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8 de agosto del 2002 |
Aquellos exilios Españoles de ida y vuelta
Lucía Sala (*)
De los años de la guerra y la posguerra en España, de los destierros, desgarramientos pero también de la creación y la esperanza, trata esta crónica recientemente publicada en Montevideo por el esfuerzo casi solitario de un español muy oriental.
Crónicas del exilio español en Uruguay constituye un antídoto contra el olvido, que ha ido cubriendo la memoria sobre un exilio que forma parte de nuestra historia. Quienes entre ellos aquí residieron, visitantes asiduos sobre todo desde Buenos Aires, algunas grandes personalidades que nos visitaron, mantuvieron viva la esperanza de un destino mejor que el del franquismo. Como recuerda el autor de Crónica..., no fueron los primeros exiliados españoles en el Uruguay, que a lo largo de su historia dio refugio a perseguidos políticos de los países vecinos, de otros latinoamericanos y muchos europeos. Nuestro país recibió oleadas de inmigantes en su mayoría españoles e italianos. Los exiliados contribuyeron a conformar una mentalidad democrática en el Uruguay. Entre los inmigrantes se reclutaron luchadores sociales, bienvenidos por José Batlle y Ordóñez. Llegaron con sus familias o las crearon aquí, tuvieron hijos y nietos y encontraron en el Uruguay una segunda patria, que fue la de sus hijos. Rogelio Martínez ha compilado en estas crónicas textos de españoles, de uruguayos, de otros latinoamericanos, algún estadounidense y europeo, publicados en periódicos de la colonia, incluyendo España Democrática, Lealtad, la Revista de Cultura, y Marcha. Están incluidas biografías, entrevistas, testimonios, relatos, conferencias, trabajos de análisis literario, político y social sobre personalidades de la cultura, de políticos y luchadores sociales vinculados a la solidaridad durante la república y posteriormente con la España peregrina. Se ncluyen también dibujos y caricaturas sobre todo de nuestro Peloduro y del periodista y caricaturista exiliado Roberto Gómez. Sin ser muy extensas, tienen particular relevancia, por ejemplo, las referencias a Margarita Xirgu, directora de la Comedia Nacional y de la Escuela Municipal de Arte Dramático, o sobre todo a José Bergamín, tan influyente sobre escritores y sus alumnos, y sus propios escritos. Se dedica un buen espacio a la personalidad, obra y visita de Castelao, republicano luchador por la autonomía y la lengua y cultura gallegas, o a Rafael Alberti y María Teresa León, que incluye también comentarios de sus obras y registros de su brega por la libertad de España. Tienen un lugar destacado vida, obra y muerte de García Lorca, su visita muchos años antes al Uruguay y el monumento que le fuera dedicado en la ciudad de Salto, el primero levantado en su homenaje. Un gran número de páginas del Tomo III son dedicadas a la obra periodística y los dibujos de Roberto. Aparece de manera destacada la gigantesca obra editorial de Losada en Buenos Aires. También es destacada la obra y la solidaridad de Pablo Neruda que, entre otras cosas, se concretaría en el Winnipeg en el que llegaron refugiados españoles a Chile. Otras figuras de españoles destacadas en la cultura, la política, la actividad social, que no vivieron en Uruguay, son convocadas a través de artículos publicados en periódicos españoles o uruguayos, incluyendo a Manuel Azaña en un texto de Valle Inclán y la del propio escritor gallego, José Giral, Ángel Ossorio y Gallardo, Manuel de Falla, León Felipe y Luis Seoane. Una vez más impacta la crónica de la etapa final de la vida de Miguel de Unamuno, el viejo rector de Salamanca enfrentado a la locura de Millán Astray, y el relato de su muerte. En las Crónicas se reúnen artículos, entre otros, de los uruguayos Ángel Rama sobre Marcos Ana, de José Pedro Díaz sobre Bergamín, el discurso que no pudo pronunciar en 1936 Paulina Luisi, el texto muy posterior de Milita Alfaro sobre "Nuestra España", la entrevista del escritor Campodónico, en París, con Bergamín. Contiene la lista, prácticamente desconocida en Uruguay, de quienes lucharon en España, murieron o regresaron, documento conmovedor si se quiere. Lo es también el relato del capitán Juan José López Silveira que revistó junto al gran pintor mexicano David Alfaro Siqueiros y el de la última batalla de las Brigadas Internacionales y su internación en Francia; también la carta que escribe a su hijo antes de su muerte Francisco Galán, uno de los grandes capitanes durante la guerra, quien vivió su exilio en Montevideo y Buenos Aires. Revisten mayor dramatismo las cartas de luchadores antifranquistas gallegos de la inmediata posguerra, dirigidas poco antes de ser ejecutados a sus mujeres, a sus hijos y a sus compañeros, sobrias y trasuntando convicción aunque no fanatismo. Conmueven la declaración de los presos de Burgos, las cartas y relatos de condenados a muerte, el relato de las torturas y las largas condenas, aplicadas ya finalizada la guerra y que se extienden hasta los primeros años de los sesenta, en que es ejecutado Julián Grimau, sobre cuyo proceso aparecen crónica y apreciaciones. Apenan el relato sobre la vida y muerte de Miguel Hernández y los veintitrés años de cárcel de Marcos Ana, que se hizo