Alvarado. Cuando llegaron los españoles, este lugar que ahora es mi casa se llamaba Tzonmolco; en 1650 pasó a manos de un español que le puso Coatitlán, que quiere decir ''lugar de serpientes" y muchos años después pasó a ser La Noria, porque en la casa había dos ojos de agua circundados por una fuentecita de la cual brotaba el agua.

''Más tarde se pierde la historia de quiénes fueron los dueños hasta llegar a Emiliano Zapata, que puso su cuartel aquí en La Noria. ¡Fíjese qué bello! Los zapatistas la abandonaron y años después la adquirió un alemán Richter, dueño de La Gran Sedería, quien regaló parte de la casa techándola porque estaba muy destruida. Vivió en tres cuartos con su señora, gente muy bella, por cierto, porque rescató lo que vale la pena para México. Me hice amiga de él y por casualidad vine a dar con la casa y cuando la vi inmediatamente pregunté: ¿Qué no venden esta casa? y me dijeron que si. Así que fue como me quedé con la casa, pero tuve que restaurarla completamente y esta labor duró más de dos años. La mayoría de los muros altísimos no tenían techo; este salón en el que estamos sentadas se dividía en ocho cuartitos. Pedí permiso a Antropología para tirar algunas paredes, ya destruidas, así es de que aunque no me hubiera dado permiso Antropología, ya estaban derruidas. Teché estas piezas inmensas y estas vigas que ve usted tienen 25 metros de largo y las compré en una demolición de una casa del siglo XVI en las calles del Carmen.

''En realidad, allí compré toda la madera, todas esas inmensas trabes que usted ve y que se llaman gualdas; teché el comedor de la cocina, conservé las bóvedas originales, la capilla también tiene una bóveda preciosa y en la que pienso instalar el mural de Diego Rivera que acabo de comprar en Nueva York y que pesa una tonelada.''

Subasta en Nueva York

-¿Cómo se llama este mural? ¿Cuánto pagó usted por él?

-Se llama Frozen assets (Fondos congelados) y salió a subasta con una base de 25 mil dólares y subió a 31 mil 500 en lo que yo lo adquirí. Claro que me va a salir en mucho más porque tengo que pagar un impuesto municipal estadunidense y el traslado, porque el mural pesa mil 8 kilos y las compañías aéreas cobran dos dólares por kilo, además del seguro por un precio muy alto ante cualquier desperfecto o avería que suceda en el vuelo. Ahora el mural está en perfecto estado y tiene un colorido fuera de todo lo que hizo el maestro Rivera.

Lola Olmedo es directora de dos museos: Anahuacalli y Frida Kahlo; los dirige y los sostiene íntegramente. Asimismo es presidenta del Comité Técnico del Fideicomiso constituido por Diego Rivera y el Banco de México, del cual también fue miembro la desaparecida Ruth Rivera Marín, así como Lupe Rivera Marín, que sólo asistió a las primeras reuniones.

La pasión y el culto de Lola por el ''maestro Rivera", como lo llama, se ha considerado a través de los años y por eso ansiosa, entusiasta, pasional, fue a la subasta de Sotheby's en Parke Bernet para ver los murales ofrecidos: Soldados y trabajadores, Fondos congelados (que Lola adquirió). Taladro neumático, Soldadora eléctrica", valuados entre 40 y 60 mil dólares. Lola Olmedo se la pasó con la mano levantada nerviosamente y todavía así, en un abrir y cerrar de ojos, se le fue un cuadro que pensaba adquirir. Lola pudo darse cuenta que Diego Rivera es en este momento el artista mejor cotizado; en la subasta se vendió más que Tamayo, Orozco, Siqueiros, Cuevas o cualquiera de los artistas conocidos, aunque Francisco Toledo sí alcanzó gran éxito con sus gouaches que sobrepasaron el máximo. Frida Kahlo, Covarrubias, Olga Costa, el doctor Atl, Pablo O'Higgins, Günter Gerzso, Francisco Zúñiga y otros más no llegaron al mínimo, es decir, al precio en el que estaban valuados. No alcanzaron ofertas justas y por eso mismo no fueron vendidos. Raquel Tibol y Antonio Rodríguez declararon falso un Posada por lo que fue retirado. Se ve que a Lola Olmedo le apasionan las subastas porque habla de ellas con entusiasmo y conocimiento.

