Domingo por la noche
Berna Wang
La Insignia. España, 3 de agosto.
Dejó la maleta en medio del salón. Luego fue a la cocina, sacó una lata de cerveza, regresó al salón, se tumbó en el sofá y marcó el número de Carmen.
-- ¡Hola, preciosa! ¡Ya estoy aquí, sano y salvo! ¿Qué tal? -- abrió la lata.
-- Bueno -- Carmen se pasó una mano por el pelo.
-- ¿Qué te pasa? -- bebió dos tragos largos de cerveza sin respirar.
-- Nada. Que estoy medio jodida con la regla, ya sabes cómo es esto... -- se recostó despacio en el respaldo del sillón.
-- Ya, ¿y qué tal tu fin de semana? ¿Viste a Pepe y a Silvia? -- dejó la lata sobre la mesita.
-- Sí, el sábado estuve cenando por ahí con ellos -- se pasó el dedo por una ceja.
-- ¿Y qué tal? -- estiró las piernas.
-- Bien, como siempre. ¿Y tú? -- el roce del dedo en el pómulo le hizo dar un respingo de dolor.
-- Bueno, mi madre tan pesada como de costumbre, pero en fin, para dos
veces al año que bajo a verla... -- encendió un cigarrillo aspirando profundamente.
-- ...
-- Bueno, guapísima, te dejo que acabo de llegar y estoy molido. Anímate, mujer,
que te oigo muy decaída, ¿me paso por tu casa mañana, cuando salga de la
oficina? -- buscó con la mirada el cenicero.
-- Ya te llamo yo mejor. Es que a lo mejor tengo una cena con clientes -- se palpó despacio la sien.
-- De acuerdo. Hablamos mañana entonces. Buenas noches, cariño. Un beso -- bostezó.
-- Buenas noches.
Carmen colgó el teléfono, se incorporó con esfuerzo del sillón, fue a la cocina. Sacó la bandeja de hielo del congelador, extrajo varios cubitos bajo el grifo y los envolvió en la toalla. Luego se la aplicó con cuidado sobre el ojo derecho, que ya estaba poniéndose morado.
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