poeta sin poder acceder a los goces de la juventud que añora en su poesía. Valoro los tres tomos de las Crónicas en mi calidad de historiadora que descubre un riquísimo material referido al exilio, pero que lo trasciende e ilumina; sobre el franquismo y el contexto internacional en que perduró y sobre nuestra propia peripecia como país. Permite conocer mejor las instituciones y las acciones a favor de la resistencia española, para intentar detener ejecuciones y en pro de los presos políticos. Hasta el momento, no existía en Uruguay ninguna obra de este tipo. Tampoco sobre el exilio español, incluso en México, donde residió el gobierno republicano durante varias décadas y donde los exiliados españoles contribuyeron poderosamente al desarrollo de la ciencia, la filosofía y todas las artes, y de manera muy destacada a la de la educación. Como es sabido las crónicas constituyen algunas de las fuentes con que se contruye la historia, y quienes practicamos el duro oficio del historiador sabemos bien el enorme esfuerzo que requiere recopilar, ordenar, clasificar y editar una obra como la que hoy se presenta. Seguramente ayudará a comprender mejor una etapa de nuestra historia: el papel del movimiento de solidaridad con la República española en el proceso de transición desde la dictadura impuesta en nuestro país a partir de 1933, en el acercamiento de los opositores y como matriz de manifestaciones populares como la del 18 de julio de 1938. Las Crónicas permiten la aproximación a la mirada de los exiliados sobre su época, que por cierto distan mucho de ser uniformes, y, entre muchas otras cosas, arroja luz sobre cómo fue vivido este exilio y sobre vivencias que, sin duda, tienen mucho en común con todos los exilios. Con la salvedad de que sólo comparece en ella la parte más activa y la más conocida de un grupo más numeroso de exiliados, una parte de los cuales siguió agrupada en organizaciones solidarias y tal vez la mayoría se integró de alguna manera a las instituciones que agrupaban a distintas colectividades. La crónica se centra aproximadamente en tres décadas, que representan mucho tiempo con relación al de la vida humana. Los jóvenes maduraron, crecieron sus hijos uruguayos. Tal vez no siempre fue percibido por sus protagonistas lo difícil que sería el regreso que se postergaría aún más, y progresivamente se acreció el número de quienes quedaron definitivamente en nuestra tierra. Resulta sumamente ilustrativa (la crónica) para quien desee asomarse a ese complejo tejido de utopías, proyectos y sueños, de realizaciones y fracasos, de caminos clausurados y otros diferentes que se abren, con que se amasa la historia. Relata episodios heroicos del ser humano, luchas, muertes, prisiones, pero también la capacidad de sobrevivir, trabajar, amar, engendrar hijos, de crear en todos los ámbitos posibles en el suelo que cobija y ampara. En la misma se recoge información, opiniones, descubre sentimientos, lo que la hace tan definitiva y valiosa. No puedo dejar de expresar la emoción con que fui leyendo sus textos y ojeando sus dibujos. Hija de inmigrantes españoles comprometidos con la peripecia de su pueblo, al volver cada página regresaban episodios de mi infancia y adolescencia. Vuelvo a ver a mi padre joven, idealista, siempre escribiendo u ocupado en tareas solidarias, recuerdo a mi madre hermosa, llena de inteligencia y sentido práctico, escuchando los informativos y cosiendo y tejiendo para los niños españoles. Puedo visualizar a Margarita y López Lagar en Mariana Pineda o Yerma aplaudidos a rabiar en el Teatro 18 de Julio. Vuelvo a ver los rostros cansados de refugiados que irían llegando, con su España a cuestas, sus relatos, sus canciones y sus penas. Fui exiliada durante nueve años en México, que es la patria de mis nietos: creo que algo sé de exilios y exiliados, de la patria que va con uno y de la vida provisoria y de familias divididas. En los setenta España, donde era restaurada la democracia, acogió exiliados de la dictadura uruguaya, en una de las tantas asincronías paradójicas de la historia. Había transitado por caminos diferentes a los que habían soñado los republicanos, y el rey tendría un papel importante en el proceso de democratización y en liquidar defintivamente las aventuras golpistas. El gobierno español hizo lo que pudo por sus connacionales presos y por el retorno de nuestra democracia. Hoy muchos uruguayos emigran y, en el caso de España, regresan a la patria de sus padres y abuelos, desandando por el aire el camino de agua que aquéllos habían recorrido en su mayoría en tercera clase. Estoy segura de que enriquecerán en muchos aspectos a su nueva patria, como en su hora lo hicieron los inmigrantes que arribaron a nuestras costas. Esperemos que no haya más exiliados en y de nuestro país y que América Latina, antes rica y hoy pobre, pueda retener a sus propios hijos. Finalmente cabe agradecer a Rogelio Martínez este aporte, especialmente por su contribución al encuentro, a la aproximación de nuestras patrias, que es también la de sus hijos, padres y abuelos. (*) Este es el texto leído por la historiadora Lucía Sala en la presentación de este libro, el 20 de mayo en el Club Español. |
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