Colecciones y museos

-Lola, ¿cómo funciona el fideicomiso que usted maneja? En realidad, no sé bien a bien lo que es un fideicomiso, perdone usted mi ignorancia.

-Mire usted, pienso dejar todas mis colecciones, lo estoy hablando con mis hijos precisamente ahora, pero quiero dejar mis cosas puestas a mi gusto. Será mal gusto pero es mi gusto y son mis cosas. Me ha costado mucho trabajo ganar el dinero para tenerlas. Entonces, Elenita, estoy platicando con mis cuatro hijos, la forma en que puedan quedarse las cosas en el país y que ellos se queden con lo que ellos quieran para que no vayan a decir que todo lo legué al pueblo y no dejé nada a mis hijos. ¡Tampoco! Eso no me parecería justo... Pero la noticia de cómo se va a llevar a cabo, se la guardo a usted, para dársela más adelante.

-Pero, ¿el fideicomiso?

(Sonríe)

-Mire, lo de Diego Rivera lo dejo al pueblo en una forma de fideicomiso, porque en un fideicomiso no puede meter la mano nadie.

-Entonces, ¿esta casa-fortaleza quedará en forma de fideicomiso?

-Posiblemente no toda la casa, Elenita, pero cuando menos al maestro Rivera sí lo dejo al pueblo íntegramente. Estoy pensando en qué forma dejo mis Frida Kahlos, mis Angelina Beloff, mi colección prehispánica, mi artesanía popular y otras colecciones que tengo buenísimas, una de caracoles y otra de arte chino. ¡No sabe lo que tengo de arte chino, una fortuna! todas las cosas en las que me he pasado la vida gastando. Precisamente por eso estoy ahora platicando con mis hijos.

-¿Por qué?

-Porque uno no tiene la vida comprada y aunque no sé si podamos ver del otro lado, lo que nos pasa aquí, haré yo un berrinche horrible, al ver que se repartan mal mis colecciones.

-¿Usted no quiere que estas colecciones se muevan de esta casa?

-No me importa el lugar, pero sí pretendo que se queden juntas, como colección.

-Pero, ¿qué pasaría si no quedaran en esta casa?

-De no quedarse aquí, se quedarían en un Museo Diego Rivera, que es para quien los he juntado.

(El domingo pasado, me cuenta Lola frente a la colección de figuritas de Jaina, que según los conocedores es la mejor de nuestro país -no la tiene ningún museo- comieron 24 personas: Lola Olmedo, sus cuatro hijos, nueras y nietos, con una prima hermana que Lola siempre invita. En el comedor también hay una estela maya que tampoco posee recinto alguno. En realidad, las piezas precortesianas de Lola Olmedo son únicas y todas de primera. A un ladito de donde enchufo la grabadora se encuentra una figura reproducida millones de veces en los billetes de 50 pesos que emite el Banco de México y le da la espalda a don Benito Juárez.

Asimismo Lola posee una serie de atardeceres, acuarelas del maestro Rivera, que pintó en su casa de Acapulco en la que vivió durante dos años consecutivos antes de morir. Lola puso el mar a su disposición y la casa para pintarlo y ahora piensa convertirla en museo y donar la casa también, ya que en ella Diego pintó varios murales con vista a la calle para que pudieran verlos la gente del pueblo. ¡Qué bueno, entre más donen los ricos, mejor!

Influencia de Diego Rivera

-Diego Rivera ejerció en mi una gran influencia, ni yo misma podría explicarlo aunque he tratado de hacerlo a lo largo de 20 años de su partida. Una vez él ''ido" (Lola no pronuncia jamás la palabra ''muerto"), traté de analizar el poder que tenía sobre mí. Mucha gente ha inquirido: ''Bueno, pues ustedes ¿eran amantes o usted estaba enamorada de él?" No estoy además dispuesta a contestar intimidades de Diego y mías, ¿no? Ni siquiera a usted. El otro día, un señor aquí, en una comida en la casa se atrevió a decirme que Diego Rivera era homosexual y asexuado; me dio tanta rabia que le respondí: ''No". ''¿Lo dice usted con certeza?" -me preguntó malicioso-. ''Sí, lo digo con toda certeza , no era ni una ni otra cosa y usted, señor, además es un idiota". ¡Imagínese usted, Elenita, preguntar cosas de esas acerca de un genio como lo fue el maestro!

-Es que a los hombres y las mujeres famosos siempre les suceden incidentes desagradables porque están expuestos a la estupidez o al descaro de los envidiosos. En alguna ocasión Lola, me contó María Félix, que un periodista o corresponsal se sentó frente a ella en su sala; ella le ofreció cognac y de buenas a primeras el entrevistador le preguntó que de qué prostíbulo del norte la habían sacado. María Felix llamó a su mayordomo y sin inmutarse le dijo al señor: ''Mire usted, usted está sentado en mi sala, en uno de mis sillones, bebiendo un cognac que yo misma le serví". Se dirigió entonces al mozo: ''Acompáñeme usted a éste a la puerta y ciérrela bien tras de él". Supongo, Lola, que toda la gente célebre está sujeta a que se le falte al respeto y corra sobre su persona toda suerte de rumores.

''Siempre hice travesuras''

-Me divorcié de Phillips cuando mis hijos eran pequeños, porque me di cuenta que él no se enorgullecía de mi trabajo, sino todo lo contrario, quería que tejiera sentada en la casa y con la pata rota. Yo tocaba el piano y jamás volví a tocarlo, Mamá me mandó tomar clases de piano, tocaba bien, sé leer música todavía, pero ya no toco porque dejé de practicar durante muchos años y entonces me dio flojera volver a empezar; ahora ya no me siento ante el piano. Mi marido Phillips sólo pretendía que yo fuera un motivo decorativo dentro de su casa hasta que me cansé. Le dije: ''Tengo demasiadas cosas qué hacer para perder el tiempo en la casa".

''A través de él, como le digo, y por la revista Mexican Life conocí a gente fascinante, pintores, escritores (por mi madre conocí bien a José Vasconcelos, desde muy niña); teníamos amigos muy importantes, todos los extranjeros famosos, escritores, pintores lo visitaban; ése siempre fue mi mundo. Por su revista y por su modo de ser -Phillips fue escritor- sólo veíamos a gente que tiene algo que dar. Cuando me divorcié, mi hijo Carlos debe haber tenido seis años. Es el más chico de mis hijos y nunca me volví a casar hasta que ellos fueron grandes. Como madre, nunca permití (ni a mi marido se lo permití) que golpeara a uno de mis hijos. No creo que se deba pegar a los niños, mis hijos siempre han sido muy consentidos y nunca han oído un 'no' de su madre en nada, con excepción de su casamiento porque siempre he repelado cuando me avisan que se quieren casar.

''Mi hijo Alfredo fue el primero en casarse con una muchachita irlandesa a la que quiero mucho, pero al principio repelé. A mí hija Irene la bronquié, a mi segundo hijo también. El único matrimonio con el que estuve de acuerdo fue el de mi hijo Carlos con Lupe Margáin, porque hace muchísimos años soy amiga de Hugo Margáin y Lupe es una muchacha muy bonita, educada, culta y me encantó que mi hijo se casara con ella. Mi nieta, la hija de Irene, que ve usted aquí acabándose las cerezas, se llama Dolores como yo y tiene mi mismo genio; hace las mismas maldades y me la traen para que la regañe, pero a mí me da mucha risa. Yo hacía grosería y media, y esta nieta se sube a los árboles, se les esconde a los papás para asustarlos (ríe) y es respondona. Yo hacía eso y más, siempre he sido aventada y hasta la fecha conservo este carácter. ''Con la única persona con la que me portaba decente es con mi mamá porque ella no me soltaba, pero en la casa me escondía o tenía novio cuando era muy chiquita y lo contemplaba yo en la esquina y pensaba que era un hombre muy grande aunque no lo era, pero sí en comparación conmigo porque él era un abogado.''

-¿Quién era?

-¡Ah, no le voy a decir los nombres! No se me adelante tanto, ¿eh?

-¿Y con quién se volvió a casar?

-Con Hugo Olvera, el rejoneador Juan Cañedo, su nombre profesional era Juan Cañedo, el verdadero Hugo Olvera, bueno es, porque no se ha muerto. Aquí está mire, aquí en esta fotografía. Yo me divorcié de él. Era un hombre muy divertido, éramos muy cuates, realmente eso es lo que éramos, cuates pero llegó un momento en que se me acabó la cuatería, lo convencí y nos divorciamos.

-Pero usted, Lola, ¿qué tenía que hacer con un rejoneador?

-Nada, absolutamente nada, ha dado usted en el clavo, ni yo misma me lo explico.

-¿Siquiera le gustan a usted los toros?

-Eso sí, me gustan mucho y fui empresaria de toros y perdí hasta la camisa.

-¿Por culpa de él?

-No, por culpa de él me metí a los toros para que volviera a rejonear porque había estado años fuera de la rejoneada. Hicimos una empresa en la que participó mi hijo Carlos, quien se entusiasmó mucho con El Cordobés al que conoció en un viaje a España. Es una maravilla, El Cordobés y yo lo traje a México y las únicas corridas que toreó las toreó con mi empresa. Mi hijo aprendió muchísimo de negocios en esa empresa.

-Pero usted, Lola, ¿se volvió empresaria de toros por amor a Hugo Olvera?

-No exactamente, porque a mí siempre me ha llamado mucho la atención una nueva aventura financiera y ésta era una nueva aventura.

-¿Y Diego Rivera la dejó a usted casarse?

-Diego era muy celoso de sus amigas y entonces sabiendo eso y para evitar una bronca con él mejor no lo volví a ver durante una temporada larga.

Figura de las finanzas nacionales

-Oiga Elenita, quiero decirle algo acerca de mi nieta Dolores.

(Lola me lo dice en forma retadora, en este momento parece pantera, en realidad es una leona que se dispone a defender a sus cachorros, toda blanca y negra, como reina de baraja, su pelo negro suelto sobre los hombros, camina hacia mí y reclama):

-Usted escribió que mi nieta caminaba descalza por sentirse la pobre niña millonaria. Mire, mi nieta es parecidísima a mí en carácter, anda descalza como yo anduve y ando y como mi madre lo hacía también y no por sentirse la pobre niña millonaria, porque a ninguno de mis hijos le importa el dinero como no me importa a mí.

-¿Pero como no le va a importar, Lola, si se ha dedicado a hacer dinero? Los ricos repiten siempre que no les importa el dinero. Esa es una salida fácil.

-Pues no lo es, a los Olmedo no nos importa el dinero. Lo tenemos y sabemos disfrutarlo pero no vivimos para él. A mi nieta Dolores, me gustaría que la viera usted trabajando en la ofrenda del Anahuacalli, ayudándome a limpiar las piezas, yendo a conferencias y a conciertos conmigo, no porque sea mi nieta sino por consciente, por educada.

Lola Olmedo saca una libreta en la que apunta todo: citas, recordatorios, fragmentos de diario, teléfonos, cuentas, lo que sea y me dice de nuevo, retadora:

''Usted también dice que soy metalizada. No lo soy. Me gusta el dinero, pero porque repito, lo trabajo. Me gusta para rodearme de cosas bellas y porque depende de mi mucha gente, no sólo mis trabajadores sino mucha gente más.

-¿Cuánta gente depende de usted?

-Pues, Elenita no me gustaría hablar de eso, sentirme Cantinflas y presumir de lo que hago, pero depende de mí un asilo de niñas a quienes mi mamá les daba clases y dinero y no teniéndole y desde chica vi que ella lo mantuvo.

''Así es que desde ahora he tomado la obra entre manos y les dije que los iba a sostener íntegramente. También dependen de mí cien familias. En esta casa trabajan 22 personas y entre el Museo Frida Kahlo y el Anahuacalli 30 personas.''

Poseedora de una colección invaluable, Dolores Olmedo expresaba que no temía a los ladrones ni a nadie.

-¿En cuánto está valuada su colección, Lola?

-Como no pienso venderla, nunca la he valuado; no podría decir una cifra. El matemático, que ve usted sobre ese caballete, es una pieza que no tiene valor; podría venderla en lo que yo quisiera. En la subasta de Sotheby's y Parke Bernet vendieron un cuadrito de 60 por 40 centímetros llamado El baile de Tehuantepec en 34 mil dólares. Por eso es invaluable mi colección de Riveras como de arte prehispánico, colonial y artesanía popular. Nunca se me ha ocurrido pensar en dinero con el maestro Rivera, nunca, nunca. Cuando compro un Rivera no pienso en que invierto equis cantidad de dinero, sino en que estoy adquiriendo una obra de arte no sólo para mí, porque no conservo obras de arte sólo para mí, sino para el pueblo de México, y ahora para quienes quieran visitar mi casa.

Sin miedo a los ladrones

-Diga, Lola, ¿usted no les tiene miedo a los asaltantes?

-En primer lugar no le tengo miedo a nadie y en segundo tengo gente que me cuida.

-¿Guaruras?

-Pues no sé a qué le llama usted guaruras. ¿Profesionales? Es gente que me cuida y cuida mis colecciones. Además tengo una alarma potentísima, hay alarma en los jardines, en todos los muros de la propiedad, de todo hay en esta casa y nadie entra sin mi permiso.

-¿No podría efectuarse un robo como el de Topkaki?

-No, todo está bien protegido, todas mis colecciones.

-Bueno, si algún invitado pretendiera descolgar un cuadro de Diego, ¿inmediatamente sonaría la alarma?

-Sí, pero el alarmado sería el ladrón porque si descolgara algo tendría que vérselas conmigo.

-¿Puede usted dar grandes fiestas en su casa, o nunca lo hace por temor a un posible hurto?

-Continuamente recibo gente durante todo el día. Me levanto a las seis de la mañana. Ahora me acaban de hacer el honor de nombrarme presidenta de la Junta de Vecinos de Xochimilco y además soy miembro del Consejo Consultivo de la ciudad de México, también un cargo de honor y alto valor cívico. Todo el día ando corriendo, pero en la noche me gusta invitar a cenar a amigos y hacer reuniones.

-¿Tiene gran capacidad de organización?

-Sí, porque jerarquizo las tareas a desempeñar, atiendo mis dos museos, mis negocios, mi compañía constructora y esto lo hago muy temprano.

El matemático

-¿Quién es El matemático?

-No es Manuel Sandoval Vallarta. Este retrato lo pintó en París el maestro Rivera en 1919. Es un francés, monsieur Pareset.

-Pero Sandoval Vallarta nunca negó ser El matemático y hasta se le parece.

-Al contrario, el lo dijo, pero Diego jamás lo manifestó, siempre dijo que era un francés.

-¿Y por qué lo dijo Sandoval Vallarta?

-Por envidia, porque no es cualquier cosa que lo pinte a uno un genio. Ahora no me da vergüenza decir de mis desnudos y de los muchos retratos que me pintó el maestro Rivera.

La cocinera más maravillosa

-Cuando usted conoció a Diego Rivera ¿quiénes lo rodeaban?

-Un mundo de gente, pero la más cercana, en el estudio de San Angel, era Teresa Proenza, su secretaria; Juan O'Gorman; Elena Vázquez Gómez, hija del famoso revolucionario Vázquez Gómez, una mujer súper inteligente y linda en todos los sentidos, bellísima porque tenía una cara increíble de bonita y además me pegaba muchas regañadas porque no le gustaba lo que digo o lo que hago. Ahora ella trabaja en el archivo del general Cárdenas. Además, la enfermera Judith Ferreto, quien también fue la enfermera de Frida Kahlo y ha regresado a su tierra: Costa Rica. También venían con gran frecuencia pintores jóvenes como Rina Lazo, Arturo García Bustos, Arturo Estrada, Teresita Ordiales, Oswaldo Barra, quien le ayudó al maestro en el mural de La Raza y en el de Insurgentes. Allí en el estudio de Diego conocí a Machila Armida, a quien quiero mucho.

-Dicen que era deslumbrante, que le quitaba el habla a la gente.

-Sí, increíble. ¿Nunca ha comido algo guisado por ella?

-Sí, unos pulpos en su tinta como de pecado mortal con arroz blanco para entintar aún más los pulpos.

-Yo le he dicho a Machila que debería hacer un libro de cocina. A Federico Canessi lo conozco desde que nací. También quiero a Zita, su mujer. Cuando el maestro Rivera terminaba de pintar, mejor dicho, cuando lo obligábamos a terminar porque si no se hubiera seguido, tomábamos allí una copa de tequila y sa-líamos todo el grupo a cenar, o nos quedábamos platicando con él. Nos invitaban a fiestas de gente popof. No, Elenita, no le voy a dar a usted nombres, me van a comer porque en una de ellas me corrieron por el maestro Rivera; la dueña de la casa me pidió: ''Lola, llévate a Diego porque ya no lo aguantamos, nos está echando a perder la fiesta", y es que el maestro se tomó 40 vodkas al estilo ruso y se puso a insultar al embajador de Alemania y al de Estados Unidos y se agarró con todo mundo diciéndoles sus verdades.

Milloneta proletaria

-¿Y usted Lola, no es popof?

-Mis hijos me dicen que soy una milloneta proletaria; yo no ando sino con artistas. Salgo cuando me da la gana, pero si es mi gusto me quedo tres semanas encerrada leyendo, recibo sólo a los amigos que quiero, a Julio Scherer, por ejemplo. Le dediqué muchas horas de mi vida al arte, principalmente a Diego. El no tenía horas de descanso, se levantaba y al contrario de lo que la gente cree no era mugroso, era sumamente limpio, se bañaba, se ponía su lavanda como yo mi Shalimar, se peinaba muy coqueto y a las ocho en punto estaba pintando. A las dos en punto se paraba para comer y si no lo atendían a esa hora se ponía de un genio que ni quién lo aguantara. Los últimos años de su vida, mi hija Irene y yo cocinamos para el maestro todos los días.

-Y Emma Hurtado, ¿por qué no le cocinaba?

-A Emma Hurtado yo le decía la bruja pirulí porque antes de que se casara con Diego le ponía los zapatos, le amarraba las agujetas, le limaba las uñas; nos invitaba a unas comilonas de maravilla en su casa, muy burguesa por cierto, pero el día que se casó con Diego no volvió a atenderlo. Diego se casó con ella en secreto, fue su ''peor es nada'', porque él pidió a varias mujeres que se casaran con él (a María Félix, por ejemplo) y todas le dijeron que no. Diego me propuso matrimonio, lo tengo en una carta, un día he de enseñársela, pero me pareció tan absurdo. ¿Para qué necesitaba casarme con Diego Rivera? Un amigo me dijo: ''No, tú tienes nombre propio. Claro que no se compara con el de Diego ni se comparará nunca, pero tú eres tú y la gente va a decir que te casaste con él por su nombre. Tú ya eres una leyenda". El maestro ya estaba muy viejo, muy enfermo, Elenita, y pensé: ''Mejor de compañera de él, de su gran amiga, de su idólatra que de su mujer". Así se lo expliqué a él. Primero se enojó y me escribió una carta furiosa, pero después se calmó y ¡tan amigos como siempre! Por eso se casó con Emma Hurtado y una vez casados, ella se volvió tacañísima, mezquina, fea. No le daba de comer, un medio jarrito de yogur, media pera y a nosotras, sus amigas, nos dejó en ayunas durante cuatro años consecutivos, cuando al maestro Rivera lo que le fascinaba era estar rodeado de gente. Por eso le ofrecí mi casa de Acapulco: La Pinzona, en la que pintó un increíble Quetzalcóatl en mosaico con concha, un Tláloc enorme y un sapo grande entregándome su corazón. Durante los últimos años de vida del maestro tuve la fortuna de estar continuamente con él.

''Cuando salí a Europa no me escribió y al quejarme respondió: 'Linda, es que le estoy haciendo a usted una carta de amor que quedará por los siglos de los siglos' y me la hizo con piedras naturales en la que dibujó un mar que entra a mi recámara, lleno de peces. Me puso de sirena y a sí mismo se puso de sapo-rana que lleva en la mano derecha su corazón y en la izquierda su paleta. Pienso convertir mi casa de Acapulco en el Museo Diego Rivera de Acapulco.''

-Lola, ¿de quién ha estado enamorada?

-De Arturo, él ha sido el gran amor de mi vida.

-¿Arturo qué?

-Eso no se lo voy a decir, quizá más tarde, quizá después, pero por ahora no le voy a decir tanto.

(Lola Olmedo me sonríe. La vaca Jersey entró a comerse las plantas. Lola va y la espanta. Se ve muy chistosa con sus anillos de diamantes, uno en el meñique y otro anillote gigantesco como el de Gastón Billetes de Abel Quezada, espantando a una vaca terca y voraz.

En la última entrevista ya no me recibió la nieta descalza, Dolores, sino un pintor trajeado de casimir, José Juárez, que inmediatamente me llevó a su taller a ver su pintura, que me pareció fea tirando a horrorosa; pero no dije nada por hipócrita y porque además se ve que Lola lo quiere aunque no se llama Arturo.)

Junto a todos los presidentes cuyas fotografías velan su sueño en la intimidad de su recámara, Lola Olmedo es una figura definitiva y rotunda, blanca y negra, póker de ases en las finanzas de nuestro país.



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